El primer ministro Netanyahu acaba de justificar el exterminio y expulsión de los palestinos de Gaza con el sanguinario texto del Libro de Samuel en el que, supuestamente, Yahveh ordenó hace 3.000 años un exterminio semejante, el de los amalequitas. Frente a tal pretensión genocida, el pueblo palestino tiene pleno derecho, y hasta obligación, de defenderse a sí mismo y a su tierra. Y, en esta guerra asimétrica, hasta tendría derecho a secuestrar a israelís para intercambiarlos por los miles de presos palestinos menores de edad o sin expediente alguno, encarcelados por tanto de un modo tan ilegal que deberían ser considerados como otros verdaderos secuestrados.
Pero los grandes crímenes de los sucesivos gobiernos sionistas no pueden justificar la menor judeofobia, ni la banalización de la shoah, ni la satanización de todos los sectores del sionismo inicial y de todos aquellos judíos que emigraron pacíficamente a Palestina en el siglo XX. Ni tampoco pueden justificar que, para acabar con el Estado sionista, los no palestinos nos convirtamos en pirómanos del Medio Oriente, apostando por una supuestamente fácil aniquilación del “ente” genocida sionista como única solución del conflicto. La única función de quienes sentimos como propio el sufrimiento del pueblo palestino debería ser la de acompañarlo. Él es el único con derecho a decidir si incendia o no el Medio Oriente.
Finalmente, plantearé la silenciada hipótesis (desestabilizadora en muchos sentidos), expuesta nada menos que por el gran padre fundador del Estado de Israel, David Ben-Gurión, y desarrollada más extensamente por Yitzhak Ben-Zvi, que luego sería presidente de Israel. Hipótesis según la cual la mayor parte de los árabes de Palestina serían los descendientes de los judíos que no marcharon al exilio tras la destrucción del Templo. Judíos que en su mayoría habrían sido forzados a convertirse al islamismo. De ser ello cierto, nos encontraríamos con que, entre otras muchas imprevisibles consecuencias, el sionismo, que dice haber nacido para salvar a los judíos, estaría eliminando a un pueblo descendiente de ellos.
Lo grave es que esas sanguinarias citas son ciertamente bíblicas
El verdadero problema de este perverso recurso de Netanyahu a tales textos no es que un criminal de vida efímera utilice la Biblia eterna para justificar su ansia de masacrar al pueblo palestino. El verdadero problema para los judíos y para los cristianos sensibles hacia el sufrimiento de nuestros semejantes reside en que las sanguinarias citas que Netanyahu invoca son ciertamente bíblicas. Son citas de un Libro que es supuestamente inspirado por Yahveh, sagrado y sin error alguno. Se trata de un problema mucho más serio y grave que, por ejemplo, el del supuesto conflicto entre la ciencia y el poético relato bíblico de la creación.
El panorama es desolador: el 66% de los edificios de Gaza han sido arrasados; más de 14.000 civiles han sido asesinados impunemente, casi 6.000 de ellos niños; más de 35.000 heridos; muchos miles, un 40% de ellos niños, están bajo los escombros; unas 90 ambulancias han sido totalmente destruidas o dañadas; más de 200 médicos o personal sanitario, más de 50 periodistas o más de 100 trabajadores humanitarios de la UNRWA han sido asesinados…
No es pues extraño que, para justificar tanta sangre cruelmente derramada, semejante criminal recurra a los más terribles textos bíblicos, aquellos en los que se le hace decir a Yahveh que hay que exterminar totalmente sin piedad alguna a los enemigos. Es decir, precisamente aquellos textos que no deberían ser considerados como revelación. Netanyahu comparó a los palestinos con los amalequitas, que Yahveh ordenó, al parecer, exterminar sin piedad alguna (Samuel 15, 2-3):
“Así ha dicho Jehová de los ejércitos: ‘Yo castigaré lo que hizo Amalec a Israel al oponérsele en el camino cuando subía de Egipto. Ve, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene, y no te apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños, y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos’.”
El rey Saúl, por temor del pueblo, no cumplió el mandato de Yahveh y dejó con vida, como botín de guerra, lo mejor del ganado de los amalequitas. Por esta causa, el profeta Samuel lo depuso y lo desechó como rey de Israel. Se trata de un episodio perturbador, junto a algunos otros parecidos, para creyentes de una cierta sensibilidad: los sanguinarios no son ya el rey y su entorno, con sus ambiciones y perversiones, sino el mismo mensaje profético que Samuel dice proclamar en nombre del mismo Yahveh.
El gran mandamiento al que cualquier otro supuesto mensaje divino debe confrontarse
Sin embargo, me reafirmo: no creo que sea verdadero aquello de que “Yahveh ha dicho”, sino que la realidad es que “se le hace decir a Yahveh…” Estoy por tanto avanzando mi posición respecto al dogma de la inerrancia de las Sagradas Escrituras. Existe un principio superior respecto al cual deben reestructurarse todos los otros dogmas: Dios es Amor. Dios es Verdad, Belleza y Bondad.
Será una tarea ingrata para los teólogos el explicar posteriormente que significado debe o puede darse a ese dogma de la inerrancia. Pero, tanto en la Biblia judía como más aún en la cristiana, si hay algo cierto e incuestionable es el amor a Dios y al prójimo como a uno mismo. Un “prójimo” que, en un proceso evolutivo (los creyentes diríamos, de revelación paulatina), incluye cada vez más a cualquier ser humano, por alejado que esté e incluso por muy enemigo nuestro que sea:
Un día (Lucas 10, 25-37) se levantó un escriba y le preguntó a Jesús, para ponerle a prueba: “Maestro, ¿que he de hacer para tener en herencia vida eterna?” Él le dijo: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?”. Respondió el escriba: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.” Le dijo entonces Jesús: “Bien has respondido. Haz eso y vivirás.” Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: “Y ¿quién es mi prójimo?” Jesús respondió:
“Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: ‘Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva.’ ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?”
El escriba respondió: “El que practicó la misericordia con él.” Y Jesús le dijo: “Vete y haz tú lo mismo.” Existía una verdadera animadversión histórica entre judíos y samaritanos, por lo que no son casuales los personajes que Jesús escogió para elaborar esta parábola. Pero Jesús va mucho más allá: no solo con sus enseñanzas sino también con sus actitudes y comportamientos, exhorta a sus amigos a incluir en ese calificativo de “prójimo” incluso a los enemigos mortales, a aquellos que los odian y hasta desearían su muerte. Es exactamente el proceso inverso de aquel con el que se generan y provocan los genocidios: un proceso que es iniciado con la deshumanización de los otros.
¿Es esto una utopía que no hace pie en la realidad? No parece ser así, visto que esa utopía jugó un papel determinante en el cambio radical del Imperio Romano y le sobrevivió. Mas bien parece lo contrario: es una constatación psicológica que los deshumanizadores se deshumanizan en realidad a sí mismos; es una constatación histórica que la arrogancia, el desprecio y deshumanización de “los otros” hacen que incluso los más poderosos imperios acaben perdiendo el sentido de realidad y se derrumben estrepitosamente. ¡Cuánto más un minúsculo estado rodeado de enemigos, como es el de Israel, no debería vivir en la burbuja irreal de supremacismo en la que se empeña en vivir!
Una revelación progresiva condicionada por las limitaciones del emisario
Por mi parte, en cuanto a la inerrancia de las Escrituras, tan solo me atrevo a afirmar que, como fruto de mi propia experiencia personal (una experiencia de bastante más de medio siglo transitando por los caminos espirituales), se ha ido confirmando cada vez más en mi interior el convencimiento de que, efectivamente, lo que podríamos calificar como inspiración del Espíritu de Dios es algo bien real. Pero que, al mismo tiempo, el profeta o inspirado, como simple traductor que es, siempre trasmite según sus propios condicionamientos y limitaciones el mensaje que ha recibido. Muchos creyentes necesitan y desean seguridades y certezas, dogmas y límites bien definidos, pero por esa vía suele acabarse en lecturas absolutamente fundamentalistas de la Biblia.
Es, por tanto, tarea de exegetas y teólogos discernir en qué puede consistir el mensaje original que el mensajero intentó trasmitir. Se trata de una tarea muy ardua e ingente en la que caben y son necesarias multitud de matizaciones y ajustes finos para rescatar el grano de la paja. Pero hay cuestiones de bulto, ante las que no es necesario ser un especialista para hacer una valoración. Y la primera y principal de ellas es que, como ya expliqué anteriormente, “el dios conquistador sanguinario (y hasta iracundo y vengativo en un sentido que no se corresponde exactamente con los significados que nosotros damos a estos términos) que aparece en diversos textos del Antiguo Testamento, es incompatible con el Dios misericordioso y liberador de los profetas bíblicos”.
A pesar de algunos episodios como el ya citado, el Antiguo Testamento (la Biblia Judía) tiene multitud de episodios sublimes absolutamente contrarios a este. Como el de la primera lectura de la eucaristía de hoy: la que narra la muerte heroica de los siete hermanos Macabeos (2Macabeos 7). No es por tanto extraño que Jesús, aceptando como revelados o inspirados La Ley (la Torá) y los Profetas, lo que implica la aceptación de la misión especial de Israel en la historia de la salvación (porque no solo los individuos pueden tener una misión especial, sino también los pueblos), afirmase que no había venido a abolirlos sino a llevarlos a una plenitud (Mateo 5, 17-19).
Los grandes crímenes de los sucesivos gobiernos sionistas no pueden justificar la menor judeofobia
Pero a todo lo anterior debo añadir que, como ya expliqué anteriormente, estas barbaries de los sucesivos gobiernos genocidas sionistas no pueden justificar jamás que, desde el otro extremo, se banalice la shoah o se criminalice globalmente y sin matices a todo judío, sionista de los inicios o no, que en el último siglo haya aspirado a instalarse en Palestina respetando a la población local. De hecho, la primera aliá u oleada de inmigración a Palestina, compuesta principalmente por los judíos perseguidos en Rusia, tuvo lugar en 1882. Es decir, quince años antes del nacimiento del movimiento sionista.
Es faltar a la verdad histórica el no diferenciar los inicios del sionismo de su rápida concreción histórica y su desarrollo posterior, negando que en los inicios la motivación fundamental de multitud de judíos que llegaron a Palestina era su seguridad y la de sus familias. Y el minimizar hasta un ridículo 0,1 el porcentaje de judíos israelís que rechazan el sionismo. Hasta para el mismo embajador de Palestina en Argentina (al que en Humo y espejos le fue realizada en estos días una magnífica entrevista), esos judíos israelís son innumerables. Por lo que tampoco me parece justificable el insistir constantemente en la paranoia judía, obviando el holocausto de seis millones de ellos.
¡Qué extraño, verdad, que quienes han sufrido tan graves e inacabables persecuciones y matanzas tuviesen miedo y desarrollasen muchos complejos, incluso paradójicos, asociados al miedo y al pánico! Quienes hacen estas críticas indiscriminadas y globales a todo israelí deberían diferenciar y matizar mucho más, dejando claro que no niegan las persecuciones sufridas por los judíos, sino que lo que critican es la utilización de ellas por parte del sionismo actual para llevar a cabo su propio proyecto de colonización, dominio y opresión.
Es faltar también a la verdad histórica el ocultar los fuertes debates internos entre los sionistas de primera hora. Varios de esos debates son especialmente clarificadores. Uno de ellos es el que se tuvo sobre en qué territorio podrían establecerse. El hecho de que se debatiese tan intensamente sobre la posibilidad de que ese lugar fuese Uganda preferentemente, Palestina o la Patagonia, deja en evidencia que lo fundamental era salvar a millones de judíos y no el controlar, desde la estratégica Palestina, el petróleo de Oriente Medio, el Canal de Suez, etc.
Si a esto añadimos además las fuertes dudas que tenían sobre si permanecer o no en los países en los que vivían, queda en evidencia que al sionismo inicial no lo movía tanto una conspiración judeo-masónica-rothschildchiliana como el afán de protección de cientos de miles de judíos para sus familias. El sionismo solo se impuso al asimilacionismo (que preconizaba la integración en las sociedades en las que ya se vivía) tras el enorme impacto que supuso la Shoah.
También habría que tener en cuenta otro dato que recordó Silvana Ravinobich en una conferencia de hace tan solo unos días (desde el minuto 48:40 al 49:50): una de las muchas discusiones muy fuertes que se dieron en el movimiento sionista inicial fue la referente a la de un solo estado binacional de convivencia pacífica y la no partición de la tierra.
Sería de agradecer que quienes critican global y absolutamente al sionismo, sin diferenciar el monstruo actual del movimiento de los inicios, hiciesen alguna vez referencia a hechos como los que expone Silvana Ravinobich: en el año 1947, un grupo del sector socialista del sionismo (en el que se encontraba Martin Buber) consiguió convencer a la Comisión Angloamericana de la no partición de la tierra. Pero las potencias decidieron finalmente que les convenía más la división.
Esta es otra evidencia más de lo poco ecuánime que es el reservar el denigrante término de “ente” solamente para el estado de sionismo extremo y criminal que finalmente llegaron a imponer esas grandes potencias, mientras, por el contrario, se concede el ilustre término de “estados” a esas mismas potencias, las responsables de que verdaderos criminales acabasen controlando el sionismo y de otras muchas grandes tragedias en todo el planeta.
Como ya argumenté en mi último artículo, si hay algún culpable de las mayores tragedias sufridas por la humanidad tras la Segunda Guerra Mundial, ese no sería el sionismo sino aquellas grandes “familias” que son las responsables de que, entre multitud de otros crímenes, en el sionismo triunfasen y se impusiesen gentes fanáticas sin escrúpulos, responsables a su vez del genocidio del pueblo palestino. Sí, genocidio. Silvana Ravinobich, al igual que multitud de judíos, lo afirma con energía y lo argumenta con toda claridad en la citada conferencia (desde el minuto 52:30 al 1:01:30) resumiendo el estudio “Seis estudios sobre genocidio” de Daniel Feierstein.
¿Salvadores o pirómanos?
Y hablando de nuevo de realismo, comienzo por repetir que me parece extraño el que, para referirse a Israel, tan solo se utilice el término “ente sionista”, mientras que para referirse a quienes son los mayores responsables del genocidio de los palestinos y de otros muchos genocidios se utilice enfáticamente el término Estados (Unidos). Lo repito porque me parece poco realista el no ver que el Estado (genocida y todo lo que se quiera) de Israel, por muy reciente que sea su creación, es ya un “ente” tan irreversible como el estadounidense. A no ser que desde la seguridad de nuestra propia vida tan alejada de Palestina nos empeñemos en convertirnos, en expresión de Alfredo Jalife-Rhame, en los alegres pirómanos de todo Oriente Medio.
A veces se recurre al ejemplo de la derrota de Francia en Argelia para argumentar que en Palestina sucederá lo mismo: Israel será derrotado y tendrá que abandonar Palestina. Pero, si bien es cierto que allí, a pesar de los dos millones de víctimas argelinas, el millón de franceses colonialistas tuvieron que marcharse derrotados, hay una diferencia muy importante que parece no tenerse suficientemente en cuenta. Quizá, debido al empeño en llevar hasta el extremo la categoría de “colonialismo” como clave casi única para entender el surgimiento del Estado de Israel, no se capta bien esa diferencia: la permanencia de Francia en Argelia no era para ella un reto existencial, la metrópoli estaba muy lejana, mientras que en Palestina considero que es una exageración el decir que la metrópoli de los siete millones de judíos israelís está en Estados Unidos o Francia.
Esta exageración me parece que es de nuevo el resultado de un reduccionismo: la negación del hecho de que inicialmente cientos de miles de judíos buscaban ciertamente un hogar seguro, lo cual está absolutamente relacionado con las terribles persecuciones sufridas. Seguramente la cuestión de la seguridad ya no sea la prioritaria para muchos de esos siete millones de judíos israelís y el Gobierno sionista esté fomentando la paranoia intencionadamente.
Pero, a diferencia de lo que le sucedía al millón de colonos franceses en Argelia, la supervivencia o no de Israel sí que sigue siendo para ellos un reto existencial. Por todo ello, me pregunto: ¿Seguro que esos siete millones de judíos fuertemente militarizados serán tan fácilmente eliminables con la pasividad de las grandes potencias que los sostienen?, ¿seguro que no estamos jugando a pirómanos?
¿Forzar al Gobierno sionista a aceptar un Estado palestino o arriesgarse al Armagedón?
El hecho de que el Gobierno sionista utilice cualquier negociación posible que apunte a los dos estados como un señuelo mientras se apodera paso a paso de todo el territorio no contradice el hecho de que tan solo sigue habiendo un futuro: el de una difícil convivencia pacífica, una convivencia irremediablemente demasiado cercana. El pueblo palestino caería en la trampa tan solo si bajase los brazos, seducido por otras nuevas negociaciones trampa. Pero yo no veo otra alternativa que esta: que un Israel suficientemente debilitado sea obligado a negociar de verdad la creación de un Estado palestino.
O mejor sí, hay otra opción: el Armagedón. A estas dos opciones podría haber añadido otras dos posibilidades más: la total expulsión o aniquilación de los siete millones de judíos israelís y la total expulsión o aniquilación de otros tantos palestinos. Pero con toda probabilidad ambas alternativas conllevarían el incendio de todo el Medio Oriente e incluso el citado Armagedón.
Cuando alguien como Ilan Pappé afirma que “la idea de la solución de dos estados es una táctica sionista para ganar inmunidad internacional, de modo que ellos puedan terminar de realizar la limpieza étnica de Palestina, [una idea que] no viene de un deseo genuino de realmente entrar en paz con los palestinos”, no solo no contradice todo cuanto vengo afirmando, sino que lo confirma.
Pero, a mi entender, Ilan Pappé no acaba de aportar (al menos en aquella conferencia de la que he extraído la anterior cita) la conclusión final correcta: precisamente porque todo eso es cierto, el pueblo palestino no debe bajar los brazos; ni debe dejar de forzar, incansablemente, al Gobierno sionista para que pase de la farsa a la realidad de unas negociaciones serias. El último artículo que acabo de leer en el que se manifiesta que no existe otra solución que la de los dos estados es de alguien tan poco sospechoso como Scott Ritter.
No se trata de que, dada la mendacidad con la que viven y se mueven los sucesivos gobiernos sionistas, ya no se deba negociar. Se trataría de que, buscando un Israel suficientemente debilitado (lo cual está basado en la vía militar pero no se reduce a ella), el pueblo palestino, con la ayuda de la comunidad internacional (la verdadera), fuese capaz de obligarle a celebrar unas negociaciones auténticas y unas cesiones reales.
De ahí que en un artículo anterior titulado “Desde las ruinas de la Gaza arrasada”, escogiese el siguiente subtítulo: “¿Negociaciones falsarias para avanzar con las armas hacia la total opresión criminal o lucha a muerte para avanzar en el camino negociado de la liberación?”. Y de ahí que también hiciese luego este análisis:
“A no ser que alguna de las partes decida dar una patada nuclear definitiva al tablero mundial y todos desparezcamos de él, en algún momento, se tomen los caminos que se tomen, habrá que sentarse frente al enemigo. Si esto es ciertamente así, el perverso ‘talk and fire’ anglosajón, con el que han acabado con tantos ingenuos líderes y países, tendrá que ser usado en sentido inverso: las negociaciones falsarias para avanzar con las armas hacia la total opresión criminal deben convertirse en lucha a muerte para avanzar en el camino negociado de la liberación.”
Solo los pueblos son los protagonistas de su destino
Me parece poco objetivo o quizá incluso manipulador el afirmar que mayoritariamente los palestinos están en contra de la solución de dos estados. Me parece que la realidad es otra: dada la prepotencia sionista, fundamentada en su poderío militar y sus alianzas internacionales, esa mayoría palestina ve cada vez más imposible esa solución que, desde hace muchas décadas, vienen considerando como la menos mala o incluso la única posible. O afirmar también que la solución deseada por los más radicalizados, como Hamás y aquellos que lo apoyan, es la solución deseada por “los” palestinos.
En realidad, el primer paso para iniciar en el futuro cualquier negociación no-trampa (es decir, una negociación seria con un Estado sionista suficientemente debilitado) debería ser el de conocer cuál es la voluntad mayoritaria del pueblo palestino: la solución de los dos estados o un enfrentamiento tan total con Israel que cierre definitivamente la puerta a cualquier tipo de entendimiento.
Los únicos que tendrían derecho a incendiarlo todo, sacrificando muy probablemente sus propias vidas y las de sus familias, serían las víctimas, los palestinos, pero no nosotros. Si tuviese que retener una sola cosa de las que nuestro compañero y maestro Adolfo Pérez Esquivel nos ha enseñado, podría resumirla en esta sencilla frase: Acompañar a los pueblos.
En la gran película argentina La Patagonia rebelde, se da una impactante situación que ilustra esta actitud de entrega solidaria total. Entrega que llega hasta el extremo de ser fiel a tal acompañamiento incluso a sabiendas de que el pueblo se equivoca. Y no se trataba de un error cualquiera, sino de uno que supondrá la muerte.
Antonio Soto (Luis Brandoni), uno de los líderes rebeldes, bien consciente de que los militares incumplirán sus promesas y asesinarán a todos los compañeros trabajadores que han decidido entregarse, se aleja sin rendirse, junto a otro compañero, de la escena final. Por el contrario, Schultz (Pepe Soriano), igualmente consciente de todo ello, prefiere permanecer fielmente junto a sus ingenuos compañeros que, en asamblea, han optado por la rendición. Schults será fusilado inmediatamente junto a todos los demás.
La perturbadora tesis de Ben Gurión y Yitzhak Ben-Zvi sobre el origen de los palestinos
Según expone el doctor israelí Oded Balabam (minuto 39:00 al 49:10), en 1920 David Ben-Gurion y Yitzhak Ben-Zvi realizaron una investigación cuya conclusión fue que la mayor parte de la población árabe de Palestina sería descendiente de los judíos que no se exiliaron tras la destrucción del Templo de Jerusalén. Sólo se habrían exiliado las elites políticas, pero no la gran masa de campesinos.
El Islam, a su llegada, les habría forzado a optar entre la islamización o la entrega de sus tierras, que eran las que les proveían de todo su sustento. Islamización por la que habrían optado la mayoría de ellos. Sobre esta incalificable conversión forzada de los judíos sabemos bastante en Mallorca. Posteriormente Yitzhak Ben-Zvi, antropólogo de profesión, publicó en dos volúmenes la obra La población del pueblo de Israel, en la que desarrollaba la citada cuestión mucho más ampliamente.
A pesar de la trascendencia que podría tener semejante tesis formulada por semejantes personalidades, no se quiso que fuese traducida del hebreo a otros idiomas. Pero lo que es más extraño aún es que, cuando el autor acabó siendo presidente de Israel y se volvió a hacer una importante edición de sus obras completas, curiosamente, la obra citada no fue incluida.
Y, como continúa comentando el doctor Balaban, esto no solo parece ser la verdad, sino que además origina otra nueva cuestión también sumamente incómoda que, por el momento, el prefiere dejar abierta: ¿De donde vienen entonces los judíos de la diáspora? Ante un corte tan brusco en una cuestión tan interesante y relevante es cuando un no especialista en ello, como es mi caso, se hace muchas preguntas. Algunas de las cuales en realidad ya han sido respondidas por otros analistas con mucha información, como el doctor Jalife-Rhame. Aunque lo relevante ahora es que no conozco que hayan relacionado nunca sus respuestas con esta otra hipótesis sobre el origen de la mayoría de los palestinos.
Esas preguntas que me vienen en mente son como esta: ¿Qué sucedería si fuese cierta y ampliamente difundida la hipótesis, extremadamente incómoda para algunos, de que los descendientes de judíos conversos por motivos políticos, pero no étnicos semitas, como los jázaros, se hubiesen hecho con el control del sionismo y estuviesen exterminando a cientos de miles de palestinos y expulsando al resto; palestinos, semitas por tanto, que en su mayoría serían precisamente descendientes de los judíos que no se exiliaron ni en el siglo I ni en el II?
Nos encontramos frente a una hipótesis incómoda para todos, pero en especial para el sionismo. Ya que pone de relieve lo intrascendentes e incluso fantasmagóricas que son las cuestiones raciales, étnicas o religiosas en este conflicto de dominación pura y dura, de colonialismo y genocidio. Y, sobre todo, dejaría en evidencia a un Estado sionista que estaría asesinando hebreos o judíos étnicos a fin de, según proclaman, proteger al pueblo judío.
En todo caso, la sola posibilidad de que esa hipótesis esté en lo cierto pone en evidencia las contradicciones e incluso la ridiculez del supremacismo sionista. Sobre todo, si ese supremacismo es ejercido por gentes que, en otra hipótesis bastante probable, son (además de ser ciertamente criminales straussianos) descendientes de jázaros convertidos al judaísmo por motivaciones políticas y no judíos semitas originales.
Pintura: La Victoria de Josué sobre los Amalequitas (Nicolas Poussin, 1625)
Suhail Hani Daher Akel: Entre Guerra y Paz – Comprendiendo el enfrentamiento Israel-Palestina (Humo y Espejos, 22.11.2023)