No. No lo es. Si lo fuese, ¿por qué China, por ejemplo, en medio de la pandemia, puede seguir avanzando en el sorprendente proceso mediante el cual está consiguiendo en las últimas décadas la erradicación de la pobreza? Un proceso totalmente opuesto al que se está dando en Occidente en esas mismas décadas: el progreso hacia unas desigualdades crecientes, que ya son abismales. China volvió a la senda de la recuperación en el segundo trimestre de 2020: la segunda economía del mundo creció un 3,2% interanual. Después de abril, cuando el coronavirus paralizó la actividad económica, China sufrió una contracción del 6,8%, la primera caída del PIB desde el final de la Revolución Cultural en 1976. Pero el Gobierno se volcó en enérgicas medidas e ingentes inversiones.

En el ámbito sanitario su éxito se ha basado en políticas que rápidamente contuvieron el virus durante el primer trimestre: medidas para la detección, el rastreo y el control de la pandemia. Españoles residentes en China han explicado esas exhaustivas medidas, impensables en cualquier país occidental. Impensables sobre todo en la España de los criminales recortes de los últimos años. En el ámbito económico cumplió efectivamente los tres objetivos, reales y no propagandísticos, que se había propuesto: dar apoyo a las empresas para evitar quiebras e impagos y limitar la inestabilidad en el sistema financiero; compensar las pérdidas de ingresos de compañías y hogares; y estimular la actividad económica para lograr una recuperación rápida. Aquí está la gran diferencia, una diferencia que no tiene que ver con palabras y grandes proclamaciones políticas sino con inversiones reales. Estas son informaciones que se encuentran incluso en los medios globalistas occidentales, como El País, nada sospechosos de poner en cuestión el Sistema Occidental.

Y no creo que nadie medianamente informado cometa la torpeza de considerar estas afirmaciones mías como un posicionamiento a favor del comunismo. Nadie medianamente informado calificaría de comunista la actual economía china de mercado. Por el contrario, de lo que estoy hablando es de que el capitalismo clásico, fundamentalmente industrial, hace ya tiempo que en Occidente pasó a ser historia. Un capitalismo protegido hace ahora un siglo por el presidente Franklin D. Roosevelt de las maquinaciones de los grandes prestamistas y especuladores, un capitalismo regulado que generó riqueza y un New Deal, al igual que actualmente en China. Estados Unidos está en clara descomposición. Como lo estaba cuando Franklin D. Roosevelt fue capaz de atar corto a los poderosos banqueros y someterlos al control democrático. Pero en todo el horizonte occidental no aparece ningún gran estadista. Solo hay mediocridad y seguidismo. Peligrosa situación.

En Occidente hoy todo está absolutamente condicionado por una perversa, delirante y autodestructiva financiarización, que no solo es ilícita sino también ilegal: imprimir dólares, auto adjudicárselos, especular, enriquecerse desmedidamente, abandonar como siempre a los más desprotegidos pero además destruir a las pequeñas empresas y a la clase media… ¡eso es todo! Palabras como capitalismo ya no tienen el significado que se les pretende dar. Al igual que la expresión libre mercado. Y la de libre competencia. Todo es una farsa. Farsa tras farsa: libertad, democracia, información…

Han corrompido y prostituido todo. Han secuestrado las palabras, la información y la educación. Durante décadas han construido un mundo de ficción en el que ellos mismos, al igual que las sociedades a las que han adoctrinado, se han ido quedando encerrados. El desconcierto es cada vez más evidente. No tienen las claves necesarias para interpretar los acontecimientos que están llegando ni los que llegarán. Esto empieza a recordar el desconcierto del pueblo alemán frente al derrumbe de todas las falsas certezas y seguridades nazis.

Establecen legalmente que es un delito el no denunciar aquel crimen que uno pueda conocer. Pero una “altísima” jueza del “gran” Reino Unido acaba de decidir que Julian Assange cometió un imperdonable delito al revelar gravísimos crímenes de guerra. Quieren que confundamos la revelación de grandes crímenes con la revelación de secretos militares. En mi caso, para proteger a su gran terrorista Paul Kagame (imputado como tal por el juez Fernando Andreu de la Audiencia Nacional), sus grandes padrinos me acusaron de ser el más importante financiador de los terroristas genocidas hutu de las FDLR. Grupo que, según dicen, pone en peligro a Ruanda y hace necesaria en el Congo la mayor misión de la historia de la ONU. Me acusaron de gran financiador, a mí que debo recurrir a la ayuda de amigos para llegar a fin de mes. Me acusaron de financiar a un supuesto grupo terrorista que, según el informe de la ONU de estos mismos días, resulta ser un grupo de falsa bandera creado por la misma Ruanda del gran terrorista Paul Kagame.

Pero volvamos al hilo central del presente artículo. Al menos desde que en 1971 el presidente Nixon, presionado por David Rockeffeller, acabó con el dólar respaldado en oro (y sobre todo desde la desregulación con la que los presidentes Reagan y Clinton eliminaron las leyes que tan eficazmente habían funcionado desde su instauración por Franklin D. Roosevelt), el capitalismo occidental, dominado absolutamente por las grandes familias anglosajonas que se apropiaron de la Fed (Reserva Federal) en 1913, es una maquinaria de fabricar desigualdades, es una absoluta locura. Franklin D. Roosevelt, aunque también sufrió intentos de asesinato, no intentó acabar con un Banco Central en manos privadas, como sí lo intentaron los asesinados Abraham Lincoln, James A. Garfield y John F. Kennedy. Franklin D. Roosevelt solo reguló el mundo financiero que la Fed controla. Aún así, intentaron eliminarlo. Al igual que antes lo intentaron con otro presidente que no toleraba esta situación: Andrew Jackson.

Aquellas grandes familias de entonces también controlan hoy la Fed, el FMI (Fondo Monetario Internacional) y el BCE (Banco Central Europeo). Pero con muchos agravantes: lo hacen sin control democrático alguno; están enloquecidas en una financiarización desbocada; no les importa absolutamente nada los sufrimientos actuales de “la plebe” –como no les importaron los sufrimientos de 1919–; y siguen excediéndose hasta extremos increíbles en su desenfrenada ambición, hasta el punto de hacer que el BCE abandone a su suerte a las sociedades europeas y no emita los billones de euros que podría y debería emitir… Por eso mismo afirmo que son ellos los grandes responsables de la ruina de millones de occidentales. Graves denuncias que no permiten equívoco alguno. Pero si no escuchamos hoy nuestras conciencias y levantamos nuestra voz, ¿cuándo lo haremos? ¿Somos conscientes de la magnitud del sufrimiento en el que en esta hora trágica están inmersos millones de nuestros conciudadanos?

Ellos son los verdaderos responsables de la gran decadencia económica, social, política y democrática en la que está cayendo Occidente. Como las decadencias en las que cayeron anteriormente todos los imperios en los que la codicia y la adicción al poder absoluto acabaron siendo las fuerzas dominantes. Solo seguimos siendo líderes en la impresión de papel-dólar, en abusivos rescates bancarios mientras se abandona a su suerte a la gran mayoría social, en presupuestos militaristas y en guerras de agresión. Todo ello sin referirnos a la decisiva cuestión del control de la información y a la mediocridad, conformismo e incluso complicidad de tantos profesionales de la información. También en esto nuestro liderazgo es cada vez más arrollador.

Hace un par de días pude ver y escuchar en TV3 a la carta una muy interesante entrevista a uno de los economistas españoles de más reconocimiento internacional, Xavier Sala i Martín, una entrevista que lleva por título “La única solución es que el Banco Central Europeo imprima dinero y lo regale a los gobiernos”. Me resultó muy gratificante escucharlo a pesar de que desmentía el título mismo de mi penúltimo artículo: “Aquello de lo que nunca se habla durante esta gran crisis del COVID-19”. Me refería precisamente a que, extrañamente, no se oye a ningún economista decir que el BCE es el que puede y debe poner fin a esta gran crisis imprimiendo cuantos billones de euros sean necesarios en ayuda directa a todos quienes, sin ella, caerán en la ruina.

Pero me refería, por supuesto, a lo que se publica en los grandes medios occidentales y a los economistas occidentales de “reconocido prestigio” (como se suele decir de aquellos profesionales políticamente correctos) que tienen a su disposición los púlpitos de dichos medios. No me refería a economistas realmente excepcionales pero que tienen vetado el acceso a ellos. Como pueden ser Max Keiser y Stacy Herbert, junto a todos aquellos que entrevistan en su programa de RT. O como Vicenç Navarro, Juan Torres, los hermanos Alberto y Eduardo Garzón, Eric Toussaint, etc. Pero Xavier Sala i Martín no es uno de ellos.

Él si tiene acceso a los grandes medios. Por eso me resultó muy gratificante escuchar sus posicionamientos: si no se imprimen euros ya, inmediatamente, y se niega el acceso al BCE, “Europa pasará a la historia como una institución infame. […] Y si Europa no sirve para esto, que alguno me explique para qué cojones sirve Europa”. Se me ocurre que quizá podría preguntárselo al ínclito John Carlin, al que en este momento (¡en todo momento!) veo en pantalla (en TV3), y que se pasa la vida tratándonos de catetos a quienes cuestionamos la pertenencia a esta Unión Europea.

Tras descubrir dicha entrevista, me interesé por conocer más intervenciones suyas. Así fue como encontré otra en la que se refiere muy críticamente a Occidente al tratar sobre la pandemia actual. Casi exactamente lo que yo quería expresar: “Algún día nos tendremos que preguntar sobre este Sistema que tenemos en Occidente, comparado con los sistemas de Oriente, que les están funcionado bien. Algún día nos tendremos que sentar y preguntar, porqué esto no funciona. […] No puede ser que allí se estén contando los muertos por centenares y aquí los estemos contando por centenares de miles. […] Y no vale decir que son países dictatoriales en los que los gobiernos pueden obligar, porque no es verdad, muchos de ellos son democracias como nosotros”.

Entonces ¿por qué alguien como Vicenç Navarro puede calificarlo como “uno de los portavoces más visibles (y estridentes) del pensamiento neoliberal en España”? Posiblemente, dejando aparte la cuestión del independentismo de Xavier Sala i Martín, la explicación esté en que este es sumamente inteligente y lleva hasta el extremo sus formulaciones sin entrar en el núcleo mismo del problema que el neoliberalismo representa: la emisión de moneda es la prerrogativa más importante de las naciones y no puede estar en manos privadas, y menos aún en régimen de monopolio. Tratar esta temática significaría cuestionar las bases mismas de nuestro actual Sistema Occidental. Pero, en mi opinión va mucho más allá que otro de los más importantes economistas españoles, en su caso no catalán sino mallorquín, Guillem López Casasnovas.

En el debate posterior a una conferencia suya, organizada en plena crisis posterior al 2008 por la Fundació Emili Darder (de la que tanto él como yo éramos patronos), le hice una pregunta que no me respondió y que precisamente tenía que ver con esta decisiva cuestión. Eran los días en los que el BCE ofrecía a las entidades bancarias, a un bajo interés, cuanto dinero quisieran. Guillem López Casasnovas acababa de justificar que, ante el peligro de futuros impagos de préstamos, estas no quisieran arriesgar demasiado su propio dinero. Tras manifestarle mi ignorancia, en cierta medida real en aquella época, pero acompañando mi intervención de un punto de ironía, mi pregunta fue más o menos esta: “Es comprensible que nadie quiera arriesgar su dinero, a pesar de que el BCE les ofrezca cuanto soliciten. Pero supongo que para saber si se trata realmente de SU dinero, un dinero recibido del BCE, habría que saber previamente de quién es el dinero que emite el BCE”. Hoy mi pregunta ya no sería esa sino otra: “¿Por qué toleramos que el BCE esté en manos de una élite que nadie ha elegido y que no pueda ofrecer el dinero directamente a los estados?”

El Che Guevara no conoció el actual monstruo de la financiarización. Aun así, fue certero en su análisis: “Pueden [los banqueros internacionales] darse el lujo hasta de financiar una ‘izquierda controlada’ que en modo alguno ni denuncie ni ataque el corazón del Sistema: el Banco Central y los ciclos de expansión-inflación/recesión-deflación”. Seguramente ahora lo formularía de un modo más radical aun.