En una entrevista de estos mismos días, la doctora Ángeles Maestro hacía referencia a los beneficios de Moderna y Pfizer en Europa: 85.000 millones de euros tras haber invertido entre 1.000 y 1.500 en la fabricación de las vacunas. Y se trata de unos beneficios seguros, ya que las farmacéuticas han conseguido quedar exentas de cualquier responsabilidad frente a las futuras consecuencias indeseables de la vacunación. Por añadidura, tampoco son responsables de las falsarias declaraciones en los medios de comunicación realizadas continuamente tanto por sus propios lacayos encubiertos como por las decenas de miles de torpes profesionales de lo políticamente correcto que repiten como cotorras la doctrina oficial.

En el paso desde la documentación oficial a la divulgación en los medios se produce un desajuste tal, siempre a favor de los intereses de las élites, que finalmente se crean dos realidades paralelas. Y la que realmente importa, la que consigue el consentimiento social (de eso se trata), es la “realidad” presentada en los medios por decenas de miles de profesionales que no leen, que no profundizan los temas que tratan o que prefieren no hacerlo. Es una estrategia tan antigua como la aparición de los medios masivos de “información”. En este sentido, en el libro La hora de los grandes “filántropos” recojo una jugosa anécdota. Se trata de una de las grabaciones desclasificadas de las conversaciones entre el presidente Richard Nixon y Henry Kissinger: «El documental El hombre más peligroso de América recoge la grabación de las palabras con las que el presidente Richard Nixon ordenó poner en marcha una campaña en los medios para acabar con Daniel Ellsberg: Tenemos que pillar a ese hijo de perra. El problema es que todos los abogados buenos dicen: Hay que ganar el caso en los tribunales. ¡Que les den a los tribunales! Vamos a condenar a ese bastardo en la prensa. Así es como se hace».

El “éxito” económico de las grandes farmacéuticas está siendo extraordinario. Pero el fenómeno que me resulta más extraordinario de todos es el del proceso mediante el cual han conseguido imponer masivamente su propia visión de los acontecimientos. Una visión que, analizada un poco en profundidad, es realmente insostenible. Se trata de un fenómeno absolutamente asombroso. Un fenómeno que puede ser considerado como la más importante clave para comprender que se haya podido llegar a unos beneficios económicos tan descomunales y, al mismo tiempo, como un asombroso éxito en sí mismo. Por tanto cabe preguntarse: ¿Cuáles son a su vez las principales claves para explicar este sorprendente y casi increíble fenómeno consistente en haber logrado imponer de un modo tan eficaz una versión de los hechos tan inconsistente, pobre y chata?

Sí, una doctrina oficial absolutamente endeble. Solo la exorbitante cifra de tales beneficios debería bastar para hacer tambalear una doctrina que pretende poner como cuestión central la preocupación por la sanidad mundial y no la que realmente ocupa tal centralidad: el enfermizo afán para lograr unos beneficios que solo pueden ser considerados como escandalosos y hasta criminales. Los beneficios de la llamada Big Pharma superan en mucho los de cualquier otra industria, incluido el Complejo Militar Industrial. Quien en su esfuerzos por comprender lo que nos está pasando descuide ese eje central, dejará de hacer pie en la realidad y flotará en un mundo de ingenuos e ilusos.

La realidad no es otra que esta: semejante avidez y semejante avaricia en gentes tan poderosas necesariamente distorsiona y manipula todo, necesariamente corrompe todos los procesos, necesariamente utiliza todos los medios a su alcance para salirse con la suya, necesariamente acaba cayendo siempre en la criminalidad. La multitud de condenas judiciales recibidas por las farmacéuticas son la evidencia de ello. Y a los libros, algunos de los cuales ya cité en artículos anteriores, sobre los crímenes de las grandes farmacéuticas, podría ahora añadir el que Ángeles Maestro recomienda en su entrevista, calificándolo de paradigmático: Medicamentos que matan y crimen organizado del prestigioso biólogo Peter C. Gotzsche. ¿Qué aguas saludables puede manar de una fuente gravemente contaminada? ¿Acaso se pueden recoger frutos buenos de un árbol tóxico (Evangelio de Mateo 7, 17-20)? El futuro nos depara una impresionante contienda por la verdad, una contienda como quizá jamás antes la hubo. ¿Hasta cuándo serán capaces estas élites de silenciar unos hechos que cada día serán más evidentes?

Desde su mismo inicio esta pandemia ha estado plagada de demasiadas incongruencias que solo son descifrables cuando se tiene claro que todo apuntaba a forzar una vacunación masiva, fuesen los que fuesen los resultados y las consecuencias de ella. Tales incoherencias continúan hasta el día de hoy. Así, ahora sucede que, por ejemplo, algunos calificados como negacionistas somos los que, curiosamente, estamos alertando a los vacunados para que no se confíen, para que tengan cuidado, para que tomen conciencia de que los vacunados contagian y se contagian, para que eviten aglomeraciones sociales innecesarias… Es como si, una vez conseguida la vacunación, tan anhelada por los gobiernos, a la mayoría de los vacunados no les importase nada más. Es una situación realmente surrealista. Y peligrosa. Pero, no hay problema… ¡ya recurriremos a una tercera inyección! En un debate de semejante chatura no vale la pena ni argumentar que los hechos demuestran ya la inutilidad, o incluso peligrosidad, de tal medida extrema.

Estoy cada vez más convencido de que una de las más importantes claves, si no la que más, para explicar la tremenda potencia con la que se ha conseguido imponer la doctrina de la-vacunación-panacea-contra-la-pandemia hay que buscarla en lo que ya en 2008 yo mismo calificaba como “la multitudinaria casta de los propagandistas” en el libro África, la madre ultrajada.

Si es cierto aquello que afirmaban Martin Luther King, Albert Einstein y tantos otros de que el silencio de la gran masa de los buenos es el mayor de los males, mayor aún que la misma maldad de unos cuantos malos, entonces mi conclusión es clara: para convertir la doctrina oficial en pensamiento único, la reducida élite formada por aquellos que saben necesita de la casta de los propagandistas. Ellos son el importante e imprescindible eslabón intermedio para lograr el silencio de la gran masa de los buenos. Están aquellos que aceptan ser comprados. Pero también están los otros: aquellos que nunca se salen de lo políticamente correcto, de los cómodos consensos sociales. Estos sí son peligrosos, porque son multitud, porque acaban creyéndose que saben, porque su privilegiada posición les hace sentirse seguros y autosuficientes, porque las gentes creen realmente que ellos son los que saben, porque ¿cómo no va a ser verdad lo que dicen diez mil expertos?

Podría referirme al devastador trabajo de las grandes farmacéuticas de infiltración y lobbying o cabildeo en las instituciones y organismos internacionales hasta lograr decisiones y normativas contra las cuales, posteriormente, los estados nada pueden hacer. O a como fue impuesta una determinada gestión de la pandemia con prohibición e incluso criminalización de tratamientos tempranos de cuya eficacia empieza hablarse ahora, o como se abandonó a su suerte a los mayores en residencias. Podría referirme a tantas otras de sus muchas inconfesables y mafiosas prácticas y actividades. Pero nada de todo eso les sería útil si no lograsen alcanzar el consentimiento de las sociedades.

Por otra parte, es claro que si tienen a su servicio tal cantidad de propagandistas disfrazados de expertos y tantos miles de profesionales que se autocensuran cada día para acomodarse al guion que de ellos se espera… es sencillamente porque los dueños de los grandes medios son precisamente los mismos que los de las grandes farmacéuticas. Solo este segundo dato, tras el de los escandalosos beneficios, sería suficiente para que despreciásemos sistemáticamente cualquier presión mediática que pretendiese lograr que nos vacunemos sin plantearnos ni la menor duda. Las mal llamadas vacunas son sobre todo poderosos instrumentos para un enriquecimiento escandaloso, rápido y sin escrúpulos. De modo semejante, los grandes medios de información se han convertido sobre todo en poderosos instrumentos de control del pensamiento. Ángeles Maestro se refiere también a ello al final de su entrevista:

«Los propietarios de las grandes multinacionales farmacéuticas, los fondos Black Rock y Vanguard, que son los grandes fondos de inversión del mundo, son los mayores propietarios de las multinacionales farmacéuticas y además los propietarios de los grandes medios de comunicación. Un periódico que se dice independiente y de izquierdas como El País y la Cadena Ser son desde hace un año propiedad de Black Rock que compró por 1.000 millones la deuda del grupo Prisa. También son accionistas de Antena 3, de Tele 5, de La Sexta. Es decir, ese es el mundo que tenemos.»

Pero seguramente hoy no podría haber llegado a las conclusiones a las que he llegado si no hubiese vivido con anterioridad situaciones muy similares. Situaciones en las que, de modo absolutamente sorprendente, casi increíble, se ha conseguido imponer masivamente una burda y enorme falsedad. Es bien conocida la práctica unanimidad de todos los medios anglosajones en torno a la mentira de las armas de destrucción masiva de Sadam Hussein. Aunque en este caso hubo al menos algunas recciones internacionales, entre las que destacaron las grandes manifestaciones en Catalunya. Pero la enorme farsa internacional en la que directamente se negaba la existencia en el Zaire de cientos de miles de refugiados hutus ruandeses que iban siendo eliminados sistemáticamente, me abrió para siempre los ojos frente al poder devastador de una perversa propaganda que yo, en mi ingenuidad, ya no creía posible en Occidente tras la época de Joseph Goebbels.

Mientras llevaba a cabo en Bruselas un ayuno que llegó a los 42 días con el que denunciaba semejante carnicería, mientras me encontraba cara a cara con personas (misioneros, cooperantes, ruandeses) que acababan de escapar de aquellas espantosas masacres y recibía apoyos tan importantes como el de una veintena de premios Nobel o el de los grupos políticos del Parlamento Europeo, me produjo un verdadero shock la respuesta de personas muy cercanas a mí mismo: “Yo me guío por los expertos y ellos dicen que ya no hay refugiados ruandeses en el Zaire”. Preguntados por quienes eran esos tales expertos, la respuesta siempre era parecida: los profesionales de Le Monde, El País, etc.

Curiosamente, es la misma respuesta que recibo ahora, de personas igualmente muy cercanas, cuando intento alertarles de que en países que nos llevan meses de adelanto en el proceso de vacunación, como es el caso de Israel, la casi totalidad de hospitalizados e ingresados en UCI son personas vacunadas. O de que aquí, en Mallorca, ya han debido ser intervenidas seis residencias de mayores y de que precisamente se da el mayor número de contagios en aquellas en las que ya se ha aplicado la tercera dosis de la vacuna. Fue así como ya en 2008, en la introducción del libro África, la madre ultrajada, tuve que dedicar especialmente un apartado a aquello que titulé “La casta de los propagandistas”:

“Emma Bonino, enfrentándose a la práctica totalidad del establishment, y llevándose consigo todas las cámaras de TV que pudo conseguir, voló a lo más profundo de Zaire. Junto a la pista de tierra de Tingi Tingi encontró una enorme masa de cientos de miles de refugiados prácticamente desahuciados. Dejó tan en evidencia a los poderosos farsantes empeñados en negar la existencia de esos cientos de miles de seres humanos malditos y ‘sacrificables’, que tan sólo unas pocas horas después ya se excusaban. ‘Nuestros satélites –se disculparon desde el Pentágono– no estaban bien orientados’.

‘He retornado de los infiernos’, denunció por su parte la comisaria en Bruselas a su vuelta. A pesar de todo ello, la dura realidad es que el mundo no reaccionó. Eran muchos los intereses en juego, era mucha nuestra indiferencia, eran muchos los propagandistas vendidos a la doctrina oficial o simplemente dóciles y complacientes con lo políticamente correcto, era ya muy difícil de contrarrestar la propaganda que criminalizaba a los maltrechos refugiados y los hacía ‘eliminables’.

En noviembre de 2008, hastiado de que la comunidad internacional tolerase un nuevo ataque de Ruanda al Congo a través del supuesto ‘rebelde’ Laurent Nkunda, hastiado ya de que tantos propagandistas continuasen confundiendo a la opinión pública tras más de una década de permanentes ataques de este tipo, escribí un artículo donde me refería a ellos:

[…] para convertirla [la doctrina oficial] en pensamiento único, [la élite formada por aquellos que saben] necesitan de la casta de los propagandistas. Ellos son el importante e imprescindible eslabón intermedio para lograr el silencio de la gran masa de los buenos. Silencio que para Martin Luther King, Albert Einstein y tantos otros es el mayor de los males. Mayor aún que la maldad de aquellos pocos que cuentan. Los propagandistas están entre las élites de la política, de la diplomacia, de la información, de los derechos humanos, de la cultura… […]. La información es tan poderosa que sólo con suponer que existe, las gentes ya quedan predispuestas y sumisas. ‘Lo han dicho en televisión’, ‘sale en El País‘… Lo importante no es el mensaje sino la autoridad que depositan en el mensajero. Estas élites son las que toman decisiones, las que crean opinión. Hay en ellas muchos buenos y hasta extraordinarios profesionales, pero por desgracia también están los propagandistas, muchos, demasiados.

En la etapa que precedió y siguió al histórico e inolvidable encuentro de los tres megalómanos de las Azores, una cosa me impresionaba sobremanera: la incapacidad de toda una élite estadounidense para el más mínimo distanciamiento crítico respecto a la versión oficial, fabricada artificialmente e impuesta masivamente a la gran masa social de ese país. La incapacidad para el más elemental ejercicio de crítica por parte de tantos políticos y diplomáticos experimentados, de la práctica totalidad de los grandes medios de comunicación, de tantos analistas de primera línea, de tantos supuestos expertos, fue verdaderamente escandalosa.

La enorme presión social y emocional, las censuras desde el vértice del poder político o empresarial, la autocensura cotidiana y otros muchos factores semejantes fueron capaces de producir lo que en principio parece impensable y un poco ‘paranoide’: el consenso prácticamente general sobre una tesis basada en un manojo de mentiras burdas e impresentables. Desde mi punto de vista, que llevo elaborando desde hace ya tres lustros con una dedicación prácticamente en exclusiva a este conflicto, creo que eso mismo es lo que está sucediendo ahora respecto a esa vasta región africana. Aunque ahora los manipulados por una implacable y eficaz propaganda ya no son sólo los estadounidenses sino también todos nosotros, los europeos.

Hay dos categorías de propagandistas. Están aquellos que aceptan ser comprados. Pero también están los otros: aquellos que nunca se salen de lo políticamente correcto, de los cómodos consensos sociales. Estos sí son peligrosos, porque son multitud, porque creen saber, porque su privilegiada posición les hace sentirse seguros y autosuficientes, porque las gentes creen realmente que ellos son los que saben, porque ¿cómo no va a ser verdad lo que dicen diez mil expertos? Son una subcasta especial dentro de la casta de los que saben, aunque en realidad no saben nada. Y les salen baratos a los promotores de la versión oficial. Trabajan para ellos sin tan sólo ser conscientes de estar en nómina. Posiblemente en ningún conflicto como en éste han caído tantos de ellos en la red de una hábil propaganda.

Son especialistas en repetir como loros lo que dictan las grandes agencias. Son expertos en el arte de seleccionar, copiar y pegar. Son aquellos que, a veces, para demostrar que son periodistas de investigación, añaden algo de su propia cosecha. Siempre sin salirse del marco de lo políticamente correcto. O incluso siendo más papistas que el Papa: ensalzando a los agresores criminales. Queda bien. Como Jonh Carlin refiriéndose a Kagame: ‘Es de una generosidad que ni el propio Jesucristo habría podido imaginar’. El mismo Kagame al que, sin embargo, los que realmente se esfuerzan en saber, califican como ‘el mayor criminal en activo’. O rematando a las víctimas. Como hacen otras/os insignes periodistas de cuestiones internacionales. Pues la doctrina oficial dice que esas víctimas son los culpables, o como mínimo los corresponsables. Pero, a los otros corresponsables, a los protegidos de los grandes de nuestro mundo, mejor no tocarlos. Estos expertos disponen de páginas y páginas en los más importantes medios… Qué curioso. Algunos han pasado días o quizá semanas ‘sobre el terreno’ y ya son incuestionables. Otros hasta han recibido premios a su magnífica labor profesional. Pero no se dan cuenta de que, en expresión del colectivo SOS-Ruanda-Burundi: ‘Se han convertido en vulgares distribuidores de una mentira tan dañina como la peor droga’. Me he encontrado muchos de ellos en estos años. Aunque hace ya un tiempo que ha empezado su extinción.

El hecho es que, como relata Umutesi y tantos otros protagonistas directos de esta historia, la gran mayoría de sus compañeros de huida, que tan ‘bien atendidos’ estaban, murieron en realidad en las semanas posteriores: decenas de miles de ellos cazados por los asesinos del EPR con la ayuda del ACNUR. Por todo ello, estas duras palabras no son fortuitas como remate de esta introducción. Pretenden ser una voz más, una voz de alerta respecto a uno de los mayores peligros actuales para la verdad, la justicia y la paz: el estratégico posicionamiento en los grandes medios de tendencia progresista, así como en las grandes ONG, de expertos utilizados para modelar la opinión pública respecto el conflicto del África de los Grandes Lagos. Para modelar, en especial, la opinión de aquellos sectores políticos y sociales que podría reaccionar frente a tales barbaries: las gentes de la izquierda. Algunos de tales expertos son simplemente profesionales bien instalados que juegan siempre a la carta de lo ‘políticamente correcto’. Pero otros, una pequeña pero muy influyente minoría, han sido realmente captados por quienes al más alto nivel mueven los hilos de esta propaganda. Unos han sido seducidos y atraídos de modo sutil pero efectivo; otros, directamente comprados.

La contumacia de éstos, a pesar de que cada día están quedando más en evidencia, y la incapacidad de los divulgadores para reconocer que han sido engañados, están siendo unas importantes inercias en esta gran mentira que, como una locomotora sin freno, está siendo tan difícil de detener. Esta nueva modalidad de manipulación de la opinión pública a través de expertos y ONG se añade ahora a la ya clásica: la que actuaba a través de los supuestos analistas especializados de los medios de comunicación. Unos y otros son actualmente los grandes creadores de opinión. A este respecto es sumamente revelador el hecho de que Roger Winter, el anterior presidente de InterAction, una gran plataforma estadounidense de ONG, haya sido a la vez el hombre clave del Pentágono para la conquista de Ruanda y Zaire. Y que ahora lo esté siendo en Darfur. Por el bien del colectivo de ONG, cuya labor es tan importante para nuestro mundo, creo que hay que denunciar sin corporativismos malsanos a quienes están utilizando el prestigio de este colectivo y dañando gravemente su credibilidad.”

Dr Peter Gøtzsche: Medicamentos que matan y crimen organizado (03.10.2013)