Hubiese preferido titular de otro modo este escrito: “Mi alma no está en venta, id a otra parte”. Es la respuesta de un joven extraordinario, Anselme Mutuyimana, a los esbirros de Paul Kagame que intentaban comprarlo. Es la respuesta a aquellos que acabarían asesinándolo al constatar que este héroe, encarcelado desde los 24 a los 30 años, era irreductible al soborno, a la tortura y al chantaje mediante amenazas a sus familiares. Y el asesinato de este cercano colaborador de Victoire Ingabire, su mano derecha, es el “regalo” que Paul Kagame le hizo a ella, a su partido y a toda la oposición la misma víspera de la fiesta del 9 de marzo en la que un año más se concedía en Bruselas el Premio Victoire Ingabire. Pero la historia de este joven, negro y desconocido, seguro que no “vendería”, seguro que no interesaría a casi nadie si no la enmarcase en unos horizontes más amplios que el de los silenciados y sistemáticos crímenes en la madre África, que tan poco importan a nuestros grandes medios y a nuestra sociedad. 

Cuando sus compañeros me comentaron en Bruselas ese mismo sábado 9 de marzo que Anselme es ya el décimo sexto secuestrado por los asesinos del gran criminal Kagame que ha “desaparecido”, ha aparecido “suicidado” o ha sido encontrado muerto en circunstancias “confusas”, me acordé de la larga lista de heroicos activistas negros antiapartheid asesinados por el régimen racista sudafricano que aparece al final de la película dirigida por Richard Attenborough “Grita Libertad” y en la que Denzel Washington interpreta al líder asesinado Stephen Biko. Lamentablemente los seres humanos somos tan lentos para abrir los ojos, tan torpes para entender y, sobre todo, estamos tan condicionados actualmente por una propaganda masiva tan idiotizante que  nos emocionamos viendo películas sobre héroes del pasado pero no gastamos ni la más mínima energía necesaria para atravesar la espesa niebla de tanta manipulación mediática con la que en el presente son ocultados crímenes como aquellos que nos conmueven cuando los vemos en las pantallas de cine. Una propaganda que ha perfeccionado aquello tan antiguo, ya milenario, de construir monumentos a los antiguos profetas mientras se asesina a los actuales (capítulo 23 del Evangelio de san Mateo).

En esta segunda parte del presente artículo no me centraré, como en la primera, en la  sistemática distorsión mediática de los hechos sino en lo no tratado, en la elección de lo que debe ser o no ser publicado. O, lo que es lo mismo, me centraré en una decisiva creencia profundamente arraigada en millones de conciudadanos: lo que no sale en los medios no existe, o al menos no es importante. Esta es la principal estrategia desinformadora para ir construyendo una realidad ficticia paralela a la verdadera Historia. ¡Necios manipuladores si se creen capaces de engañar a Dios y a la Historia! Sería bien aleccionador elaborar una lista de genios que, en todos los ámbitos, cambiaron la Historia pero que fueron ninguneados por sus contemporáneos, en especial por los historiadores y expertos “oficiales” que tienen todo tan claro y tanto púlpito mediático a su disposición.

En la primera parte de este artículo me refería a un tipo de diálogo que suelo tener con frecuencia. Un diálogo que últimamente ya corto por lo sano al decir a mi interlocutor que no voy a abrir ningún debate con él hasta que no contraste con otros medios las informaciones supuestamente fiables de “los grandes medios occidentales” en las que basa sus convicciones. Medios que en realidad tan solo son los hegemónicos en una cuarta parte de la humanidad. Pero a veces este tipo de diálogos toma otros derroteros:

¬ ¿Por qué me hablas de Venezuela? -suelo preguntar yo.

¬ Porque la situación es catastrófica -me suelen responder.

¬ Perdona pero es peor en Yemen, en Ruanda, en Congo… -insisto yo. Yo creo que hablas de Venezuela porque cada hora nos bombardean mediáticamente contra ella. La mayor mentira mediática está no en lo que se nos cuenta sino en la selección de los temas y en lo que se silencia.

¬ Bueno, Venezuela es más cercana a nuestro mundo hispano y occidental -retoman ellos.

¬ Y de Estados Unidos, ¿por qué no hablamos? -concluyo por mi parte. Las desigualdades son enormes, los pobres no tienen acceso a la sanidad… Podríamos hablar también de todo ello. Es muy grave. Y sobre todo podríamos recordar aquello que afirmaba Martin Luther King antes de ser asesinado: una nación que dedica incomparablemente más recursos a armamento que a necesidades sociales está moralmente muerta. Parafraseando esta denuncia de alguien que amaba a este gran país -que ahora tiene ya un millar de bases militares sembradas en cualquier lugar de nuestro planeta y que aspira a una dominación hegemónica desde que se fue convirtiendo en la única potencia realmente imperial que quedó tras la Segunda Guerra Mundial-, podríamos decir: “Un país que arrasa el mundo está moralmente muerto y putrefacto”. ¿No te importa que la supuesta democracia de referencia arrase el mundo? Yo creo que un país que destruye pueblo tras pueblo está peor que Venezuela.

Hace hoy exactamente veinticinco años, el 6 de abril de 1994, las élites profundamente perversas de una sociedad moralmente muerta -que ni sabe cuantos países están bombardeando en este momento-, unas élites a las que se someten sistemáticamente el resto de democracias de un Occidente seguidista, cobarde y cómplice, cometían el doble magnicidio que desencadenó el genocidio ruandés. Así que, como era de suponer, hace ya días que una pestilente campaña intoxicante se extiende por todos “nuestros” grandes medios. Gentes como Alfonso Armada difunden sus mentiras. Insisten incansablemente sobre la tesis de un genocidio planificado, cuando el mismo Tribunal Penal Internacional para Ruanda absolvió de toda planificación incluso al coronel Bagosora, máximo responsable del genocidio de tutsis. O sobre los machetes vendidos por China al régimen hutu para que pudiese ejecutar su planificado genocidio, partida de machetes que todo investigador honesto sabe que era una más de las servidas durante décadas a un pueblo fundamentalmente agrícola que necesitaba tal herramienta. O sobre las fantasiosas denuncias del general Dallaire, que en realidad conspiraba calladamente con Paul Kagame y que ha sido puesto en evidencia por su segundo, el coronel Luc Marchal. Gentes como Alfonso Armada que, sobre todo, callan lo realmente importante, como el auto del juez Fernando Andreu que imputa a Paul Kagame por los más terribles crímenes posibles y dicta orden de captura contra sus cuarenta colaboradores más cercanos e importantes.

Querido y admirado Anselme, aunque no tuve la suerte de conocerte personalmente, espero que nos encontremos un día no muy lejano, envueltos en la luz gloriosa del Señor. Hasta entonces, seguro que nos ayudarás a seguir buscando nuevos horizontes para tu querido pueblo de Ruanda. Porque tu mundo existe, aunque no salga en unos corruptos grandes medios que nos bombardean todo el día con su propaganda contra los “tiranos” al-Ásad o Maduro, “tiranos” que sin embargo fueron votados por sus pueblos en unas elecciones legítimas cuya limpieza fue reconocida por las instituciones internacionales. O contra los “separatistas” catalanes que “quieren romper España”, “rebeldes violentos” que en realidad no quieren romper nada sino tan solo liberarse pacíficamente de las agobiantes élites económicas, políticas o mediáticas de una España cada día más autoritaria y fanática. Más aún, Anselme, no solo tu mundo existe sino que tú eres el que realmente estás vivo. Como afirmaba el cardenal Altamirano en la última imagen de La Misión refiriéndose a aquellos que habían sido asesinados por los poderosos esclavistas. Los otros, los “expertos” de toda casta de El País y otros magníficos grandes medios globalistas, están muertos.

Como, tras tu asesinato, escribía sobre ti tu compañero de partido Placide Kayumba, “Es la miseria cotidiana de los ruandeses así como el deterioro de las condiciones y la calidad del sistema educativo los que empujaron a Anselme hacia el compromiso para ayudar a mejorar las cosas. A nosotros nos corresponde decir hoy a sus asesinos: ‘¡Nosotros no hemos sido derribados, somos más fuertes aún que ayer! ¡Porque de un activista habéis hecho un mártir, de un combatiente un Héroe, de un Mutuyimana Anselme habéis hecho ‘el’ Mutiyimana, Nuestro Anselme Mutuyimana, el que inspirará nuestras generaciones, las de nuestros hijos y las de los hijos de nuestros hijos! ¡Sobre su historia será construida nuestra patria, nuestros niños marcharán sobre sus pisadas! ¡No, nosotros no hemos sido abatidos, somos más fuertes que nunca, somos los vencedores y vosotros los perdedores. Nosotros somos los valientes y vosotros los cobardes. Nosotros estamos en la luz y vosotros en las tinieblas! ¡Marcharemos cada vez con mayor determinación hacia la libertad y nadie detendrá esta marcha legítima y salvadora!’..

Que goces, Anselme, eternamente de la mirada de Jesús resucitado, el judío marginal ignorado por los historiadores de su época, asesinado por los escribas, doctores de la ley y poderes económicos-políticos pero que sin embargo fue, es y será el quicio sobre el que gira toda la Historia.