Bienaventurados los que leen, porque de ellos será el reino de las letras, de la imaginación, de los sueños, de la cultura y de la felicidad y la libertad. Y del amor. Los libros os harán libres. Los libros nos hacen felices. Si los libros nos hacen volver guapos, como dice mi buen amigo Biel Mesquida, es porque nos hacen libres, porque nos hacen buenas personas. Los que escriben los libros, aunque no sean del todo conscientes de ello, y salvando todas las excepciones, los escriben para hacer a los lectores libres y así poder escoger lo que les plazca. Elegir la felicidad o la desgracia. Aunque yo, cuando reflexiono, opino y escribo, soy muy bromista, no es ninguna broma esto que estoy diciendo. Leer es amar. Todo se reduce a esta aseveración, a este razonamiento. Felices los que leen porque de ellos será el regocijo, el placer y la emoción del amor. Los libros nos transmiten amor: amor a la vida, amor al mundo, amor a los demás y amor a nosotros mismos. Felices los que leen, porque aman. El amor es la gran maquinaria de la libertad y de la felicidad humanas. El amor se sirve de los libros y de la lectura para hacérnoslo saber. Para contagiárnoslo. Para engancharnos a ello. La lectura es una pléyade de sumideros de agua fresca y alegre.

Íntimamente, siempre acabo por reconocer que la lectura es la manifestación que más placer intelectual y espiritual me ha proporcionado. La Odisea, Hamlet, Los hermanos Karamazov, La espuma de los días, El idiota, De profundis, Fausto, El Quijote, Amic i Amat y, sobre todo, sobre todo, sobre todo El Nuevo Testamento. Justamente es en esta última breve lectura donde encontramos el tesoro de las Bienaventuranzas. Estas ocho formas de felicidad, como las anunció José María Cabodevilla, son la esencia del Evangelio. Se ha dicho que estas ocho formas de felicidad son la esencia del mensaje de Jesús. Es posible que quien lo expuso fuera del todo sincero, pero también es posible que le invadiera la emoción en ese momento de lectura o de reflexión. Lo digo porque en el Evangelio, en el Nuevo Testamento, por muy conciso y preciso que sea, hay tantas maravillas, que se nos comunican tanto de palabra como de hechos, que resulta muy difícil averiguar dónde está la mejor parte de esta inimitable narración.

Pero demos por bueno lo dicho, que las Bienaventuranzas sintetizan todo lo que se dice en este bienaventurado librito. A mí ya me parece bien en el terreno literario, porque estas ocho felicitaciones de Jesús son expuestas con una riqueza poética, metafórica y paradójica infinita. Cuando hace más de treinta y cinco años leí el libro de Martin Gardner, «Paradojas», me dejó estupefacto. Yo sabía qué eran las paradojas, pero ignoraba el zumo y el juego que se podía sacar de ellas. Pues, Jesús, en su Sermón del Monte, se adelantó al doctor Gardner en unos dos mil años. Las paradojas de Gardner y de Jesús, me dejaban y siguen dejándome lúdicamente y absolutamente desconcertado. Disfruto, alegre, con cara de pascua y de muy buen humor. ¡Las bienaventuranzas pronunciadas por Jesús me ponían y me ponen de buen humor! ¿Qué más puedo pedir yo, que siempre he leído para encontrar en los libros la alegría y el placer de vivir?

¿Cómo puede ser que escuchar a un hombre subido a una colina de Palestina felicitando a los pobres por su pobreza, me ponga de buen humor? ¿Cómo puede ser? Pues es así. Que me digan que los limpios de corazón y los misericordiosos, y los que trabajan por la paz son personas felices no me sorprende mucho, pero decir que también son felices los perseguidos por causa de la justicia, o que también lo son los que tienen hambre y sed, no deja de agobiarme y confundirme. ¿Felices, esta gente? ¿Felices los infelices? ¿Donde se ha visto nunca una paradoja tan contradictoria como ésta? ¿Felices los que están tristes? ¿Feliz el que pierda la vida, porque este la salvará? ¡Venga, va, hombre! Esto ya es el colmo. Pues es así. Cuando el lector lo examina bien, y reflexiona estas consignas detenidamente, se da cuenta de la verdad que contienen. Si yo hubiera estado en la falda de aquel cerro me hubiera puesto muy contento de aquellas palabras llenas de felicidad y de paz. En cada bienaventuranza me hubiera puesto en pie para aplaudir con toda la fuerza de mis manos cada palabra de aquel genio totalmente divino y humano.

Desgraciadamente, y políticamente, aquí y ahora, en nuestro país, en los Països Catalans, tal i como deberíamos nombrarlo, decididamente y de una vez por todas, Catalunya, ya que ésta es su denominación original e histórica, la auténtica, vivimos y sufrimos un proceso de liberación nacional que dura ya más de trescientos años, y no lo conseguimos. El imperialismo español y la pereza y la indiferencia europeas no nos permiten a los catalanes ser quienes somos. Inaudito lo que nos está pasando, bien entrado ya el siglo XXI y en el seno de una supuesta democracia occidental, antigua y actual. Inaudito. Nuestra autobienaventuranza que puede consolarnos y hacernos creer en un futuro cercano, generoso y esperanzador, sería esta: «Bienaventurados los cautivos de un Estado represor y autoritario, enemigo de la paz entre las personas y los pueblos, porque de ellos será un día su legítima y añorada libertad, la de una república independiente». Hay un texto profético, del farmacéutico Alexandre Deulofeu, mediante ecuaciones matemáticas, que asegura que Catalunya se liberará del Estado español en el año 2029. No sólo eso: España se desvanecerá como la débil llama de una vela. Hay que añadir que todas las predicciones que hizo Alexandre Deulofeu se han cumplido hasta ahora, desde la revolución del proletariado ruso hasta la revolución cuántica… Confiemos que esta no sea una excepción. «Bienaventurado ilustre doctor Deulofeu que nos habéis adelantado una firme esperanza en el futuro feliz y liberador: vuestro será el agradecimiento de todos los catalanes y de todos los pueblos oprimidos por el viejo imperialismo hispano». ¿Sueño? ¿Literatura? ¿Fe? ¿Realidad? Todo junto: ¡Ilusión y Vida! Es muy posible que en 2030 se erija una gran estatua de piedra viva de Montjuich al insigne compatriota nuestro.

¿De qué sirve preguntarle a un hombre que no sabe leer ni escribir que rellene un formulario con sus datos personales y lo envíe por correo certificado a una dirección determinada? Sirve, por lo menos, para pedir ayuda. «Bienaventurados los que piden ayuda, porque ellos serán ayudados». Queda poco para alcanzar nuestra meta. Nuestra independencia. Nuestra libertad.

Fuente: dBalears