Deberías escuchar con atención este mensaje que fue dado el pasado 15 de agosto. Si tuvieras la más mínima idea de cuan terrible es todo lo que te está por venir encima, seguro que lo escucharías. Pero tu odio y tu soberbia te ciegan. Siempre te cegaron. Desde que tus poderosos padrinos te autorizaron a asesinar y devastar, has creído que estabas más allá del bien y del mal. Y ahora crees estar en la cima de tu exitosa vida y del poder mundial. Pero no te das cuenta de que, en realidad, es en tu desolador final en el que ya empiezas a entrar.

El día 15 de agosto es una fecha que nunca deberías haber despreciado. En ese día, en 1982, la Madre del Verbo anunció a unas jóvenes de Kibeho los terribles acontecimientos que iban a suceder en tu patria, Ruanda. Durante ocho angustiosas horas contemplaron las matanzas que llegarían unos años después. En 2022 se cumplirán cuarenta años desde aquel día. Se cierra un ciclo. Llega a su límite el tiempo que había sido acordado.

Deberías haber escuchado la petición de la Madre del Verbo al pueblo ruandés: perdonaos y reconciliaos. Pero, por el contrario, tú mismo fuiste el más feroz brazo ejecutor de los espantosos acontecimientos futuros que la Madre del Verbo mostró a las videntes. Y precisamente en Kibeho llevaste a cabo una de tus más perversas e incomprensibles masacres. Aún está fresca la sangre de aquellos seres humanos indefensos, cerca de 10.000, a los que asesinaste allí tan cruelmente ante los cascos azules de la ONU asombrados e impotentes.

Pero, desde tu siniestra lógica, puedo entender tanto ensañamiento con aquellas pobres gentes acampadas en el sagrado Kibeho. Porque tu odio no es solo contra la plebe hutu. Ni solo contra los blancos colonialistas que, según tú, nunca debieron permitir el fin de la secular dominación de los tuyos, la aristocracia feudal tutsi. Ni solo contra tus hermanos de etnia tutsi que aceptaron el resultado del referéndum sobre el fin de la realeza y se quedaron en Ruanda en vez de exiliarse. Lo contrario de lo que hicieron, llenos de frustración y rencor, vuestras familias de la élite feudal. Tu odio apuntó siempre mucho más arriba: siempre fue contra la Luz, contra Dios mismo.

En tu soberbia enfermiza, es contra Él contra el que has estado luchando toda tu vida. Como el mismo Lucifer, el luminoso ángel que osó enfrentarse a Dios. Él te ha permitido oprimir durante casi treinta años a los pueblos de Ruanda y Congo. Como permitió a Pilatos que condenase a una muerte en cruz a su mismo Hijo. Pero ahora tu tiempo se acaba. Se está cerrando un ciclo. Este es el mensaje que hoy deberías escuchar.

Los tuyos, infiltrados incluso en el Vaticano, hasta han conseguido hacer tropezar al mismo papa Francisco. ¡El sucesor de Pedro te pidió perdón por el odio de los hutus; a ti, que eres la personificación misma del odio,! ¡Un odio de muchos hutus que tú mismo provocaste con tu sanguinario proyecto del retorno a la antigua sumisión de la plebe! ¡El 6 de abril de 1994 te regocijaste ante tus camaradas por haber derribado el Falcon presidencial y haber conseguido iniciar así el baño de sangre que tanto buscabas!

Y finalmente acabas de conseguir que el papa Francisco nombre como primer cardenal de la historia de Ruanda a uno de esos camaradas tuyos, tan fanáticos y ciegos como tú. Has podido engañar incluso al sucesor de Pedro. Pero eres un necio si crees que puedes engañar a Dios. Toda tu astucia manipuladora y hasta criminal, que tú y los tuyos consideráis como la gran virtud y a la que llamáis ubwenge, ya no te va a servir de nada. Pronto la Luz dejará en evidencia toda tu perversión y delirio.

Los poderes de las Tinieblas que dominan en este mundo te han encumbrado a las más altas cimas. Tu delirio de supremacía racial y de auto divinización personal se ha reforzado hasta el punto de convertirse en una paranoia de la que te va resultar prácticamente imposible liberarte. Pero debes saberlo, tus días llegan a su fin. Esos poderes de las Tinieblas te han ayudado a ocultar al mundo todos tus horribles crímenes. Su culpa es aún más grave que la tuya. Pero todo esto toca a su fin.

Desde la Luz en la que no hay tiniebla alguna posible, el embajador italiano Luca Attanasio y su escolta Vittorio Iacovazzi te han perdonado. ¿Cómo pudiste asesinar a un ser tan bueno como él? Y también Kizito Mihigo te ha perdonado. ¿Cómo pudiste asesinar a un ser tan celestial como Kizito, que era un verdadero regalo de lo Alto? Y no es necesario remontarse en el tiempo y enumerar a los millones de víctimas tuyas, ruandesas o congoleñas, cuyas vidas destrozaste para siempre con gran crueldad. Tú ya los conoces. Todos ellos te han perdonado.

Los ministros y profetas de Dios, a los que tú asesinaste con saña, también te han perdonado. Los misioneros y cooperantes españoles y de otras nacionalidades te han perdonado. El arzobispo de Kigali, los dos obispos, nueve sacerdotes y un religioso que ordenaste asesinar en Gakurazo el 5 de junio de 1994 te han perdonado. Tú te referiste a ellos con el término “basura”. “Ya os he dicho que limpiéis esas basuras”, increpaste a los desconcertados verdugos que no acababan de creer que tú pudieses darles semejante orden. Pero ellos te han perdonado. El lúcido y valeroso monseñor Munzihirwa, arzobispo de Bukavu, al que tu asesinaste en el mismo momento de invadir el antiguo Zaire, te ha perdonado.

Pero tanta bondad y generosidad de nada sirven, porque tú sigues gravemente enfermo en un delirio de arrogancia y rencor. Sigues eligiendo tu pacto con las Tinieblas. La sangre de las víctimas sigue corriendo a raudales. La nueva se está uniendo a la antigua, aún fresca. Su clamor se eleva continuamente hasta el trono de Dios. Pero ni Él mismo puede hacer nada frente a tu espantosa opción. Él te hizo un ser libre, a su imagen y semejanza, capaz de amar y de establecer con Él una relación paterno filial. Pero no puede forzarte a amarlo.

Antes de morir y enfrentarte al juicio divino, aún podrías desmantelar el Sistema criminal que creaste. Podrías liberar a todos aquellos que tan injustamente mantienes en tus prisiones. Podrías abrir una nueva era, la de la consolación del pueblo de Ruanda, promoviendo un auténtico diálogo entre todos los ruandeses y una auténtica democracia. Poco tiempo tienes ya, pero aún sería posible. ¿Serás capaz de dar un giro radical al final de tu miserable y tenebrosa vida?

¿Elegirás pasar a la historia como uno de los más sanguinarios tiranos de todos los tiempos o como alguien que al final fue capaz de enderezar su propia vida y el destino de todo su pueblo? Al igual que el ladrón y criminal Dimas, crucificado junto a Jesús, ¿serás suficientemente astuto como para hacerte perdonar y robar la felicidad eterna en las últimas horas de tu vida? ¿Serás capaz de convertir vuestra ancestral astucia, la ubwenge de la aristocracia feudal tutsi, en un poderoso instrumento para el bien y no para la opresión y la dominación?

Si no lo haces, toda esa maldad institucionalizada, obra tuya, se prolongará más allá de tu muerte. Y tu propia y funesta responsabilidad te será aún más insoportable si cabe por toda la eternidad. Porque tú mismo eres inmortal, al igual que los millones de seres humanos a los que has asesinado. Deberías saberlo. Escucha, Paul: ¡Aún estás a tiempo, pero es tu última oportunidad!

Ruanda, Campo de Kibeho: Entierro de las víctimas (24.04.1995)