De libro “La hora de los grandes filántropos” de Joan Carrero,
pp. 392-393 y 400-405
Es increíblemente vergonzoso que tantos líderes políticos de nuestro mundo, con Bill Clinton a la cabeza, hayan pedido perdón a este monstruo que es Paul Kagame en nombre de la comunidad internacional por no haber socorrido al pueblo de Ruanda durante el genocidio. Deberían más bien haber pedido perdón a los pueblos de Ruanda y del Congo por haber promocionado al liderazgo a este execrable personaje.
[…]
Sin embargo, mientras los grandes de nuestro mundo continúan humillando sus cabezas ante Paul Kagame confesando cínicamente sus culpas o dejando en evidencia su superficialidad e ignorancia sobre la verdad de esta tragedia, es cada vez más frecuente otra escena parecida pero en las antípodas: la del reconocimiento de haber sido engañado por Paul Kagame y sus secuaces. Somos muchos los que inicialmente fuimos incapaces de reconocer y aceptar tanto cinismo y manipulación por parte del FPR. Ningún experto honesto debe sentirse humillado ni cuestionado por haber caído en la trampa. Lo importante, por el bien de las víctimas, es rectificar cuanto antes el análisis. Son ya muchos los que han tenido la honestidad y valentía de dar ese paso.
Algunos ilustres personajes como el mismo coronel Luc Marchal; el abogado Peter Erlinder; el exfiscal de la Corona y embajador para negocios del Estado de Australia del Sur, Michaël Hourigan;1 el experto Helmut Strizek;2 el historiador Bernard Lugan;3 el que fue el responsable para África de Reporteros Sin Fronteras, Hervé Deguine;4 o los investigadores Christian Davenport y Allan C. Stam se han referido públicamente a su propio proceso de toma de conciencia de haber sido manipulados por la doctrina oficial.
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Christian Davenport y Allan C. Stam
El proceso personal por el que pasaron estos dos profesores estadounidenses5 me recuerda mucho mi propio proceso. Y sus conclusiones sobre el genocidio de la primavera de 1994 coinciden casi punto por punto con las mías, que ya expuse en el primer volumen de esta obra. Conmovidos por el genocidio, decidieron investigar sus dinámicas y su desarrollo. Aunque fuese con cuatro años de retraso sobre los hechos (en mi caso, al igual que en el de diversas miembros de ONG y congregaciones misioneras de Mallorca, el compromiso nació ya en el mismo mes de abril de 1994), se sentían culpables por haberlos ignorado en el momento en que se dieron. Por ello, consideraron que, al menos, podían contribuir a aclarar lo sucedido, hacer un acto de homenaje a las víctimas y colaborar en algo para que tales atrocidades masivas no se repitieran jamás. En su documento What Really Happened in Rwanda? (¿Qué sucedió realmente en Ruanda?) explican su comienzo, lleno de buenas intenciones pero totalmente condicionado por la propaganda oficial:
Llenos de buenas intenciones, no estábamos sin embargo preparados a aquello con lo que nos íbamos a encontrar [algo que me evoca intensamente el inicio de mi propio compromiso con las víctimas, tutsis, del genocidio]. Retrospectivamente, era una ingenuidad el pensar que lo estaríamos. En el momento en el que ponemos nuestra última mano en este proyecto, diez años más tarde, nuestra visión de las cosas está en total oposición con lo que creíamos en nuestro comienzo y con la opinión generalmente admitida sobre lo que sucedió.
Hemos trabajado a la vez con la Defensa y con el Tribunal Penal Internacional para Ruanda, esforzándonos en cumplir la misma tarea, es decir: sacar a la luz informaciones que muestran lo que realmente pasó durante los cien días de las masacres. Como consecuencia de nuestros descubrimientos, hemos recibido amenazas por parte de miembros del Gobierno ruandés y de individuos de todo el mundo. Se nos ha etiquetado de negacionistas del genocidio en la prensa generalista, pero también en el seno de la comunidad de los expatriados tutsis, porque hemos rehusado afirmar que la sola forma de violencia política demostrada en 1994 fue el genocidio […].
Como la mayor parte de aquellos que tienen una visión simplista de la política y de la historia ruandesas, creíamos, al iniciar nuestras investigaciones, que el objeto de nuestro estudio era, en la historia reciente, uno de los casos más primarios de violencia política, que se manifestaba de dos formas: por una parte, bajo los focos, teníamos el genocidio en el curso del cual la etnia dominante en el poder –los hutus- había tomado por objetivo a la etnia minoritaria que llevaba el nombre de tutsis. El grupo minoritario tuvo que sufrir acciones de una extrema violencia, en toda Ruanda, y el objetivo de los esfuerzos gubernamentales parecía ser la erradicación de todo tutsi, haciendo así que la etiqueta genocidio fuese fácil de aplicar. Por otra parte, teníamos la muy olvidada guerra, civil o internacional, con los rebeldes (el FPR) de un costado realizando incursiones desde Uganda, y el Gobierno ruandés (las FAR) del otro. Esta guerra duró cuatro años, hasta que el FPR tomó el control del país.
Estábamos igualmente persuadidos, al comenzar nuestra investigación, de que la comunidad occidental, en particular Estados Unidos, se había equivocado de tecla cuando se negó a intervenir, sobre todo porque Occidente se había negado de manera expeditiva a clasificar los acontecimientos en la casilla genocidio.
Finalmente, pensábamos que el Frente Patriótico Ruandés, entonces los rebeldes, pero que hoy dirige Ruanda, había puesto fin al genocidio al acabar con la guerra civil para tomar el control del país.
Tras viajar en 1998 y 1999 a Ruanda (yo a mi vez había viajado a Burundi y Ruanda a finales de 1995), los profesores empezaron a sufrir un proceso de transformación que les abriría a una visión mucho más amplia y objetiva del conflicto, pero que también atraería sobre ellos multitud de ataques (al igual que me sucedió a mí). Su investigación formaba parte de un proyecto de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) que tenía por objetivo el dispensar una formación metodológica a los estudiantes ruandeses, por lo que inicialmente tuvieron acceso a los dossieres de muchas ONG y a otras muchas fuentes de información. Incluso el embajador de Estados Unidos, George McDade Staples, les facilitó el acceso a las élites gubernamentales ruandesas. El ruandés designado para ayudarles fue un tutsi emparentado con la familia real.
Sin embargo, a su retorno a Estados Unidos y al empezar a codificar el catálogo de acontecimientos, hizo su aparición algo no previsto: el factor humano y la fuerza de la verdad, que, actuando en el corazón de las personas, tiene el poder (tal y como proclama Mahatma Gandhi) de poner patas arriba todas las estructuras basadas en el engaño, por más sólidas y firmes que puedan parecer. A partir de ese momento comenzaron los problemas para los profesores: en su nueva estancia en Ruanda las autorizaciones para cualquier cosa empezaron a ser necesarias; algunos miembros del equipo fueron detenidos; el TPIR dejó de colaborar con ellos; en mitad de una conferencia un militar les interrumpió y les advirtió que debían abandonar Ruanda al día siguiente…
Muchas de estas cuestiones, en especial las relacionadas con las maquinaciones del TPIR volverán a ser tratadas más a fondo en el tercer volumen de esta trilogía. De momento, lo que ahora nos interesa es constatar el proceso de “conversión” de estos profesores, un proceso más entre tantos otros vividos por personas íntegras que, a diferencia de muchos otros analistas y expertos, han sido capaces de reconocer que fueron engañados. He aquí las conclusiones de dos seres humanos honestos, dispuestos a no dejarse doblegar por ninguna crítica, chantaje o ataque: más de la mitad de las 800 000 víctimas del genocidio de la primavera de 1994 debieron ser miembros de la etnia hutu, lo cual desmiente que las motivaciones étnicas fueran las únicas (o incluso las principales) responsables de las masacres.
Contrariamente a la opinión general, hemos llegado al convencimiento de que las víctimas de esta violencia fueron tanto tutsis como hutus; entre otras cosas, se hace evidente que simplemente no había tantos tutsis en Ruanda en aquella época como para explicar el número de víctimas proclamado.
Igualmente pudimos comprobar hasta qué punto puede ser incómodo el cuestionar una opinión generalizada.
[…].
Según el censo, en 1994 había en el país seiscientos mil tutsis; según la asociación de supervivientes Ibuka, unos trescientos mil de ellos habían sobrevivido al baño de sangre de 1994. Lo que da a entender que entre los ochocientos mil o un millón de ruandeses que fueron asesinados entonces, más de la mitad eran hutus. Esta conclusión era significativa; sugería que la mayoría de las víctimas de 1994 pertenecían a la misma etnia que la de los gobernantes. Esto daba también a entender que la voluntad de genocidio –es decir la tentativa de parte de un gobierno de exterminar un grupo étnico- no era lo que verdaderamente había motivado todas las masacres, o parte de ellas, de los cien días de 1994.
Con la ayuda de Peter Erlinder, los profesores consiguieron unos importantes mapas y las declaraciones de unos doce mil testigos. Y con la colaboración de un profesional de Arcview-GIS, una empresa especializada en cartografía espacial, pudieron llegar a establecer las posiciones de las FAR y el FPR y del frente de la batalla, prácticamente día a día, a todo lo largo de la guerra. También utilizaron las informaciones, publicadas por Alan Kuperman, de la Agencia (estadounidense) de Información para la Defensa sobre las posiciones aproximadas de las unidades del FPR a todo lo largo de la guerra, contrastándolas con las declaraciones realizadas por exmiembros del FPR en diversas entrevistas.
Todo lo cual no hizo sino confirmar más aun sus análisis y valoraciones: las masacres aparecían no solo en los territorios controlados por las FAR sino igualmente en los territorios ocupados por el FPR, así como a lo largo de la línea del frente entre las dos fuerzas armadas; existe una relación directa entre el avance del FPR y la intensificación de las masacres a gran escala, lo que contradice frontalmente la tesis de que la invasión del FPR tenía por objeto el intentar acabar con el genocidio; la campaña genocida de los extremistas hutus explica solo una parte de las masacres, y no precisamente la parte mayor; el nuevo Gobierno y el TPIR han obstaculizado toda investigación sobre las masacres no reconocidas oficialmente; la metáfora más utilizada para referirse a la violencia ruandesa de 1994, la del Holocausto, no es la adecuada…
Este fue un avance mayor. De acuerdo con la opinión dominante, habíamos supuesto al comienzo que el Gobierno era el responsable de todas las muertes sucedidas en 1994: al comienzo, no habíamos prestado atención a la localización de las fuerzas del FPR. Pero de pronto apareció muy claramente que las masacres habían aparecido no solo en los territorios controlados por las FAR, las fuerzas gubernamentales, sino igualmente en los territorios ocupados por el FPR, así como a lo largo de la línea del frente entre las dos fuerzas armadas.
En ciertos lugares, muchas masacres del FPR fueron, con toda verosimilitud, represalias espontáneas. En otros casos, por el contrario, el FPR estuvo directamente implicado en masacres a gran escala, asociadas a los campos de refugiados así como a los hogares. Muchos civiles encontraron la muerte en las barreras de las carreteras, en los centros municipales, en las casas, en las marismas y los campos, la mayoría cuando intentaban huir en dirección a las fronteras. Sin duda, el resultado más chocante de nuestra recogida de información sobre la localización de las tropas concierne a la invasión en sí misma: las masacres realizadas en la zona controlada por el FAR parecían multiplicarse a medida que el FPR avanzaba en el país y conquistaba el territorio. Cuando el FPR avanzaba, las masacres de gran amplitud se intensificaban. Cuando el FPR se detenía, las masacres a gran escala disminuían. Los datos revelados por nuestros mapas concordaban con las afirmaciones de las FAR según las cuales una gran parte de las masacres habrían sido evitadas si, simplemente, el FPR hubiese puesto fin a la invasión. Esta conclusión va en contra de lo que afirma el Gobierno de Kagame, a saber, que el FPR continuaba la invasión para acabar con las masacres.
En términos de etnicidad, la breve respuesta a la cuestión ¿quiénes han muerto? es esta: no lo sabremos jamás. […] en las fosas comunes, sobre todo, ninguna información permite identificar los cadáveres. En los procesos verbales de los múltiples sumarios que se han abierto en el TPIR, los testigos han explicado cómo escaparon a las masacres que habían tenido lugar en su entorno: fundiéndose, simplemente, en la población del otro grupo étnico. Es claro que en 1994 los asesinos difícilmente habrían podido verificar la identidad étnica de sus víctimas potenciales […].
Para complicarlo todo, hay que tener en cuenta el desplazamiento de la población que acompañó a la invasión del FPR. En el curso del año 1994, unos dos millones de ciudadanos ruandeses se convirtieron en refugiados en el exterior, de uno a dos millones en desplazados en el interior, y alrededor de un millón han acabado siendo víctimas del genocidio y de la guerra civil.
Es cuando se vive en el mismo lugar cuando se conoce la identidad étnica de la gente, al igual que se conoce en la India quién pertenece a qué casta. Cuando la mayoría de la población se ha empezado a mover, desaparece el conocimiento de la identidad étnica de la gente de la zona. Esto no quiere decir que los autóctonos tutsis no fuesen deliberadamente buscados para su exterminación. Pero al desencadenar su violencia asesina, las FAR, los interahamwe y los ciudadanos ordinarios se dedicaron a asesinar a miembros de ambos grupos étnicos […].
Al final, nuestra mejor estimación sobre la identidad de las víctimas de las masacres de 1994 fue en realidad una hipótesis alumbrada a partir del cálculo aproximativo sobre el número de tutsis existentes en el país al inicio de la guerra y el número de supervivientes de esa guerra. […] hemos llegado a un total aproximativo que se escalona entre las trescientas mil y las quinientas mil víctimas tutsis. Si damos fe a la estimación de un total de un millón de muertos civiles durante la guerra y el genocidio, esto nos deja entonces, como mejor aproximación, en una cifra comprendida entre quinientas mil y setecientas mil víctimas hutus: la mayoría de las víctimas fueron de hecho hutus y no tutsis.
Un hecho es en este momento cada vez más admitido: durante el genocidio y la guerra que se desarrollaron en Ruanda en 1994, intervinieron simultáneamente diversos procesos violentos. Hubo claramente una campaña genocida dirigida hasta un cierto punto por el Gobierno hutu, que tuvo como resultado la muerte de unos cien mil tutsis o más. Al mismo tiempo hacía furor una guerra civil, guerra entablada en 1990 si consideramos las violencias más recientes y más intensas, pero cuyas raíces se remontan a los años cincuenta. Con la misma seguridad, hubo también episodios de violencia gratuita, espontánea, ligada al derrumbe del orden público durante la guerra civil. Es imposible negar que también tuvieron lugar masacres de represalias a gran escala en todo el país, venganza asesina tanto de los hutus sobre los tutsis como a la inversa.
Desde el comienzo, las investigaciones efectuadas por el TPIR sobre las masacres y los crímenes contra la humanidad perpetrados en Ruanda en 1994 se concentraron de modo miope sobre la culpabilidad de los líderes hutus y otros presuntos autores. El Gobierno de Kagame ha actuado de manera sistemática para impedir toda investigación sobre la culpabilidad del FPR en las masacres, o sobre las violencias espontáneas ligadas a la guerra civil. Cuando hemos promovido la hipótesis de que, además de las fechorías cometidas por los hutus/FAR, el FPR podría haber estado implicado directa o indirectamente en numerosas muertes, nos hemos convertido, de hecho, en personae non gratae en Ruanda y ante el TPIR.
La metáfora más utilizada para referirse a la violencia ruandesa de 1994 es la del Holocausto. Por otra parte, nosotros hemos sugerido que las guerras civiles inglesa, griega, china o rusa serían posiblemente mejores puntos de comparación, en los que se combinaron violencias étnicas, masacres y venganzas espontáneas, así como otros elementos que pueden sobrevenir cuando la sociedad civil acaba derrumbándose totalmente.
Sin embargo, de hecho, es difícil proceder a comparaciones válidas en tanto que lo que pasó verdaderamente durante la guerra civil ruandesa y el genocidio permanezca en la confusión. Ciertos observadores contemporáneos […] afirman que una gran parte de las masacres de carácter genocida había sido planificada por el Gobierno hutu mucho antes de la invasión real del FPR, puede que incluso dos años antes. Desgraciadamente, no hemos podido tener acceso a los individuos que disponen de información respecto a este sujeto y no hemos podido por tanto corroborar o rechazar esta hipótesis. ¿La razón?: los genocidas condenados que estuvieron implicados en la planificación de las masacres se encuentran ahora apartados de cualquier posible entrevista, en una prisión gestionada por las Naciones Unidas en Mali.
1 Investigador principal del equipo de las Naciones Unidas para los crímenes en África. De 1999 a 2000 trabajó como asesor legal especial para un miembro del Congreso de Estados Unidos en Washington DC.
2 Doctor en Ciencias políticas por la Universidad de Hamburgo. Responsable desde 1973 de proyectos alemanes de cooperación al desarrollo en África. Vivió en Ruanda desde 1980 a 1983. Especializado desde 1992 en la región de los Grandes Lagos.
3 Profesor asociado y especialista en historia africana en la Universidad Jean Moulin Lyon III. Especialista en África, autor de varios libros sobre el continente africano y editor de la revista L’Afrique réelle. Vivió muchos años en ese continente, principalmente en Ruanda, en dónde dirigió unas búsquedas arqueológicas significativas y enseñó la historia africana en la Universidad Nacional de Ruanda. Testigo experto para el Tribunal Penal Internacional para Ruanda.
4 Historiador, periodista e investigador de la historia contemporánea de Ruanda. Autor del libro Rwanda: enquête sur la mort d’André Sibomana.
5 Christian Davenport es un professor de ciencias políticas y sociología en el Instituto Kroc de la Universidad de Notre-Dame de Indiana. Allan C. Stam es un profesor de ciencias políticas en la Universidad de Michigan. Pierre Péan dedica en su último libro, Carnages. Les guerres secrètes des grandes puissances en Afrique, un amplio espacio (desde las página 105 hasta la 126) a comentar los valiosos aportes de estos dos profesores, que fueron traducidos al francés gracias al interés del mismo Pierre Péan.