[Foto: El líder tutsi del FPR, Paul Kagame, fue descrito por la revista Forbes como un visionario. Shoumatoff, en «Las guerrillas aristocráticas de Ruanda», citó a un diplomático estadounidense que describió a Kagame como «Moisés [ya que] iba a traer a su pueblo a casa». Todavía en el poder, Kagame puede ser responsable de más muertes que cualquier ser humano vivo desde la época de los nazis.]

Black Lives Matter debe promover la solidaridad panafricana y denunciar el imperialismo estadounidense en África

El movimiento Black Lives Matter ha tenido una gran repercusión en la concienciación sobre la brutalidad policial y la persecución actual de los negros en Estados Unidos, pero ha sido notablemente parco al eludir el debate sobre el imperialismo estadounidense en África y en todo el mundo.

Mientras que las pancartas de protesta para recordar a George Floyd y pedir la desfinanciación de la policía han sido legión en muchas de sus manifestaciones, pocos o ningún cartel ha pedido la abolición del AFRICOM o la acusación de Hillary Clinton y Barack Obama por encabezar el derrocamiento y el linchamiento del líder libio Muamar el Gadafi.

Estas últimas omisiones se derivan en gran parte de la ignorancia de la mayor parte de la población estadounidense -sea negra o blanca- sobre África y las consecuencias del imperialismo estadounidense en ese continente.

La mayor parte de la culpa de esta ignorancia la tienen las instituciones educativas y los medios de comunicación estadounidenses, que durante décadas han promovido estereotipos sobre el continente y sus gentes, y han eludido el debate sobre el impacto negativo que ha tenido el colonialismo occidental.

Los africanos siguen siendo caracterizados con frecuencia como «pueblos tribales» –con todas las percepciones negativas que se derivan de esta palabra– cuyos países, pobres, conflictivos y plagados de enfermedades, sólo pueden ser salvados mediante la tutela extranjera.

Los líderes que se enfrentan a las potencias occidentales, como Gaddafi, son demonizados, mientras que los que consienten su agenda son presentados de forma más favorable.

Mientras tanto, las voces africanas son marginadas –especialmente las que adoptan un mensaje panafricanista y antiimperialista– y muchos negros llegan a interiorizar el mensaje de que son inferiores.

Creando odio

Milton Allimadi, profesor de historia africana en el John Jay College y fundador de Black Star News, acaba de publicar el libro Manufacturing Hate: How Africa Was Demonized in Western Media, Dubuque, IA: Kendall Hunt Publishing, 2021 (Creando odio: como se ha diabolitzado África en los medios de comunicación occidentales) que ofrece una historia de los estereotipos racistas y la parcialidad de los medios de comunicación hacia África que ha contribuido a sesgar la opinión pública estadounidense.

Allimadi comienza su historia con un análisis de los diarios de viaje europeos de los siglos XVIII y XIX.

En ellos se presentaba a los africanos como si estuvieran «atrapados en un nivel de desarrollo intelectual, socioeconómico y político que los europeos habían superado siglos antes» y contribuían a justificar la supuesta obligación de los europeos de conquistar y colonizar África.

Sir Samuel Baker –gobernador general de la cuenca ecuatorial del Nilo (hoy Sudán del Sur y el norte de Uganda) entre 1869 y 1873– marcó la pauta en su libro de 1866, The Albert N’Yanza Great Basin of the Nile (La gran cuenca del Nilo), en el que escribió que «la naturaleza humana vista en su estado crudo, tal y como la muestran los salvajes africanos, está al mismo nivel que el de la bestia, y no se puede comparar con el carácter noble del perro».

La novela clásica de Joseph Conrad, Heart of Darkness (El corazón de las tinieblas, 1902), también describía a los africanos como «salvajes primitivos» y advertía a los europeos de la propensión de África a volver loca a la gente normal.

Las opiniones cultivadas por Conrad y otros escritores contribuyeron a alimentar el apoyo a la colonización, que se consideraba una empresa noble pero peligrosa.

La herencia de supremacía blanca del New York Times

El New York Times, en uno de sus primeros relatos sobre África, publicado el 1 de julio de 1877, afirmaba que los africanos estaban » atrapados en una posición no tanto entre el cielo y la tierra, como entre la tierra y el infierno». El artículo continuaba:

«Los ‘pobres y oscuros salvajes’ del ‘oscuro continente’ ni siquiera habían «avanzado en el arte y la ciencia, ni en el lenguaje» mientras que, «desde dentro, [se] devoraban y destruían unos a otros, ofreciendo voluntariamente sus gargantas a los cuchillos de los hechiceros, o pavimentando la profunda tumba de algún monarca sangriento con los cuerpos vivos y temblorosos de sus cientos de jóvenes esposas».

Estos comentarios prejuiciosos ignoran el florecimiento de grandes civilizaciones africanas, como la antigua Cartago y los imperios de Songhai y Mali, antes de la era de la trata de esclavos y la colonización europea, que debilitaron y dividieron el continente.

El Times apoyó firmemente la colonización británica frente a la alemana y la rusa, afirmando que «la introducción de la civilización europea sería muy justificable, y bien podría amortizar el coste».

El Times continuó describiendo la guerra anglo-zulú de 1879 en Sudáfrica como una «contienda entre una nación civilizada con gran poderío militar y naval y recursos inagotables, y una tribu primitiva y bárbara [los zulúes], por muy valiente e irreductible que sea… Tarde o temprano la poderosa nación estaba destinada a llevar a la tribu salvaje a una abyecta sumisión o a demolerla por completo».

Cuando Italia invadió Eritrea en la década de 1890, el Times publicó un relato triunfalista, afirmando que los nativos «recibieron a los italianos como liberadores».

El Times adoptó un tono más sombrío al informar sobre la humillante derrota de Italia en la batalla de Adwa en 1896 –una de las mayores victorias africanas contra el imperialismo europeo–, que el Times calificó de «terrible».

En la década de 1930, cuando el líder fascista italiano Benito Mussolini volvió a invadir Etiopía tratando de revitalizar el Imperio Romano, el Times trató de restar importancia a la victoria etíope en Adwa, al tiempo que resaltaba la brutalidad de los «salvajes guerreros negros» que habían «masacrado a casi 40.000 italianos».

El artículo del periodista del Times Herbert L. Matthews parecía un comunicado de prensa del mando militar italiano.

Conocido por sus simpáticos informes sobre la banda rebelde de Fidel Castro en Cuba durante la década de 1950, Matthews había viajado en el mismo coche que el comandante militar italiano Mariscal Pietro Badoglio al entrar en Addis Abeba, y nunca se molestó en entrevistar a ningún etíope.

Apoyo al apartheid

El Times continuó con su patrón de supremacía blanca al apoyar el odioso sistema del apartheid en Sudáfrica desde su comienzo y durante muchos años después.

En 1926, el «periódico de referencia» publicó un artículo de Wyona Dashwood que apoyaba el plan del primer ministro sudafricano, James Barry Munnik Hertzog, de segregar y privar de derechos a los negros en la provincia del Cabo como forma de hacer frente al «factor nativo».

Dashwood afirmaba que el nuevo sistema ayudaría a detener las luchas tribales y daría al «nativo semicivilizado» –al que describía como perezoso y propenso al robo– la oportunidad de «desarrollarse según sus propias pautas» y de empezar a adaptar algunos de los «sistemas económicos, sociales y políticos más avanzados de la civilización del hombre blanco.»

Treinta años después del artículo de Dashwood, en mayo de 1957, el Times publicó un artículo de Richard P. Hunt que informaba sobre la perspectiva de los líderes del apartheid, que acababan de aprobar una ley que facultaba al nuevo ministro de Asuntos Indígenas, Hendrik Verwoerd, a prohibir el acceso de los negros a las iglesias, clubes, hospitales, escuelas y otros lugares si «causaban molestias».

Un funcionario del régimen del apartheid fue citado afirmando que los nuevos poderes eran «necesarios para asegurar que las relaciones entre blancos y negros fueran las de un tutor y un pupilo», lo cual no se discute en el artículo.

Cuando el reportero Joseph Lelyveld empezó a escribir de forma más crítica sobre el apartheid en la década de 1960, sus artículos fueron atenuados o distorsionados por los editores, que hicieron que el sistema pareciera menos brutal.

Lelyveld escribió a su editor en enero de 1983 que «prácticamente todo el reportaje original» que había realizado durante un mes para un artículo sobre la escasa financiación de las escuelas negras había sido omitido; el artículo impreso, dijo, era «como un sándwich de salami sin el salami, sólo trozos de pan rancio».

Siempre en el lado incorrecto de la historia

Al igual que con su apoyo al apartheid, el New York Times y otros medios de comunicación estadounidenses dominantes estaban en el lado incorrecto de la historia cuando se trataba de la descolonización africana.

Cuando el reportero del Times Leonard Ingalls escribió una carta exigiendo una cobertura más comprensiva, el editor de noticias extranjeras, Emanuel Freedman, lo rechazó, prefiriendo la narrativa tradicional en la que los africanos eran representados como «salvajes» y bufones.

La cobertura del Times del levantamiento Mau Mau en Kenia adoptó una «narrativa de brujería contra civilización». Los Mau Mau fueron presentados como una «sociedad tribal secreta cuya campaña de asesinatos [ha] forzado la imposición de la ley marcial».

No se dio ninguna indicación de que los Mau Mau surgieran en respuesta a la injusticia colonial. Tampoco que la violencia de los rebeldes Mau Mau palideciera en comparación con la resultante de la campaña militar de tierra quemada de Gran Bretaña, que provocó la muerte de miles de kenianos y la detención de otros miles en campos de concentración.

Henry Wallace encorsetado

La cobertura de Kenia por parte del Times encajaba con el patrón de demonización de los movimientos radicales anticoloniales, especialmente cuando estaban liderados por panafricanistas de izquierdas como el Dr. Kwame Nkrumah de Ghana, que fue elegido Hombre del Milenio de África en los albores del siglo XXI.

El reportero del New York Times Homer Bigart –corresponsal de guerra ganador del premio Pulitzer que fue expulsado de Vietnam del Sur por criticar al clientelista estadounidense Ngô Đình Diệm– escribió a Emmanuel Freedman en 1960 que «el Dr. Nkrumah es Henry Wallace encorsetado. Prefiero enormemente a los primitivos de la selva. Después de todo, el canibalismo puede ser el antídoto lógico para esa explosión demográfica de la que todo el mundo habla».

La asociación negativa que hizo Bigart de Nkrumah con Henry Wallace reflejaba un prejuicio no sólo hacia los africanos, sino también hacia las opiniones izquierdistas y pacifistas que Wallace había abrazado.

Los comentarios sobre la gente primitiva de la selva reforzaron los estereotipos arraigados sobre los africanos. Y el chiste sobre el canibalismo como antídoto contra la explosión demográfica -una preocupación que refleja la visión de la élite occidental sobre los africanos como una amenaza que hay que contener- era ciertamente de mal gusto.

Congo

Al igual que Nkrumah, el líder panafricano congoleño Patrice Lumumba fue retratado como un «radical de ojos salvajes».

El asesino de Lumumba, Moïse Tshombe –que lideró una campaña secesionista en la provincia de Katanga con el apoyo de intereses mineros belgas y mercenarios blancos sudafricanos– fue elogiado en la revista Time por el contrario como la «antítesis del salvaje africano».

Lo más admirable, según Time, es que Tshombe no tenía «ningún complejo por ser negro» y reconocía el «lado brutal de la personalidad africana, y el lado falso del socialismo africano».

Los rebeldes pro-Lumumba que lucharon contra Tshombe tras el asesinato de Lumumba fueron descritos en cambio por Time como «una chusma de salvajes aturdidos e ignorantes, utilizados y maltratados por líderes pseudosofisticados».

Las operaciones de bombardeo de Estados Unidos –llevadas a cabo por mercenarios cubanos de derechas– eran, por tanto, justificables, al igual que el apoyo de Estados Unidos al dictador Joseph Mobutu, que fue presentado, al igual que Tshombe, como un «antídoto eficaz» contra el socialismo de Lumumba.

El colonialismo se resiste a morir

Al final de la Guerra Fría, numerosos escritores occidentales hicieron un balance de la evolución de África y concluyeron que el continente debía ser recolonizado.

Un artículo característico de la época, escrito por Paul Johnson en The New York Times Magazine, se titulaba «El colonialismo ha vuelto y lo ha hecho muy pronto».

El artículo trataba de la intervención estadounidense en Somalia, que Johnson consideraba «un modelo de actuación en otros países africanos que se enfrentan a un colapso político similar». Concluía con un estribillo familiar para Rudyard Kipling que «el mundo civilizado tiene la misión de ir a estos lugares desesperados y gobernar».

Un artículo aún más apocalíptico y racista fue » La anarquía que se avecina», de Robert Kaplan, cuyo escenario malthusiano del día del juicio final parecía una descripción de África de uno de los diarios de los exploradores del siglo XIX.

Según Kaplan, las condiciones en África eran tan terribles, sin el dominio del hombre blanco, que los africanos ya no parecían seres humanos.

Allá donde Kaplan viajaba en taxi, le rodeaban hombres jóvenes con «ojos inquietos de exploración». Describió a los hombres como «moléculas sueltas en un fluido social muy inestable que estaba claramente a punto de estallar».

Ruanda 1994

Históricamente, los escritores occidentales describían favorablemente a los africanos con supuestos rasgos europeos, mientras que demonizaban a los que tenían los llamados rasgos negroides.

Durante el conflicto de Ruanda, los tutsis fueron adoptados por algunos escritores occidentales como «europeos» a título honorífico, mientras que los hutus fueron presentados como los africanos arquetípicos.

El Frente Patriótico Ruandés (FPR) tutsi –que resultó ser un aliado incondicional de Estados Unidos– se convirtió por extensión en los «buenos», y el ejército nacional de Ruanda, compuesto en su mayoría por hutus aliados de Francia, en los malos.

Uno de los primeros artículos en los que se utilizó esta caracterización racista –que ayudó a promover el apoyo al FPR– fue el de Alex Shoumatoff «Las guerrillas aristocráticas de Ruanda». Apareció en The New York Times Magazine el 13 de diciembre de 1992, dos años después de que el FPR invadiera ilegalmente Ruanda desde Uganda y cometiera incontables atrocidades contra la población civil.

Shoumatoff, veterano de los servicios de inteligencia de los marines que vivió durante un tiempo en una comuna hippie en New Hampshire, estaba casado en aquel momento con una mujer tutsi, que había sido refugiada en Uganda y era prima de un portavoz del FPR[1].

Su artículo informaba a los lectores de que los tutsis eran «refinados y tenían rasgos europeos», mientras que los hutus eran «fornidos y de nariz ancha». Continuaba diciendo que, en el siglo XIX, «los primeros etnólogos habían quedado fascinados por estos aristócratas pastores [tutsis], lánguidamente altivos, cuyas cabezas alargadas, narices afinadas y labios finos parecían más caucásicos que negroides, y los clasificaron como falsos negros… Se pensaba que los tutsis eran gente muy civilizada, la raza de los europeos caídos, cuya existencia en África Central se rumoreaba desde hacía siglos».

Después de que el FPR tomara el poder, Shoumatoff escribió otro artículo para The New Yorker, en el que evaluaba la mezcla étnica entre tutsis y hutus en Burundi. Shoumatoff describió a los tutsis como «altos, delgados, con frentes altas, pómulos prominentes y facciones estilizadas», un tipo físico diferente al de los hutus, que eran «bajos y fornidos, con narices chatas y labios gruesos».

Estas observaciones racistas reforzaron los estereotipos tradicionales sobre los africanos y pintaron una dura dicotomía que dio por válida la campaña genocida de los tutsis contra los hutus, que se extendió hasta el Congo.

[El líder tutsi del FPR, Paul Kagame, fue descrito por la revista Forbes como un visionario. Shoumatoff, en «Las guerrillas aristocráticas de Ruanda», citó a un diplomático estadounidense que describió a Kagame como «Moisés [ya que] iba a traer a su pueblo a casa». Todavía en el poder, Kagame puede ser responsable de más muertes que cualquier ser humano vivo desde la época de los nazis. [Fuente: twitter.com]

Complejo de inferioridad de los negros

En un discurso pronunciado en febrero de 1965 en Detroit, Michigan, Malcolm X habló sobre el impacto psicológico perjudicial de la demonización de los negros en África. Dijo que «las potencias coloniales de Europa, al tener un control total sobre África, proyectaron la imagen de África de forma negativa. Proyectaron a África siempre bajo una luz negativa, salvajes, caníbales, nada civilizados. Por eso, naturalmente, era tan negativa para ti y para mí, y tú y yo empezamos a odiarla. No queríamos que nadie nos dijera nada sobre África, y mucho menos que nos llamara ‘africanos’. Al odiar a África y odiar a los africanos, acabamos odiándonos a nosotros mismos, sin darnos cuenta. Porque no puedes odiar las raíces de un árbol y no odiar el árbol. No puedes odiar tu origen y no acabar odiándote a ti mismo».

Treinta años después de que Malcolm X pronunciara esas palabras, The Washington Post publicó un artículo reaccionario de un reportero afroamericano, Keith Richburg, «Un hombre negro en África».

Richburg, que había cubierto las masacres interétnicas de Ruanda, describió su repulsión al presenciar los «cuerpos descoloridos e hinchados que flotaban por un río de Ruanda hacia Tanzania.»

Richburg escribió que, al ver los cadáveres, se dio cuenta de lo afortunado que había sido; que él también «podría haber sido una de las víctimas de la masacre de Ruanda o podría haber corrido un destino igualmente anónimo en cualquiera de las innumerables guerras civiles o enfrentamientos tribales que hay en este brutal continente. Por eso doy gracias a Dios de que mi antepasado hiciera el viaje [en el barco de esclavos]».

El artículo de Richburg fue la base de su libro de 1997, Out of America: A Black Man Confronts Africa (Más allá de Estados Unidos: Un hombre negro descubre África), que Milton Allimadi considera «El corazón de las tinieblas de Conrad para el nuevo siglo».

Según Allimadi, Richburg ofreció un caso clásico de un hombre negro atrapado en el dolor psíquico de lo que Frantz Fanon llamó «inferiorización interna». En esta condición, los estereotipos negativos dan lugar a un odio a sí mismo y a un deseo de afiliarse a la raza dominante.

De joven, a Richburg le habían enseñado a creer que era superior a otros negros que venían de barrios más pobres, hablaban en voz alta, tenían la piel más oscura y el pelo más corto. Cuando iba al cine con su hermano, vitoreaban a los soldados británicos que atacaban a los «hombres de la tribu zulú» en la película.

Esto ejemplifica el desorden que Fanon y Malcolm X describieron. Su impacto, en última instancia, ha sido el de neutralizar y destruir los movimientos radicales negros y la solidaridad. El legado puede verse hoy, entre otras cosas, con el silencio de Black Lives Matter sobre África, que debería corregirse.

Nota

  1. Un combatiente del FPR fue el padrino de su boda. Anteriormente, Shoumatoff había escrito un artículo en Vanity Fair sobre el asesinato de la doctora Dian Fossey que ayudó a dar forma al guión de la exitosa película Gorilas en la niebla. Shoumatoff había servido en una unidad de inteligencia de los Marines de Estados Unidos que le entrenó para ser lanzado en paracaídas tras el Telón de Acero y tenía formación en lengua rusa. Es ciertamente posible que mantuviera sus vínculos con los servicios de inteligencia y que su escrito sobre Ruanda fuera sancionado por la CIA.

Jeremy Kuzmarov es director de CovertAction Magazine. Es autor de cuatro libros sobre la política exterior de Estados Unidos, entre ellos Obama’s Unending Wars (Clarity Press, 2019) y The Russians Are Coming, Again, con John Marciano (Monthly Review Press, 2018). Se puede contactar con él en: jkuzmarov2@gmail.com.

Fuente: CovertAction Magazine