“No maltratarás al forastero, ni le oprimirás, pues forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto. No vejarás a viuda ni a huérfano. Si le vejas y clama a mí, no dejaré de oír su clamor, se encenderá mi ira y os mataré a espada; vuestras mujeres quedarán viudas y vuestros hijos huérfanos” (Éxodo 22, 20-23). Así comienza la primera de las tres lecturas que se leen hoy domingo 29 de octubre en cientos de miles de eucaristías católicas en todos los países del mundo. Y si ese es el durísimo mandato de Yahveh a los judíos sobre no oprimir a los forasteros sino a ser empáticos con ellos, ¿cuánto más será obligatorio ese mismo comportamiento justo y misericordioso hacia los legítimos propietarios del lugar, que un día los acogieron hospitalariamente? Lo veremos en palabras de algunos miembros iniciales del sionismo, como fue Martin Buber.

El sector mayoritario del sionismo, que acabó imponiéndose, fue degenerando durante décadas hasta convertirse en el arrogante, ciego, cruel y criminal actual Estado de Israel. A lo largo de medio siglo, en nuestros viajes a Israel, mi esposa y yo hemos ido comprobando como la arrogancia y el desprecio hacia los palestinos crecían y crecían en la mente y el corazón de demasiados israelís. El sionismo lleva muchas décadas cometiendo gravísimos crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad e incluso genocidio. Pero ahora, tras el 7 de octubre, el clamor mundial contra tales crímenes ha empezado a hacerse oír y parece que no será fácil acallarlo. Más aún si el sionismo continúa haciendo, arrogante y torpemente, todo lo que está en su mano para quedarse cada día más solo.

Sin embargo, más allá de estos grandes crímenes que ahora indignan a la mayor parte de nuestro mundo, lo que en primer lugar quiero destacar en este artículo es que, además, el sionismo ha traicionado sus propios principios fundacionales y se está autodestruyendo. Como ya apunté en un artículo publicado en enero de 2009, “en el mismo Programa de Jerusalén, que define los Objetivos del Movimiento Sionista, se expresa explícitamente que el fortalecimiento del Estado de Israel debe estar basado en la justicia y la paz proclamadas por los profetas”.

No vale la pena decir que en realidad no solo están traicionando al profetismo que es la esencia misma de la espiritualidad bíblica, sino al mismo Yahveh en el que pretenden fundamentar sus psicopáticas teologías militaristas y supremacistas. Al menos no vale la pena extenderse en ello porque, en realidad, tan solo utilizan sacrílegamente el nombre de Yahveh, junto a la doctrina de la elección del pueblo de Israel, para justificar su arrogante y criminal supremacismo.

En varias entrevistas (como esta o esta otra), la lúcida y valiente ex sionista Silvana Rabinovich analiza desde la espiritualidad bíblica profética los acontecimientos vividos en Palestina a lo largo del último siglo. Una espiritualidad profética que casi siempre estuvo enfrentada a la ideología judía militarista y auto-centrada en sí misma, una ideología practicada  por la mayoría del pueblo de Israel a todo lo largo de su historia. Un pueblo siempre rebelde a las propuestas de un Yahveh compasivo y misericordioso.

De hecho es muy evidente en la Biblia que el caudillismo y la realeza fueron instituciones toleradas de mala gana por un Yahveh que no conseguía que su pueblo entrase en aquellas dinámicas que El intentaba instaurar, dinámicas proclamadas por los profetas enviados por El: las dinámicas de la misericordia y la justicia frente a la prepotencia del poder, dinámicas solo posibles desde la conciencia de la propia vulnerabilidad (que despierta la empatía con la vulnerabilidad de los otros) y desde la depositación de la confianza exclusivamente en Yahveh.

Silvana Rabinovich expone la cara desconocida de los intentos iniciales del sionismo, una cara representada por personalidades de una notable grandeza de miras. Es el caso de Martin Buber. Fueron personalidades absolutamente enfrentadas a los líderes criminales del sionismo mayoritario triunfante. Unos líderes criminales que, al igual que las elites anglo-occidentales, “se adueñaron del realismo, pero que son inmensamente fantasiosas y sostienen una economía y un sistema que es autoinmune, que es suicida”, como ella explica. Ese sector que llegó a imponerse, justamente el de los procedentes de Europa central (tan racionales y calculadores), siempre se caracterizó por la arrogancia y el desprecio no solo hacia los palestinos, sino también hacia los judíos árabes e incluso hacia sus hermanos sefardís, los más auténticos descendientes étnicos de los hebreos.

Como explica en su libro Una tierra para dos pueblos, Martin Buber, junto a otros sionistas, rechazó en su momento, la solución por la que apostó la mayoría de ellos: la solución de dos estados. Pero, a esta altura de la historia, con tantas afrentas y agravios como ha habido, ¿cómo pensar en una solución de estrecha convivencia en un mismo territorio, parecida a la sudafricana tras el fin del apartheid, si ni tan solo parece posible una solución parecida a la de la partición India-Paquistán? En realidad, en total enfrentamiento con la proclamación de la necesidad de la empatía con los palestinos y el respeto a sus derechos como mayoría establecida entonces en Palestina, proclamación preconizada por el sector minoritario, la mayoría sionista procedente de Europa despreció esa solución de dos estados enseguida que se fue sintiendo en posición de fuerza para ir logrando la limpieza étnica que los convertiría a ellos en mayoritarios.

En sus respuestas, Silvana Rabinovich va desgranando multitud de perlas teológicas (aplicadas a la realidad política) que deberían haber cambiado la historia y que ella cree que aún podrían hacerlo para las próximas generaciones:

  • Existió una verdadera convivencia durante siglos entre judíos y musulmanes, convivencia en la que la pertenencia a una clase social era muy relevante, de modo que se daba una gran colaboración entre la gente de la clase pobre y trabajadora de ambos grupos.
  • Fue tras la aparición del arrogante colonialismo, con la partición del territorio entre británicos y franceses, cuando, aparte de la aparición del sionismo, empezaron los problemas graves.
  • Para Martin Buber y sus compañeros, el retorno a Palestina significaba un proyecto de Confederación de Comunidades Autónomas, en la que los judíos serían solo un grupo más y en la que ningún grupo fuese tan mayoritario que se impusiese a los otros.
  • Viendo los derroteros que el sionismo iba tomando, Martin Buber reprochó con energía que se pretendiese ir expulsando paulatinamente a los palestinos originales que los habían acogido hospitalariamente y que incluso los habían ayudado a cultivar la tierra.
  • Cada vez con más radicalidad, advirtió de que había que pedirles asilo en esa tierra muy humildemente y no venir como propietarios de ella, usando la Biblia como título de propiedad, tratándolos con la misma crueldad con la que ellos mismos habían sido tratados.
  • Es por ello que calificó de inmoral el cálculo demográfico que ya entonces pretendía convertir a los emigrantes judíos en una mayoría dominante.
  • En esta limpieza étnica, el terrorismo fue una práctica habitual de los sionistas ya desde el principio, por lo que Silvana Rabinovich rechaza la utilización del término terrorismo para referirse actualmente a la violencia de Hamás.
  • Lo cual está estrechamente relacionado con lo que Martin Buber calificó de principio muy nocivo: el querer más de lo necesario, ya sea en territorios o en recursos económicos.
  • Es ese principio tan nocivo, precisa Silvana Rabinovich, el que nos ha llevado al momento apocalíptico en el que ahora se encuentra toda la humanidad.

En segundo lugar, lo que intento poner de relieve en este artículo es que tanta arrogancia sionista, añadida a la de las elites anglo-occidentales, tiene la potencialidad de desencadenar El Fin de los Tiempos. Inicié un artículo anterior citando al ministro de Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, cuando afirmaba que  las élites occidentales se han habituado tanto a la impunidad, que han perdido el instinto de supervivencia o sentido de autoconservación. Este lúcido análisis, esta importante clave, merece ser profundizada. Y el hecho es que, cuanto más me pregunto por qué y cómo estas gentes han llegado a semejante delirio tan afuera la realidad, siempre llego a la misma conclusión: si algo les caracteriza es la arrogancia, la soberbia, la prepotencia, el desprecio a los demás… por causa de las cuales están llevando a la humanidad al borde del precipicio.

Pocas imágenes históricas me impresionan tanto como las de Adolf Hitler y su camarilla en sus horas finales. Los arrogantes, prepotentes y crueles triunfadores que un día arrasaban el mundo, que un día humillaban a tantos millones de seres humanos y destrozaban sus vidas… llevados finalmente, enormemente desconcertados, al lugar y situación de la que se habían hecho merecedores. Me pregunto si los prepotentes políticos estadounidenses que en estos días hacen unas declaraciones absolutamente estúpidas sobre la necesidad de acabar con Rusia o Irán, así como los altaneros miembros del Estado sionista empecinados en no abrir los ojos a la realidad, llegarán a darse cuenta a tiempo de que, con cada vez más poderosos países en contra suyo, llevan camino de un desenlace final semejante a la de aquellos delirantes monstruos nazis.

Todo lo cual nos conduce una y otra vez a las antiguas mitologías sobre el Origen y el Fin de los tiempos. Un Origen y un Fin en el que siempre aparecen unos poderoso seres y/o fuerzas malignas. Malignas desde la arrogancia luciferina o satánica. Todas esas mitologías, incluso aquellas que nacen en culturas que tienen un concepción cíclica del tiempo, son unánimes sobre el schaton. Es el Fin de los tiempos, en el que, tras una feroz lucha en la que la confusión llegará a su paroxismo, esta será finalmente aniquilada.

Una confusión tan peligrosa o más que el mismo error, porque es más sutil y difícil de aprehender que él. Al igual que lo subliminal es, en la propaganda, más peligroso que lo explícito. Es lo que explica que tantas personas que afirman que no miran la televisión estén de hecho tan intoxicadas como aquellas que reconocen sin ningún problema que se “informan” en la televisión. El hecho es que, independientemente de que el mito no deba ser confundido con la leyenda, y mucho menos con la historia, las claves y enseñanzas que contienen los mitos son, con mucha frecuencia, sumamente reveladoras.

Aunque les pese a las mentes racionalistas, cientificistas, empiristas, positivistas,  deterministas, materialistas o dadas a cualquier otro chato reduccionismo de siglos pasados, la supervivencia del mito no se debe tanto a un pensamiento mágico y primitivo como a la misma naturaleza misteriosa y sagrada de la Realidad. Y si, en los análisis sobre la gran conflictividad que existe entre los seres humanos, nos empecinamos en reducirlo todo a tan solo a algunas claves importantes pero insuficientes (como la de la lucha de clases por ejemplo) y a despreciar a quienes no comparten tal reduccionismo… estaremos también en peligro. En el peligro del dogmatismo y del complejo narcisista de superioridad intelectual, hermano menor de la arrogancia.

De hecho, algo debe haber tras tales mitologías, ya que la historia demuestra reiteradamente que cada vez que surge y se configura una camarilla del tipo de la camarilla nazi, a la que es precisamente esa arrogancia luciferina la que las define, se desatan grandes desastres para la humanidad. Pero, ahora, con al enorme capacidad propagandística de la que goza el arrogante poder anglo-occidental y con la poderosísima tecnología militar existente, lo que está en juego y ya aparece en el horizonte es nada menos que El Fin de los Tiempos.

Foto: Martin Buber

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