Las audiencias judiciales en Gran Bretaña sobre el caso de extradición de la administración de Estados Unidos contra Julian Assange comienzan de verdad la próxima semana. La saga de una década que nos ha llevado a este punto debe horrorizar a cualquiera que se preocupe por nuestras cada vez más frágiles libertades.

Un periodista y editor ha sido privado de su libertad durante 10 años. Según los expertos de la ONU, ha sido detenido arbitrariamente y torturado durante gran parte de ese tiempo a través de un intenso confinamiento físico y una interminable presión psicológica. Ha sido espiado por la CIA durante su estancia en el asilo político, en la embajada de Ecuador en Londres, de manera que se violaron sus derechos legales más fundamentales. La jueza que supervisa sus audiencias tiene un grave conflicto de intereses –con su familia integrada en los servicios de seguridad del Reino Unido– que no ha declarado y que debería haberla obligado a recusarse del caso.

Todo indica que Assange sera extraditado a Estados Unidos para hacer frente a un juicio con gran jurado amañado para garantizar que vea sus días en una prisión de maxima seguridad, cumpliendo una condena de hasta 175 años.

Nada de esto ha sucedido en un Tercer Mundo, en una dictadura de pacotilla. Ocurrió delante de nuestras narices, en una importante capital occidental y en un estado que dice proteger los derechos de la prensa libre. No ocurrió en un abrir y cerrar de ojos, sino a cámara lenta, día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año.

Y una vez que desnudamos una sofisticada campaña de difamación contra Assange por parte de los gobiernos occidentales y los medios de comunicación, la única justificación para este incesante ataque a la libertad de prensa es que un hombre de 49 años de edad publicó documentos que exponen los crímenes de guerra de Estados Unidos. Esa es la razón –y la única razón– que Estados Unidos esté pidiendo su extradición y por qué ha estado languideciendo en lo que equivale a confinamiento solitario en la prisión de alta seguridad de Belmarsh durante la pandemia Covid-19. Los recursos de sus abogados para la fianza han sido rechazados.

Cabeza cortada en una pica

Mientras que el colectivo de la prensa abandonó a Assange hace una década, haciéndose eco de los puntos de discusión oficiales que le ponían en la picota por la higiene del baño y el tratamiento de su gato, Assange está hoy exactamente donde predijo originalmente que estaría si los gobiernos occidentales se salían con la suya. Lo que le espera es la entrega a Estados Unidos para que pueda estar fuera de la vista por el resto de su vida.

Había dos objetivos que Estados Unidos y el Reino Unido se propusieron lograr a través de la persecución visible: el confinamiento y la tortura de Assange.

En primer lugar, él y Wikileaks, la organización de la transparencia que cofundó, tenían que ser desactivados. Comprometerse con Wikileaks tenía que ser demasiado arriesgado de contemplar para los posibles denunciantes. Es por eso que Chelsea Manning – la soldado estadounidense que pasó los documentos relacionados con los crímenes de guerra de Estados Unidos en Irak y Afganistán, por lo que Assange ahora se enfrenta a la extradición – fue igualmente sometida a un duro encarcelamiento. Mas tarde se enfrentó a multas diarias punitivas mientras estaba en la cárcel para presionarla a testificar contra Assange.

El objetivo ha sido desacreditar a Wikileaks y organizaciones similares y evitar que publiquen más documentos reveladores, del género que muestra que los gobiernos occidentales no son los «buenos» que gestionan los asuntos mundiales en beneficio de la humanidad, sino que son, de hecho, matones globales altamente militarizados que promueven las mismas políticas coloniales despiadadas de guerra, destrucción y pillaje que siempre han aplicado.

Y en segundo lugar, Assange ha tenido que sufrir horriblemente y en publico –para que sirva de ejemplo– para disuadir a otros periodistas de seguir sus pasos. Es el equivalente moderno de una cabeza cortada en una pica que se mostraba en las puertas de la ciudad.

El hecho muy evidente –confirmado por la cobertura mediática de su caso– es que esta estrategia, impulsada principalmente por los Estados Unidos y el Reino Unido (con Suecia desempeñando un papel menor), ha tenido un gran éxito. La mayoría de los periodistas de los medios de comunicación corporativos siguen con entusiasmo colaborar en el vilipendio de Assange,  sobre todo en esta etapa, haciendo caso omiso de su terrible situación.

La historia se oculta a plena luz

Cuando se apresuró a entrar en la embajada de Ecuador en 2012, buscando asilo político, los periodistas de todos los medios de comunicación corporativos ridiculizaron su afirmación –ahora, por supuesto, totalmente confirmada– de que estaba eludiendo los esfuerzos de Estados Unidos para extraditarlo y encerrarlo para siempre. Los medios de comunicación continuaron con su burla incluso cuando se presentaron pruebas de que se había convocado en secreto un gran jurado para elaborar cargos de espionaje contra él y que éste se encontraba en el distrito oriental de Virginia, donde tienen su sede los principales servicios de seguridad e inteligencia de Estados Unidos. Cualquier jurado allí está dominado por el personal de seguridad de Estados Unidos y sus familias. Su esperanza de un juicio justo era inexistente.

En cambio, hemos soportado ocho años de manipulaciones por parte de los medios de comunicación corporativos y su complicidad voluntaria en el asesinato de su figura, lo que ha sentado las bases de la actual indiferencia de la gente ante la extradición de Assange y la ignorancia generalizada de sus horribles implicaciones.

Los periodistas corporativos han aceptado, totalmente a la vista, una serie de racionalizaciones de por que los intereses de la justicia han sido utilizados para encerrar a Assange indefinidamente –incluso antes de su extradición– y pisotear sus derechos legales mas básicos. El otro lado de la historia – Assange, la historia escondida a plena vista– ha estado invariablemente ausente de los reportajes, ya sea en la CNN, el New York Times, la BBC o el Guardian.

De Suecia a Clinton

En primer lugar, se afirmó que Assange había huido del interrogatorio por denuncias de agresión sexual en Suecia, aunque fueron las autoridades suecas las que le permitieron marcharse; aunque la fiscal sueca original, Eva Finne, desestimó la investigación contra él diciendo «No hay sospecha de ningún delito», antes de que lo retomara otra fiscal por razones apenas ocultas y politizadas; y aunque Assange más tarde invitó a las fiscales suecas a interrogarlo donde estaba (en la embajada), una opción que regularmente acordaron en otros casos, aunque decididamente se negaron en el suyo.

No fue solo que ninguno de estos puntos se presentó como contexto para la historia de Suecia por los medios de comunicación corporativos. O que mucho de lo que está a favor de Assange fue simplemente ignorado, como la manipulación de las pruebas en el caso de una de las dos mujeres que alegaron la agresión sexual y la negativa de la otra a firmar la declaración de violación elaborada para ella por la policía.

La historia también fue burda y continuamente mal comunicada en relación con «cargos de violación» cuando Assange fue requerido simplemente para ser interrogado. Nunca se presentaron cargos contra él porque la segunda fiscal sueca, Marianne Ny –y sus homólogos británicos, incluido Sir Keir Starmer, entonces jefe de la fiscalía y ahora líder del partido laborista– aparentemente deseaban evitar poner a prueba la credibilidad de sus alegaciones interrogando realmente a Assange. Dejar que se pudra en una pequeña habitación en la embajada sirvió a sus propósitos mucho mejor.

Cuando el caso de Suecia se esfumó, cuando se hizo evidente que el fiscal original había tenido razón al concluir que no había pruebas que justificaran un nuevo interrogatorio, por no hablar de los cargos, la clase política y los medios de comunicación cambiaron de rumbo.

De repente, el confinamiento de Assange se justificaba implícitamente por razones políticas totalmente diferentes, porque supuestamente había ayudado a la campaña electoral presidencial de Donald Trump en 2016 mediante la publicación de correos electrónicos, supuestamente «hackeados» por Rusia desde los servidores del Partido Demócrata. El contenido de esos correos electrónicos, oscurecido en la cobertura en ese momento y en gran parte olvidado ahora, reveló la corrupción del campo de Hillary Clinton y los esfuerzos por sabotear las primarias del partido para socavar a su rival para la nominación presidencial, Bernie Sanders.

The Guardian fabrica una difamación

Los de la derecha autoritaria han mostrado poca preocupación por el largo confinamiento de Assange en la embajada, y mas tarde encarcelamiento en Belmarsh, por su exposición de los crímenes de guerra de Estados Unidos, por lo que se ha dedicado poco esfuerzo a convencerlos. La campaña de demonización contra Assange se ha centrado en su lugar en cuestiones que es probable que activen a los liberales y la izquierda, que de otra manera podrían tener reparos en deshacerse de la Primera Enmienda y encerrar a la gente por hacer periodismo.

Así como las acusaciones suecas, a pesar de su falta de investigación, se aprovecharon del peor tipo de política de señas de identidad de la izquierda, la historia de los correos electrónicos «hackeados» fue diseñada para alienar a la base del Partido Demócrata. Extraordinariamente, la afirmación de la piratería rusa persiste a pesar de que años después –y después de una importante investigación «Russiagate» de Robert Mueller– todavía no se puede sostener con ninguna prueba real. De hecho, algunos de los más cercanos al asunto, como el exembajador del Reino Unido Craig Murray, han insistido todo el tiempo en que los correos electrónicos no fueron hackeados por Rusia, sino que fueron filtrados por un interno del Partido Demócrata desencantado.

Un punto aún más importante, sin embargo, es que una organización de transparencia como Wikileaks no tuvo más remedio, después de que se le entregaron esos documentos, que exponer los abusos del Partido Demócrata, quienquiera que fuera la fuente.

La razón de que Assange y Wikileaks se vieran envueltos en el fiasco del Russiagate –que desperdició las energías de los partidarios del Partido Demócrata en una campaña contra Trump que en realidad lo fortaleció en lugar de debilitarlo– fue debido a la cobertura crédula, una vez mas, de la cuestión por casi todos los medios de comunicación corporativos. Los medios liberales como el periódico The Guardian incluso llegaron a fabricar abiertamente una historia en la que informó falsamente acerca de que un ayudante de Trump, Paul Manafort, y «rusos» sin nombre visitaron secretamente a Assange en la embajada, sin repercusiones ni retractaciones.

La tortura de Assange ignorada

Todo esto hizo posible lo que ha sucedido desde entonces. Después de que el caso sueco se evaporó y no había motivos razonables para no dejar libre Assange de la embajada, los medios de comunicación decidieron de repente en coro que una violación de la libertad bajo fianza técnica era motivo suficiente para su confinamiento continuo en la embajada o, mejor aún, su detención y encarcelamiento. Esa violación de la libertad bajo fianza, por supuesto, se relacionó con la decisión de Assange de buscar asilo en la embajada, basada en una evaluación correcta de que Estados Unidos pensaba exigir su extradición y encarcelamiento.

Ninguno de estos periodistas bien pagados parecía recordar que, en la ley británica, el incumplimiento de las condiciones de la libertad bajo fianza se permite si hay «causa razonable”, y huir de una persecución política es obviamente una causa muy razonable.

Asimismo, los medios de comunicación ignoraron deliberadamente las conclusiones de un informe de Nils Melzer, académico suizo de derecho internacional y experto en tortura de las Naciones Unidas, según el cual el Reino Unido, los Estados Unidos y Suecia no sólo le habían negado a Assange sus derechos jurídicos básicos sino que habían actuado en connivencia para someterlo a años de tortura psicológica, una forma de tortura, señaló Melzer, que fue perfeccionada por los nazis porque se comprobó que era más cruel y más eficaz para quebrar a las víctimas que la tortura física.

Assange se ha visto afectado por el deterioro de la salud y el declive cognitivo como resultado, y ha perdido mucho peso. Nada de esto ha sido considerado por los medios corporativos digno de otra cosa que una mención pasajera, especialmente cuando la mala salud de Assange lo hizo incapaz de asistir a una audiencia judicial. En cambio, las repetidas advertencias de Melzer sobre el tratamiento abusivo de Assange y sus efectos en él han caído en oídos sordos. Los medios de comunicación simplemente han ignorado los hallazgos de Melzer, como si nunca hubieran sido publicados, que Assange ha sido, y esta siendo, torturado. Solo tenemos que hacer una pausa e imaginar cuanta cobertura habría recibido el informe de Melzer si hubiera tenido que ver con el tratamiento de un disidente en un estado enemigo oficial como Rusia o China.

Unos medios de comunicación que adoran el poder

El año pasado la policía británica, en coordinación con un Ecuador ahora dirigido por un presidente, Lenin Moreno, que anhelaba estrechar los lazos con Washington, irrumpió en la embajada para arrastrar a Assange y encerrarlo en la prisión de Belmarsh. En su cobertura de estos eventos, los periodistas se hicieron otra vez los tontos.

Habían pasado años primero profesando la necesidad de «creer a las mujeres» en el caso de Assange, incluso si eso significaba ignorar las pruebas, y luego proclamar la santidad de las condiciones de la libertad bajo fianza, incluso si se utilizaban simplemente como un pretexto para la persecución politica. Ahora que todo ha sido barrido a un lado en un instante, de repente, los nueve años de confinamiento de Assange por una investigación de asalto sexual inexistente y una infracción menor de fianza son sustituidos narrativamente por un caso de espionaje. Y los medios de comunicación se han alineado contra él una vez más.

Hace unos años la idea de que Assange podría ser extraditado a Estados Unidos y encerrado para el resto de su vida, su periodismo transformado en «espionaje», fue ridiculizado como tan improbable, tan escandalosamente ilegal que ningún periodista de los medios dominantes estaba dispuesto a aceptarlo como la verdadera razón de su solicitud de asilo en la embajada. Fue ridiculizado como un producto de la febril y paranoica imaginación de Assange y sus partidarios, y como una cobertura para evitar que se enfrentara a la investigación en Suecia.

Pero cuando la policía británica invadió la embajada en abril del año pasado y lo detuvo para su extradición a Estados Unidos precisamente por los cargos de espionaje que Assange siempre había advertido que iban a ser utilizados en su contra, los periodistas informaron de estos acontecimientos como si fueran ajenos a esta historia de fondo. Los medios de comunicación borraron este contexto, entre otras cosas, porque les habría hecho parecer como tontos dispuestos a la propaganda de Estados Unidos, como apologistas del excepcionalismo y la anarquía de Estados Unidos, y porque habría demostrado que Assange tenía razón una vez más. Se habría demostrado que él es el verdadero periodista, en contraste con su pacificado y complaciente culto al poder del periodismo corporativo.

La muerte del periodismo

En este momento todos los periodistas del mundo deberían estar en pie de guerra, protestando por los abusos que Assange esta sufriendo, y ha sufrido, y el destino que sufrirá si se aprueba la extradición. Deberían estar protestando en las primeras paginas y en los programas de noticias de televisión contra los interminables y flagrantes abusos del proceso legal en las audiencias de Assange en los tribunales británicos, incluyendo el grave conflicto de intereses de Lady Emma Arbuthnot, la jueza que supervisa su caso.

Deberían estar escandalizados por la vigilancia que la CIA organizo ilegalmente dentro de la embajada ecuatoriana mientras Assange estaba confinado allí, anulando el ya deshonesto caso de Estados Unidos contra él violando su privacidad cliente-abogado. Deberían estar expresando indignación por las maniobras de Washington, acordando una fina capa de proceso debido por los tribunales británicos, destinado a extraditarlo bajo cargos de espionaje por hacer el trabajo que se encuentra en el corazón de lo que el periodismo dice ser: la responsabilidad de los poderosos.

Los periodistas no necesitan preocuparse por Assange o similares. Tienen que hablar en protesta porque la aprobación de su extradición marcará la muerte oficial del periodismo. Significará que cualquier periodista en el mundo que descubra verdades embarazosas sobre Estados Unidos, que descubra sus secretos mas oscuros, tendrá que callarse o arriesgarse a ser encarcelado por el resto de sus vida.

Eso debería aterrorizar a todos los periodistas. Pero no ha tenido tal efecto.

Carreras y estatus, no la verdad

La gran mayoría de los periodistas occidentales, por supuesto, nunca descubren un secreto significativo de los centros de poder en toda su carrera profesional, incluso los que aparentemente vigilan esos centros de poder. Estos periodistas reempaquetan los comunicados de prensa y las reuniones de lobby, recurren a fuentes dentro del gobierno que los usan como conducto hacia las grandes audiencias que encabezan, y transmiten los chismes y los ataques desde el interior de los pasillos del poder.

Esa es la realidad del periodismo de divulgación que constituye el 99% de lo que llamamos noticias políticas.

Sin embargo, el abandono de Assange por los periodistas –la completa falta de solidaridad mientras uno de ellos es perseguido tan flagrantemente como los disidentes enviados a los gulags– debería deprimirnos. Significa no solo que los periodistas han abandonado cualquier pretensión de hacer periodismo real, sino que también han renunciado a la aspiración de que lo haga cualquiera.

Significa que los periodistas corporativos están listos para ser vistos con mayor desdén por sus audiencias de lo que ya sucede. Porque a través de su complicidad y silencio, se han puesto del lado de los gobiernos para asegurar que cualquiera que realmente tenga el poder de exigir cuentas, como Assange, termine tras las rejas. Su propia libertad los marca como una élite cautiva, evidencia irrefutable de que sirven al poder, no lo combaten.

La unica conclusión que se puede sacar es que los periodistas corporativos se preocupan menos por la verdad que por sus carreras, sus salarios, su estatus y su acceso a los ricos y poderosos. Como Ed Herman y Noam Chomsky explicaron hace mucho tiempo en su libro Manufacturing Consent (Consentimiento fabricado), los periodistas se unen a una clase de medios de comunicación después de un largo proceso de educación y formación diseñado para eliminar a aquellos que no simpatizan de manera fiable con los intereses ideológicos de sus empleadores corporativos.

El sacrificio de una ofrenda

En pocas palabras, Assange planteó la cuestión a todos los periodistas rechazando su dios –el «acceso»– y su modus operandi de revelar ocasionalmente visiones muy parciales de verdades ofrecidas por fuentes «amigas», e invariablemente anónimas, que utilizan los medios de comunicación para ajustar cuentas con sus rivales en los centros de poder.

En cambio, a través de los denunciantes, Assange extrajo la verdad desnuda, sin adornos y de amplio espectro cuya exposición no ayudaba a nadie en el poder, solo a nosotros, la gente, mientras tratábamos de entender lo que se estaba haciendo, y se ha hecho, en nuestro nombre. Por primera vez, pudimos ver cuán feo, y a menudo criminal, era el comportamiento de nuestros líderes.

Assange no solo expuso a la clase política, también expuso a la clase de los medios de comunicación, por su debilidad, por su hipocresía, por su dependencia de los centros de poder, por su incapacidad de criticar un sistema corporativo en el que están incrustados.

Pocos de ellos pueden perdonar a Assange ese crimen. Es por eso que estarán ahí animando a su extradición, aunque sea a través de su silencio.  Algunos escritores liberales esperarán hasta que sea demasiado tarde para Assange, hasta que haya sido empaquetado para ser entregado, publicando columnas poco entusiastas, de lenguaje insípido o agónico que argumenten que, por desagradable que supuestamente sea Assange, no merecía el tratamiento que Estados Unidos le tiene reservado.

Pero eso sera muy poco, muy tarde. Assange necesitaba la solidaridad de los periodistas y sus organizaciones de medios de comunicación hace mucho tiempo, asi como denuncias a fondo de sus opresores. Él y Wikileaks estaban en la primera línea de una guerra para rehacer el periodismo, para reconstruirlo como un verdadero control del poder desbocado de nuestros gobiernos. Los periodistas tuvieron la oportunidad de unirse a él en esa lucha.

En lugar de eso, huyeron del campo de batalla, dejándolo como el sacrificio de una ofrenda a sus amos corporativos.

Fuente: Jonathan Cook