El sábado, habrá una marcha desde la Casa de Australia en Londres hasta Parliament Square, el centro de la democracia británica. La gente llevará fotos del editor y periodista australiano Julian Assange que, el 24 de febrero, se enfrentará a un tribunal que decidirá si se le extradita o no a Estados Unidos y a una sentencia de cadena perpetua.

Conozco bien la Casa de Australia. Como australiano, solía ir allí en mis primeros días en Londres para leer los periódicos de casa. Inaugurada por el Rey George V hace más de un siglo, su inmensidad de mármol y piedra, sus candelabros y retratos solemnes, importados de Australia cuando los soldados australianos morían en la matanza de la Primera Guerra Mundial, han asegurado su hito como un cúmulo imperial de servilismo monumental.

Como una de las «misiones diplomáticas» más antiguas del Reino Unido, esta reliquia del imperio proporciona una sensación placentera a los políticos de las Antípodas: un «compañero» recompensado o un alborotador exiliado.

Conocido como alto comisionado, el equivalente de un embajador, el actual beneficiario es George Brandis, quien como fiscal general trató de diluir la Ley de discriminación racial de Australia y aprobó las redadas contra los denunciantes que habían revelado la verdad sobre el espionaje ilegal de Australia en Timor Oriental durante las negociaciones para el reparto del petróleo y el gas de ese empobrecido país.

Esto condujo al enjuiciamiento de los denunciantes Bernard Collaery y «Witness K», por cargos falsos. Al igual que Julian Assange, deben ser silenciados en un juicio kafkiano y encerrados.

Casa de Australia es el punto de partida ideal para la marcha del sabado.

«Confieso», escribió Lord Curzon, virrey de la India, en 1898, «que los países son piezas en un tablero de ajedrez en el que se está jugando un gran juego para la dominación del mundo».

Los australianos hemos estado al servicio del Gran Juego durante mucho tiempo. Habiendo devastado a nuestro pueblo indígena en una invasión y una guerra de desgaste que continúa hasta hoy, hemos derramado sangre por nuestros amos imperiales en China, África, Rusia, Oriente Medio, Europa y Asia. Ninguna aventura imperial contra aquellos con los que no tenemos ninguna contienda ha escapado a nuestra dedicación.

El engaño ha sido una característica. Cuando el primer ministro Robert Menzies envió soldados australianos a Vietnam en los años 60, los describió como un equipo de entrenamiento, solicitado por un asediado gobierno en Saigón. Era una mentira. Un alto funcionario del Departamento de Asuntos Exteriores escribió en secreto que «aunque hemos subrayado públicamente el hecho de que nuestra ayuda se dio en respuesta a una invitación del gobierno de Vietnam del Sur», la orden vino de Washington.

Dos versiones. La mentira para nosotros, la verdad para ellos. Hasta cuatro millones de personas murieron en la guerra de Vietnam.

Cuando Indonesia invadió Timor Oriental en 1975, el embajador australiano, Richard Woolcott, instó en secreto al gobierno de Canberra a «actuar de forma que se minimice el impacto público en Australia y se muestre el entendimiento privado con Indonesia». En otras palabras, a mentir. Aludió a los atractivos botines de petróleo y gas en el Mar de Timor que, según el ministro de Relaciones Exteriores Gareth Evans, valían «zillones».

En el genocidio que siguió, murieron al menos 200.000 timorenses orientales. Australia reconoció, casi sola, la legitimidad de la ocupación.

Cuando el primer ministro John Howard envió fuerzas especiales australianas para invadir Iraq con Estados Unidos y Gran Bretaña en 2003, él –al igual que George W. Bush y Tony Blair– mintió sobre el hecho de que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva. Más de un millón de personas murieron en Irak.

WikiLeaks no fue el primero en denunciar el patrón de mentiras criminales en democracias que siguen siendo tan rapaces como en los días de Lord Curzon. El logro de la notable organizacion de la publicacion fundada por Julian Assange ha sido proporcionar la prueba.

WikiLeaks nos ha informado de como se fabrican las guerras ilegales, como los gobiernos son derrocados y la violencia se utiliza en nuestro nombre, como se nos espia a traves de nuestros telefonos y pantallas. Las verdaderas mentiras de presidentes, embajadores, candidatos políticos, generales, apoderados, estafadores políticos han sido expuestas. Uno por uno, estos aspirantes a emperadores se han dado cuenta de que no tienen ropa.

Ha sido un servicio público sin precedentes; sobre todo, es periodismo auténtico, cuyo valor puede juzgarse por el grado de apoplejía de los corruptos y sus apologistas.

Por ejemplo, en 2016, WikiLeaks publicó los correos electrónicos filtrados del director de campaña de Hillary Clinton, John Podesta, que revelaron una conexión directa entre Clinton, la fundación que comparte con su marido y la financiación del yihadismo organizado en Oriente Medio: el terrorismo.

Un correo electrónico reveló que Estado Islámico (ISIS) fue financiado por los gobiernos de Arabia Saudita y Qatar, de los cuales Clinton aceptó enormes «donaciones». Además, como secretaria de Estado de Estados Unidos, aprobó la mayor venta de armas del mundo a sus benefactores saudíes, por valor de más de 80 mil millones de dólares. Gracias a ella, las ventas de armas de Estados Unidos al mundo, para su uso en países afectados como el Yemen, se duplicaron.

Revelados por WikiLeaks y publicados en The New York Times, los correos electrónicos de Podesta desencadenaron una campaña de difamación contra el jefe de redacción Julian Assange, sin pruebas. Era un «agente de Rusia trabajando para elegir a Trump»; le siguió el disparatado «Russiagate». Se ignoró que Wikileaks también había publicado más de 800.000 documentos frecuentemente condenatorios de Rusia.

En un programa de la Corporación Australiana de Radiodifusión, Four Corners, en 2017, Clinton fue entrevistada por Sarah Ferguson, que comenzó: «Nadie puede dejar de sentirse conmovido por el dolor en su cara en [el momento de la toma de posesión de Donald Trump] … ¿Recuerdas lo visceral que fue para ti?»

Habiendo establecido el sufrimiento visceral de Clinton, la aduladora Ferguson describio «el papel de Rusia» y el «daño hecho personalmente a usted» por Julian Assange.

Clinton respondio: «Él [Assange] es muy claramente una herramienta de la inteligencia rusa. Y ha hecho su voluntad.»

Ferguson le dijo a Clinton, «Mucha gente, incluyendo en Australia, piensa que Assange es un martir de la libertad de expresion y la libertad de informacion. Como lo describiria usted? «

Una vez mas, Clinton se permitio difamar a Assange –un «nihilista» al servicio de «dictadores»– mientras que Ferguson aseguró a su entrevistada que era «el icono de su generacion».

No habia ninguna mencion de un documento filtrado, revelado por WikiLeaks, llamado Libia Tick Tock, preparado para Hillary Clinton, que la describio como la figura central que impulsó la destruccion del estado libio en 2011. Esto resultó en 40.000 muertes, la llegada de ISIS al norte de África y la crisis de los refugiados y migrantes europeos.

Para mí, este episodio de la entrevista de Clinton – y hay muchos otros – ilustra vívidamente la división entre el periodismo falso y el verdadero. El 24 de febrero, cuando Julian Assange entre en el Tribunal de la Corona de Woolwich, el periodismo verdadero será el único delito que se juzgará.

A veces me preguntan por que he defendido a Assange. Por un lado, me gusta y lo admiro. Es un amigo con un valor asombroso, y tiene un fino y malicioso sentido del humor. Es el diametralmente opuesto al personaje inventado y luego asesinado por sus enemigos.

Como reportero en lugares de agitación en todo el mundo, he aprendido a comparar las pruebas que he presenciado con las palabras y acciones de los que tienen poder. De esta manera, es posible tener una idea de cómo nuestro mundo es controlado, dividido y manipulado, cómo el lenguaje y el debate son distorsionados para producir la propaganda de la falsa conciencia.

Cuando hablamos de dictaduras, lo llamamos lavado de cerebro: la conquista de las mentes. Es una verdad que raramente aplicamos a nuestras propias sociedades, independientemente del rastro de sangre que nos lleva de vuelta y que nunca se seca.

WikiLeaks ha expuesto esto. Es por eso que Assange está en una prision de maxima seguridad en Londres enfrentándose a cargos politicos inventados en Estados Unidos, y por que ha avergonzado a tantos de los que han sido pagados para mantener el expediente en orden. Mira estos periodistas que ahora buscan la forma de cubrirse cuando se dan cuenta de que los fascistas estadounidenses que han venido por Assange pueden venir a por ellos, no menos los del Guardian que colaboraron con WikiLeaks, ganaron premios y se aseguraron lucrativos libros y tratos de Hollywood basados en su trabajo, antes de volverse contra él.

En 2011, David Leigh, el «editor de investigaciones» del Guardian, dijo a los estudiantes de periodismo de la Universidad de la Ciudad de Londres que Assange estaba «bastante trastornado». Cuando un estudiante desconcertado preguntó por qué, Leigh respondió: «Porque no entiende los parámetros del periodismo convencional».

Pero es precisamente porque entendia que los «parametros» de los medios de comunicacion a menudo protegian intereses creados y politicos y no tenian nada que ver con la transparencia que la idea de WikiLeaks era tan atractiva para muchas personas, especialmente los jovenes, con razon cinicos acerca de la llamada «corriente principal».

Leigh se burlo de la idea de que, una vez extraditado, Assange terminaria «usando un mono naranja». Estas fueron las cosas, dijo, «que él y su abogado estan diciendo con el fin de alimentar su paranoia».

Los actuales cargos de Estados Unidos contra Assange se centran en los registros de Afganistan e Iraq, que el Guardian publicó y en los que Leigh trabajó, y en el video Asesinato Colateral que muestra a una tripulación de un helicoptero estadounidense disparando a civiles y celebrando el crimen. Por este periodismo, Assange se enfrenta a 17 cargos de «espionaje» que llevan a un total de penas de prision de 175 anos.

Independientemente de que su uniforme de prision sea o no un «mono naranja», los archivos de la corte de Estados Unidos vistos por los abogados de Assange revelan que, una vez extraditado, Assange estará sujeto a medidas administrativas especiales, conocidas como SAMS. Un informe de 2017 de la Facultad de Derecho de la Universidad de Yale y el Centro de Derechos Constitucionales describió SAMS como «el rincón más oscuro del sistema penitenciario federal de Estados Unidos» que combina «la brutalidad y el aislamiento de las unidades de máxima seguridad con restricciones adicionales que niegan a los individuos casi cualquier conexión con el mundo humano… El efecto claro es proteger esta forma de tortura de cualquier escrutinio público real».

Que Assange ha tenido razón todo el tiempo, y que llevarlo a Suecia fue un fraude para cubrir un plan estadounidense para “hacerlo rendir», se está convirtiendo finalmente en claro para muchos que se tragaron el incesante rumor de la difamación. «Hablo sueco con fluidez y pude leer todos los documentos originales», dijo recientemente Nils Melzer, el relator de Naciones Unidas sobre la Tortura. De acuerdo con el testimonio de la mujer en cuestión, nunca se había producido una violación. Y no sólo eso: el testimonio de la mujer fue cambiado más tarde por la policía de Estocolmo sin su participación para que de alguna manera pareciera una posible violación. Tengo todos los documentos en mi poder, los correos electrónicos, los mensajes de texto.»

Keir Starmer se presenta actualmente a las elecciones como líder del Partido Laborista en Gran Bretaña. Entre 2008 y 2013, fue director del Ministerio Público y responsable del Servicio de Fiscalía de la Corona (CPS). Según los registros de Libertad de Información de la periodista italiana Stefania Maurizi, Suecia intentó abandonar el caso Assange en 2011, pero un funcionario del CPS en Londres le dijo al fiscal sueco que no lo tratara como «otra extradición más».

En 2012, recibio un correo electronico de la CPS: «No te atrevas a echarte atrás!!!» Otros correos electrónicos del CPS fueron borrados o redactados. ¿Por qué? Keir Starmer necesita decir por qué.

Al frente de la marcha del sábado estará John Shipton, el padre de Julian, cuyo incansable apoyo a su hijo es la antítesis de la colusión y la crueldad de los gobiernos de Australia, nuestra patria.

La lista de la vergüenza comienza con Julia Gillard, la primera ministra australiana de Trabajo que, en 2010, quería criminalizar WikiLeaks, detener a Assange y cancelar su pasaporte – hasta que la Policía Federal Australiana señaló que ninguna ley permitía esto y que Assange no había cometido ningún delito.

Si bien afirmó falsamente que le brindaba asistencia consular en Londres, fue el espantoso abandono de su ciudadano por parte del gobierno de Gillard lo que llevó al Ecuador a otorgar asilo político a Assange en su embajada de Londres.

En un discurso posterior ante el Congreso de Estados Unidos, Gillard, uno de los favoritos de la embajada de Estados Unidos en Canberra, batio records de adulacion (segun el sitio web Honest History) al declarar, una y otra vez, la fidelidad de los «amigos de Estados Unidos en el pais».

Hoy, mientras Assange espera en su celda, Gillard viaja por el mundo, promocionándose como una feminista preocupada por los «derechos humanos», a menudo en tándem con esa otra feminista de derechas, Hillary Clinton.

La verdad es que Australia podría haber rescatado a Julian Assange y todavía puede rescatarlo.

En 2010, organicé una reunión con un destacado parlamentario liberal (conservador), Malcolm Turnbull. Como joven abogado en el decenio de 1980, Turnbull había luchado con éxito contra los intentos del Gobierno británico de impedir la publicación del libro Spycatcher, cuyo autor, Peter Wright, un espía, había puesto al descubierto al «estado profundo» de Gran Bretaña.

Hablamos de su famosa victoria en materia de libertad de expresión y publicación y describí el error judicial que esperaba a Assange: el fraude de su detención en Suecia y su conexión con una acusación estadounidense que violaba la Constitución de Estados Unidos y el imperio del derecho internacional.

Turnbull parecia mostrar un interes genuino y un ayudante tomó muchas notas. Le pedi que entregara una carta al gobierno australiano de parte de Gareth Peirce, el renombrado abogado britanico de derechos humanos que representa a Assange.

En la carta, Peirce escribio: «Dado el alcance de la discusion publica, a menudo sobre la base de suposiciones totalmente falsas… es muy dificil tratar de preservar para [Julian Assange] cualquier presuncion de inocencia. El Sr. Assange tiene ahora sobre él no una, sino dos espadas de Damocles, de posible extradición a dos jurisdicciones diferentes a su vez por dos presuntos delitos diferentes, ninguno de los cuales es un delito en su propio país, y que su seguridad personal se ha puesto en peligro en circunstancias que tienen una gran carga política».

Turnbull prometió entregar la carta, seguirla y hacérmelo saber. Posteriormente le escribí varias veces, esperé y no recibí ninguna respuesta.

En 2018, John Shipton escribió una conmovedora carta al entonces primer ministro de Australia pidiéndole que ejerciera el poder diplomático a disposición de su gobierno y que trajera a Julian a casa. Escribió que temía que si Julian no era rescatado, habría una tragedia y su hijo moriría en prisión. No recibió ninguna respuesta. El primer ministro era Malcolm Turnbull.

El año pasado, cuando al actual primer ministro, Scott Morrison, un exhombre de relaciones publicas, se le pregunto acerca de Assange, respondio en su forma habitual, «Deberia hacer frente a la ausación!»

Cuando la marcha del sabado llegue a las Cámaras del Parlamento, que se dice que es «la madre de los parlamentos», Morrison, Gillard, Turnbull y todos los que han traicionado a Julian Assange deben ser vituperados; la historia y la decencia no los olvidara ni a los que ahora permanecen en silencio.

Y si queda algún sentido de la justicia en la tierra de la Carta Magna, la farsa que es el proceso contra este heroico australiano debe ser desechada. O tengamos cuidado, todos nosotros.

Fuente: John Pilger