El objetivo del informe encargado a la comisión presidida por Vincent Duclert parece claro. En palabras del mismo Emmanuel Macron, ahora ya es posible “el acercamiento” entre Francia y Ruanda. Por tanto, lo que encargó el presidente francés no fue un informe propiamente científico sino una herramienta política que justificase lo que va a venir: nuevos “avances futuros irreversibles” en las relaciones bilaterales. Otra prueba evidente de que no se trata de un informe científico es que ni el mismo Vincent Duclert ni los otros historiadores de la comisión conocen gran cosa del complejo dossier ruandés. Por otra parte, pretender que en la esfera de realpolitik pura y dura, en la que se mueve el presidente Macron, tenga demasiada importancia el sufrimiento de las víctimas tutsis (a la vez que no importa nada en absoluto el de una masa incomparablemente mayor de hutus y congoleños) no parece muy realista.
Buscando el favor de Paul Kagame, un gran hombre fuerte de África
Por tanto, una pregunta se impone por sí misma con toda claridad y fuerza: ¿Puede ser casual que, traicionando a tantos otros franceses (desde el presidente François Mitterrand a los familiares de los diversos ciudadanos franceses asesinados por Paul Kagame), el presidente Macron intente acercarse justamente a aquel que cada vez aparece más claramente como un gran hombre fuerte en África, aquel que cada vez acumula más poder internacionalmente como proveedor para Occidente de las cuantiosas materias primas estratégicas de la RDC?
Si todo un primer ministro británico como Tony Blair le sale “muy barato” a Paul Kagame (según él mismo ironizó), ¿podemos extrañarnos de que Emmanuel Macron busque una alianza con este poderoso hombre fuerte que va a presidir la próxima reunión mundial de la British Commonwealth of Nations a la vez que ha conseguido que una ruandesa ostente la Secretaría General de la Francofonía? En anteriores artículos hice notar que los guardaespaldas de este criminal de masas son “filántropos” que, como el mismo Bill Gates, están por encima de presidentes y estados. Hace unos días hemos visto como una autoridad ruandesa reñía, como se riñe a un adolescente, al embajador belga que se interesaba por la suerte de Paul Rusesabagina.
Un gigante con pies de barro
Pero tal poderío es solo una de las dos caras de la moneda: al mismo tiempo, la posición de Paul Kagame está en franca crisis, como nunca lo estuvo antes. Más aún, me parece que no se trata de facetas equiparables de la realidad actual de este personaje nefasto. Más bien diría que tanto poderío es solo la parte visible de un iceberg. O que, con un ejemplo más preciso aún, Paul Kagame es tan solo un gigante con un fundamento tan débil como el de la imagen del sueño de Nabucodonosor, rey de Babilonia (capítulo 2 del Libro de Daniel): Paul Kagame es tan solo una estatua enorme, brillante y terrible, hecha de oro, plata, bronce y hierro (podríamos añadir al relato bíblico otros muchos metales preciosos y estratégicos de la RD del Congo expoliados por él a sangre y fuego) pero con pies de hierro mezclado con arcilla.
Por eso, al igual que en el relato del profeta Daniel, puede bastar tan solo una piedra para que se derrumbe repentinamente en cualquier momento. Quedarían así en evidencia todos sus “padrinos”, aliados, cómplices y turiferarios. Quedarían desconcertados, como proclama María en el Magníficat sobre los poderosos y soberbios (Lucas 1, 51-53). Algo muy propio de “los expertos” y de sus “informes” es que con frecuencia ni tan solo son capaces de ver lo que ya se viene encima. Están demasiado ocupados en sus “brillantes” (y rentables) especulaciones y fantasías. ¡Cuántos derrumbes ha habido en la historia mientras los analistas “de reconocido prestigio” estaban en La Babia!
Apuntalando otra vez la tambaleante doctrina oficial del único genocidio
Efectivamente, cualquier observador con un cierto seguimiento de los acontecimientos que se van sucediendo en el África Central sabe que el régimen ruandés pasa por una importante crisis: el coraje sostenido de la oposición democrática, la contestación en el interior mismo de Ruanda por parte de muchos héroes anónimos dispuestos a denunciar la situación de opresión incluso a riesgo de perder su vida, la fuerza moral desde el exterior de personas como el Nobel de la Paz Denis Mukwege, las reacciones demasiado descaradas del régimen ruandés contra él, las referencias cada vez más frecuentes e internacionales a la importancia del Informe Mapping, el increíble secuestro y enjuiciamiento de un héroe internacional como Paul Rusesabagina, el incalificable asesinato del embajador de Italia en la RDC… son prueba de ello.
Y esta importante crisis no creo que sea un elemento sin relación alguna con este nuevo intento de apuntalamiento del régimen ruandés que es el Informe Duclert. Más concretamente, un apuntalamiento de la doctrina oficial sobre la que el régimen está edificado. Y en verdad necesita importantes apuntalamientos ya que en su fundamento hay demasiada arcilla. Emmanuel Macron tendrá su propia agenda en relación al Informe Duclert, pero seguro que la de Paul Kagame es otra: sostener una vez más, en este momento crítico, su sagrada versión oficial del único genocidio. Sin ella, todo su régimen se desmoronaría. Por eso mismo, cada vez que ha habido un acontecimiento que la ha hecho tambalear, la furibunda reacción no se ha hecho esperar.
Apuntalando desde hace décadas un régimen terrorista y genocida
Así ocurrió cuando llevaron ante la justicia a Charles Onana por su valiente acusación contra Paul Kagame por su responsabilidad sobre la autoría del atentado del 6 de abril de 1994. O cuando Pierre Péan tuvo que soportar en Francia un agotador juicio por difamación contra la etnia tutsi y una terrible campaña contra su persona por haberse referido en su libro Noires fureurs, blancs menteurs. Rwanda 1990-1994 a la cultura de la mentira y de la manipulación propia de las élites cortesanas tutsis. O cuando Christian Davenport y Allan C. Stam hicieron público su importante documento titulado ¿Qué sucedió realmente en Ruanda?), que dejaba en evidencia que más de la mitad de las 800.000 víctimas del genocidio de la primavera de 1994 debieron ser miembros de la etnia hutu. La reacción del régimen Kagame intentando neutralizarlo y los ataques a estos investigadores brillantes y honestos fueron impresionantes.
Podría referirme a otras situaciones parecidas, pero acabaré haciéndolo solo a aquellas que he vivido personalmente a partir del momento en el que el juez Fernando Andreu emitió el 8 de febrero de 2008 su conocido Auto con la orden de arresto contra cuarenta relevantes miembros de la cúpula del FPR. Dicho Auto, de 181 páginas repletas de incontestables testimonios, era demoledor para la dogmática y falsaria doctrina que legitima al régimen Kagame y todos sus abyectos crímenes. Así que enseguida comenzó la desautorización de las tesis del juez e incluso la ridiculización de su persona. “Insignes” plumas como la de la desaparecida Alison Des Forges se pusieron en ello.
La utilización de la ONU para proteger al criminal Paul Kagame
Finalmente, menos de un año más tarde, el 13 de enero del 2009, fue firmado por cinco expertos un calumnioso informe contra nosotros: Raymond Debelle, Bélgica, experto regional; Christian B. Bietrich, Estados Unidos, experto en aviación; Claudio Gramizzi, Italia, experto en armas; Mouctar Kokouma, Guinea, experto en aduanas; y Dinesh Mahtani, Reino Unido, experto en finanzas y coordinador del grupo. Expertos de firma fácil, dispuestos al parecer a firmar lo que haga falta (como los del reciente Informe Duclert), designados por el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, en virtud de la resolución 1857 (2008) tras consultar al Comité del Consejo de Seguridad. Fueron “asesorados” por la agente del FPR Rakiya Omaar. Sus inverosímiles acusaciones, contra mí en particular, convirtiéndome en el gran financiador de las genocidas FDLR, pretendían desactivar las citadas cuarenta órdenes de arresto. De hecho, las fuertes presiones estadounidenses incluso consiguieron que España cambiase sus leyes y renunciase a su capacidad de impartir una justicia universal en la que había sido un referente mundial.
Pero estas gentes no contaban ni cuentan con lo inesperado. Lo inesperado que todo verdadero cristiano debería esperar siempre. Son incapaces de entender el ámbito de lo que el hermano Roger Schutz, fundador de la comunidad ecuménica de Taizé, llamaba lo inesperado. Pero lo inesperado llegó: después de que Julian Assange lamentase públicamente que los cinco grandes diarios globales con los que había llegado a un pacto no estuviesen publicando cables realmente importantes, WikiLeaks hizo públicos cinco cables cursados entre el embajador de Estados Unidos en Madrid y el Departamento de Estado, cables que dejaban en evidencia todo este complot internacional contra la querella que habíamos interpuesto en la Audiencia Nacional.
La crisis de la globalización made in USA
Pero este mal que parece inacabable tiene dos epicentros. Por una parte tenemos el núcleo duro de una organización, el FPR, a la que el juez Fernando Andreu calificó de organización terrorista. Pero además está el poder (económico, militar, político y mediático) occidental que, como explicó Julian Assange, tiene su centro de gravedad en Estados Unidos. Y resulta que este imperio, no liderado exactamente por Estados Unidos sino más bien por unas poderosas élites globalistas que utilizan esa gran nación para sus inconfesables planes, se encuentra actualmente en una situación muy parecida a la del régimen ruandés.
Es cierto que sigue gozando de un gran poder real en el mundo. Pero, a la vez, sufre también la más profunda de sus crisis desde que tras la Segunda Guerra Mundial se convirtió en la gran potencia hegemónica. No solo no se resigna a aceptar la realidad de que ya no es posible la unilateralidad de la que disfrutó durante décadas sino que pretende frenar el creciente poderío de China o Rusia. Siendo como son unos especialistas en el arte del monopolio, ni tan solo son capaces de entender otro lenguaje que el de la competencia desleal e incluso criminal. Y, por añadidura, ambos epicentros de la gran tragedia que vive el África Central desde hace más de tres décadas tienen curiosamente el mismo talón de Aquiles: la mentira y las debilidades de la propaganda frente a la realidad, por más ingentes recursos que se dediquen a ella.
Apuntalando el paradigma imperial hollywoodiense, “Nosotros somos los buenos”
Tras la publicación que realizó de los llamados Papeles del Pentágono, Daniel Ellsberg dejó en evidencia que, al igual que el régimen de Paul Kagame, el proyecto de dominación estadounidense está basado en un paradigma que tiene mucho de hollywoodiense: “Nosotros somos los buenos”. En este momento actual, tan crítico para ese paradigma, el estado profundo no se puede permitir que emerja una verdad tan incómoda como la del dossier ruandés: Los Aliados, los liberadores de los campos de exterminio nazis se han convertido en los responsables del mayor holocausto habido tras la Segunda Guerra Mundial. Semejante verdad no debe emerger jamás.
Así como Rusia, la otra gran liberadora de los campos de exterminio nazi, va paulatinamente a mejor, Estados Unidos avanza incontestablemente hacia peor, por más que pretendan ocultarlo con la más poderosa de las propagandas. Me acuerdo con frecuencia de aquello que comentó ante la prensa la congresista Cynthia McKinney cuando vino a Mallorca para apoyar nuestras tareas y mi candidatura al Nobel de la Paz: “Estados Unidos ya no es lo que era”.
A lo largo de tres décadas ha sido también constante el esfuerzo estadounidense por mantener silenciada esta verdad demasiado incómoda. Pero nos encontramos con que en este momento la versión oficial de la gran tragedia ruandesa parece estar a punto de derrumbarse. Son demasiados los acontecimientos que la están socavando seriamente. Y resulta que en esa versión paralela de la realidad, que debe exonerar al Imperio de toda responsabilidad, es fundamental el criminalizar al único actor que se opuso en alguna mediada al proyecto estadounidense causante de semejante tragedia: la Francia de Mitterrand, el único líder que en aquel momento no se plegó totalmente a la prepotencia estadounidense. Todo un símbolo, todo un monumento que conviene ensuciar y, si es posible, hasta derruir. La criminalización de François Mitterrand completa y fortalece la criminalización del régimen de Habyarimana, su aliado.
Estados unidos no cometió ningún error
Es sorprendente la auto fijación obsesiva de Francia en sus propios errores mientras es casi imposible encontrar en los medios franceses referencia alguna a las gravísimas responsabilidades estadounidenses. Más aún cuando precisamente los mayores errores de Francia favorecieron enormemente al FPR: ser demasiado ingenua frente a las inconfesables intenciones y el perverso talante de Paul Kagame mientras presionaba en exceso y exigía demasiado a un pueblo a punto de hundirse en el abismo.
Y sin embargo, podría ser cierto que, a diferencia de Francia, Estados Unidos no cometiese el menor error. Porque esta cuestión podría plantearse de modo parecido a aquel con el que Adolfo Pérez Esquivel planteó una situación semejante. El 5 de diciembre de 1998 la secretaria de Estado de Bill Clinton, Madeleine Albright, reconoció que las políticas estadounidenses de apoyo a las dictaduras sudamericanas en la década de los setenta fueron “un terrible error”. En Barcelona, ante decenas de cámaras de televisión y micrófonos de radio, Adolfo Pérez Esquivel, con un gesto irónico, respondió así al ser preguntado sobre qué opinaba de tal reconocimiento: “Yo no consigo recordar ningún error. Solo recuerdo que elaboraron un plan y lo aplicaron a la perfección, sin el menor error”.
Conclusión
Creo que el informe Duclert no puede desligarse ni de la crisis de legitimidad del régimen Kagame ni de la crisis semejante por la que pasa el Imperio de los grandes “filántropos” anglosajones. Hace tiempo que en Francia, al igual que en muchos otros de nuestros países, ya no es demasiado significativa la diferenciación entre izquierdas y derechas. La verdadera nueva línea divisoria está entre nacionalistas conscientes de la interdependencia mundial y globalistas al servicio de dichas elites filantrópicas. Es importante no olvidarlo, so pena de no entender bien muchos de los últimos acontecimientos mundiales, incluidos algunos como el reciente Informe Duclert. En este conflicto, quienes no han sido capaces de ver la realidad más allá de dualismos y esquemas prefijados (izquierdas-derechas, clero-laicismo, Francia-Estados Unidos, etc.) han sido engullidos por la propaganda.
Por tanto, creo que es un error oponer las políticas francesa y estadounidense para Ruanda, por más que ahora parezca que, a diferencia de Francia, Washington va tomando una cierta distancia crítica frente a Paul Kagame. ¿Hemos olvidado que fue a Francia a la que tales élites encargaron el feroz ataque a Libia? El Nobel (y criminal) Obama pudo permanecer en un discreto segundo término. No es difícil darse cuenta de que, tras décadas de infiltración en las cúpulas de una nación de tanta influencia en África, Francia juega ahora en Ruanda el mismo papel que se pretende que España juegue en Venezuela, por ejemplo. Los ideólogos de esas élites globalistas son casi tan astutos y maquiavélicos como las ancestrales élites feudales tutsis. Es la ubwenge, el milenario “arte” de la astucia manipuladora y hasta criminal.
Hace unas semanas envié a Adolfo la noticia de que Estados Unidos se unía al Reino Unido en unas declaraciones semejantes a las de este sobre su preocupación por las violaciones de los derechos humanos en Ruanda, sobre sus peticiones al régimen ruandés de que lleve a cabo investigaciones transparentes, creíbles e independientes (respecto a las denuncias de asesinatos extrajudiciales, muertes bajo custodia, desapariciones forzadas y torturas), y sobre la necesidad de llevar a los autores ante la justicia. Su respuesta fue esta: “Es la doble cara de Estados Unidos y el Reino Unido, pedir a Paul Kagame que investigue lo que ellos mismos hacen. Nunca los asesinos se investigan a sí mismos. Eso quedó demostrado con las dictaduras en América Latina y en particular en Argentina”.