Como muchos otros Estados del mundo entero, incluso europeos, España practica una política propia de violencia estructural. Estos Estados, más que de derecho, deberían conocerse como Estados de violencia. Ya sé que puede parecer exagerado, pero no lo es si se tiene en cuenta que esta violencia está, consciente o inconscientemente, estructurada.

Una vez se ha instalado esta estructura de violencia, entonces sí que se tiene conciencia de su realidad. Pero sus líderes políticos, religiosos, económicos y culturales se tapan la vista con papel transparente para hacer ver que no lo ven. Esto constituye la gran hipocresía universal que ahora mismo tiene la sartén por el mango.

Desde el día de mi nacimiento no ha cambiado ni una sola neurona de mi reloj biológico natural: soy un ciudadano de Mallorca, es decir, de los Països Catalans, como Ramon Llull, Ausiàs March o Mercè Rodoreda. Como el rey en Jaume, nacido en Montpellier. Todos nosotros somos auténticos catalanes de Catalunya, el único apelativo histórico de nuestra nación catalana formada por diferentes territorios y países que para ellos mismos tienen nombre propio.

Mi identidad, pues, es la catalana, de estructura pacífica y de patente política y cultural histórica, religiosa y lingüística. Soy catalán por naturaleza, y lo soy, además, por convicción y vocación. Si jurídica y administrativamente soy español es por la fuerza de un componente, postizo y sintético, nada legítimo, hecho de la violencia estructural del Estado. Con el cual, incluso Europa y el mundo entero, parecen estar de acuerdo.

Parece, también, que no hay solución, porque parece, otra vez, que el hombre está construido de una natural y potente estructura violenta.

Fuente: Última Hora