La primera parte de este largo artículo trataba sobre la nefasta naturaleza del fantasioso paradigma occidental “Nosotros somos los buenos” y sobre su importancia como fundamento mismo del proyecto de dominación mundial atlantista. Trataba también sobre otras realidades estrechamente relacionadas con ello, como el hecho cierto de que la legitimidad moral es mucho más decisiva de lo que parece frente al poderío militar.

La segunda parte estuvo dedicada fundamentalmente a los excepcionales análisis en el ámbito geoestratégico y militar, realizados honesta y lúcidamente, por el coronel Richard Black. Todo lo que explica sobre “las guerras de Putin” en Siria o en Ucrania debería ser suficiente para que muchos de nuestros conciudadanos occidentales abran los ojos y comprendan el grado de alienación en el que les han sumido “nuestros” medios de “información”. Junto a sus análisis, también recogía algunos otros que nos llegan desde el Séptimo Arte, en concreto de Oliver Stone. Ambos fueron de suma utilidad para reforzar todo lo dicho y argumentado en la primera parte.

Ahora analizaré el decisivo papel de “nuestros” medios y ONGs, que, con sus falsedades y, sobre todo, sus silencios, son los grandes artífices del triunfo de tan infame paradigma.

Jonathan Cook: Los grandes medios “liberales” al servicio de una civilización benévola y superior

Jonathan Cook escribió para The Guardian desde 1994 hasta 2007. Sus artículos han sido también publicados en The Observer, Internacional Herald Tribune, Le Monde Diplomatique, Al-Ahram, Al-Jazeera, El Nacional. Y ha publicado diversos libros. Así que merece ser escuchado cuando, con una ironía muy semejante a la que destila el titular del presente artículo, califica a la civilización occidental como “benévola y superior”. Sus análisis son especialmente valiosos al estar hechos, al igual que los del coronel Black, desde el interior del sistema.

En La hora de los grandes “filántropos” transcribí una larga cita de su conferencia titulada Medios como instrumento del Imperio realizada en Sabeel, Centro Ecuménico de Teología de la Liberación, en su octava conferencia internacional en Belén el viernes 25 de febrero de 2011. En los días siguientes fue publicado en la página Global Research y el 3 de marzo en castellano en la de Rebelión, titulado “Un Imperio de mentiras. La CIA y los medios occidentales”. Así que aquello de que “Occidente es un imperio de la mentira” no resulta ser, finalmente, un perversidad reciente del último malo de la película, Vladimir Putin.

En dicha cita explica cómo funciona el mecanismo mediante el cual los grandes medios “liberales” construyen ese paradigma de la benevolencia y superioridad de Occidente. Y para ello comienza ejemplificándolo con el modo como The Guardian colaboró con una mentira tan infame y grave como fue la de la posesión por Sadam Husein de las famosas armas de destrucción masiva. Y lo más sorprendente de dicha historia es que no solo mintieron gravísimamente sino que además disfrazaron tal mentira con la máscara de “gran revelación”, digna al parecer del premio Pulitzer.

El infame cómplice mediático, The Guardian, se auto presentó así como un referente del periodismo de investigación que había logrado extraordinarias revelaciones de un misterioso personaje al que llamó Curveball. Pero aún hay más: cuando por múltiples vías por fin se desveló la falsedad de la existencia de armas de destrucción masiva y cuando el mismo Curveball (utilizado tanto por la CIA como por The Guardian con pleno conocimiento de que era un mentiroso que había inventado toda esa historia para conseguir el asilo en Alemania) confesó ocho años después a The Guardian sus manipulaciones, este fue el giro que el diario dio a esa historia: Curveball, y no Estados Unidos y Occidente, fue el culpable del ataque a Irak. El titular fue este: “Cómo EE.UU. fue engañado por un iraquí fantasioso que quería derrocar a Sadam”. Jonathan Cook concluía así:

“[…] la Casa Blanca fue la verdadera víctima de las mentiras de Curveball, no el pueblo iraquí, que sufrió más de un millón de víctimas mortales como resultado de la invasión, según las mejores cifras disponibles, y de cuatro millones de exiliados forzosos.

No hay nada excepcional en este ejemplo. Lo escogí porque relata un evento de continua y actual importancia. Por desgracia, hay algo tan familiar que llega a ser deprimente en este tipo de información, incluso en las principales publicaciones liberales de Occidente. Contrariamente a su objetivo declarado, el periodismo de la tendencia dominante disminuye invariablemente el impacto de nuevos eventos cuando amenazan a las élites poderosas.”

En fin, una historia que no me sorprendió en absoluto: ya había visto muchas cosas semejantes en Ruanda. Como el caso del enigmático confidente Jean Pierre Turatsinze. En enero de 1994 mostró al coronel Luc Marchal (el oficial superior en el contingente belga de mantenimiento de la paz durante el genocidio de Ruanda de la primavera de 1994) en la sede del partido gubernamental en Kigali un depósito de armas que, según él, serían utilizadas para cometer un genocidio. En ambos casos se pudo conocer años después la absoluta falsedad de tales montajes. Pero en el caso de Ruanda esa historia sigue formando parte del relato oficial del genocidio de la primavera de 1994. Estos son algunos párrafos de mi libro en los que analizo lo que expuso Jonathan Cook en su conferencia sobre dicha “revelación”:

“[…] la ‘revelación’, supuestamente importante y atrevida, realizada unos días antes por The Guardian, al que califica de ‘principal periódico liberal de Gran Bretaña. […] Y sabe bien de qué habla, ya que escribió para él desde 1994 hasta 2007. La manipulación informativa que Jonathan Cook deja en evidencia es verdaderamente modélica para entender este tipo de técnicas de confusión y engaño utilizadas por estos grandes diarios, supuestamente independientes. Diarios que investigadores como Noam Chomsky califican de medios corporativos dominantes que se dedican en realidad a moldear la opinión de la sociedad para que se ajuste a los puntos de vista y a las políticas de las poderosas élites gobernantes y a crear así las necesarias ilusiones colectivas y los tranquilizadores consensos. El testimonio de Jonathan Cook es, por tanto, doblemente valioso: viene desde adentro mismo tanto del mundo anglosajón del que surgió el proyecto de ‘intervenir’ en Irak como del mundo de los medios ‘liberales’ que fueron utilizados para justificar tal ‘intervención’.

[…]

A continuación Jonathan Cook pasa a considerar qué o quienes constituyen actualmente el Imperio. Identificarlo con el Gobierno de Estados Unidos y su ejército, que constituyen la única superpotencia del mundo, sería formularlo de una manera demasiado simple. Jonathan Cook se refiere también a que el método de la fuerza militar no es en absoluto el único que el Imperio tiene para lograr sus objetivos y también al papel decisivo de los grandes medios de comunicación. Pero se refiere además a una cuestión absolutamente clave: a la idea, que está en la base de esta gran farsa, de que la cultura política de Occidente es de por sí benévola y que es superior desde el punto de vista moral a todos los sistemas alternativos existentes, o concebibles. Se refiere al espejismo de que nuestros dirigentes cometen errores, son ingenuos o incluso estúpidos, pero que es un exceso propio de radicales el calificarlos de verdaderos criminales o, al menos, de cómplices de otros que sí lo son… Con todo lo cual vamos cerrando el círculo que abrí al tratar ya todas estas cruciales cuestiones en las primeras páginas de este libro:

Tradicionalmente, los imperios han sido definidos de manera limitada, en términos de Estados-Nación que expanden con éxito su esfera de influencia y poder a otros territorios. El objetivo del Imperio es imponer la dependencia a esos territorios, y luego explotar sus recursos en el caso de países poco desarrollados, o, con países más desarrollados, convertirlos en nuevos mercados para sus excedentes. En este último sentido el Imperio estadounidense ha logrado afirmar a menudo que es una fuerza por el bien del mundo, que ayuda a propagar la libertad y los beneficios de la cultura del consumo.

El Imperio logra sus objetivos de diferentes maneras: mediante la fuerza, como es en la conquista, cuando enfrenta a poblaciones que se resisten al robo de sus recursos; y de modo más sutil mediante la interferencia política y económica, la persuasión y el control de las mentes, cuando quiere crear nuevos mercados. No importa cómo funcione, el objetivo es crear en los territorios dependientes un sentimiento de que sus intereses y destinos están ligados a los del Imperio.

En nuestro mundo globalizado, la cuestión de quién está en el centro del Imperio es mucho menos clara que antes. El Gobierno de EE.UU. es actualmente menos el corazón del Imperio que su facilitador. Lo que hasta hace poco eran los brazos del Imperio, especialmente las industrias financiera y militar, se ha convertido en una elite imperial transnacional cuyos intereses no están limitados por fronteras y cuyos poderes evaden en gran parte los controles legislativos y morales.

Esas suposiciones, por fantasiosas que puedan parecer cuando son analizadas, constituyen el fundamento ideológico sobre el que se construyen las narrativas de nuestras sociedades en Occidente y del cual se deriva en última instancia nuestro sentido de identidad. Este sistema ideológico nos parece –y utilizo ‘nosotros’ y ‘nuestras’ para referirnos solo a públicos occidentales– que describe el orden natural.

La tarea de santificar esas suposiciones –y de asegurar que no sean analizadas– corresponde a nuestros medios dominantes. Las corporaciones occidentales son dueñas de los medios, y su publicidad hace que la industria sea rentable. En ese sentido, los medios no pueden cumplir con su función de controlar al poder, porque en realidad forman parte del poder. Es el poder de la elite globalizada de controlar y limitar los horizontes ideológicos e imaginativos de los lectores y espectadores de los medios. Lo hacen para asegurar que los intereses imperiales, que son sinónimos de los de las corporaciones, no sean amenazados.

La historia de Curveball ilustra nítidamente el papel de los medios. Su confesión fue tardía –demasiado tarde, ocho años para ser preciso– como para tener algún impacto sobre los eventos que importan. Como sucede tan a menudo con historias importantes que cuestionan los intereses de la elite, los hechos necesarios de modo vital para permitir que los públicos occidentales lleguen a conclusiones informadas no estaban disponibles cuando eran necesarios. En este caso, Bush, Cheney y Rumsfeld se han ido, como sus consejeros neoconservadores. La historia de Curveball interesa ahora sobre todo a los historiadores.

Este último punto vale de un modo bastante literal. Las [segundas] revelaciones de The Guardian no interesaron casi nada a los medios estadounidenses, que son el supuesto control en el corazón del Imperio estadounidense. Una búsqueda en la base de datos mediática de Lexis Nexis muestra que las admisiones de Curveball fueron publicadas solo en The New York Times, en un breve informe en la página 7, así como en un resumen noticioso en el Washington Times. Las docenas de otros periódicos importantes en EE.UU., incluido el Washington Post, no las mencionaron en absoluto.

En su lugar, la principal audiencia para la historia fuera del Reino Unido, fueron los lectores del periódico Hindu de India y Khaleej Times de Dubai.

Pero incluso The Guardian, considerado frecuentemente como atrevido en el enfrentamiento de poderosos intereses, envolvió su informe de modo que privaba a la confesión de Curveball de su verdadero valor. Los hechos fueron privados de su verdadera importancia. La presentación aseguró que solo los lectores más informados hayan comprendido que EE.UU. no fue engañado por Curveball, sino que más bien la Casa Blanca había explotado a un ‘fantasioso’ –o a un exiliado desesperado de un régimen brutal, depende de cómo se vea– para sus propios fines ilegales e inmorales.

¿Por qué omitió lo principal The Guardian en su propia exclusiva? El motivo es que todos nuestros medios dominantes, por liberales que sean, toman como punto de partida la idea de que la cultura política de Occidente es de por sí benévola y que es superior desde el punto de vista moral a todos los sistemas alternativos existentes, o concebibles.

En la información y en los comentarios, esto se demuestra del modo más claro en la idea de que ‘nuestros’ dirigentes siempre actúan de buena fe, mientras que ‘sus’ dirigentes –los que se oponen al Imperio o a sus intereses– son impulsados por motivos viles o malignos.

De esta manera los enemigos oficiales, como Sadam Hussein o Slobodan Milosevic, pueden ser señalados como personificación del dictador demente o avieso –mientras otros regímenes igualmente delincuentes como Arabia Saudí son descritos como “moderados”– abriendo el camino para que sus países se conviertan en objetivos de nuestras propias estrategias imperiales.

A los estados seleccionados para el ‘abrazo’ del Imperio se les deja una alternativa sombría: aceptad nuestras condiciones de rendición y convertíos en aliados, o desafiad al Imperio y enfrentad nuestra ira.

Cuando las élites corporativas pisotean a otros pueblos y estados para promover sus propios intereses egoístas, como en el caso de la invasión de Irak para controlar sus recursos, nuestros medios dominantes no pueden permitir que su información coloque los eventos en un marco honesto. La suposición continua en los comentarios liberales sobre el ataque de EE.UU. contra Irak, por ejemplo, es que, ya que no se encontraron armas de destrucción masiva, el Gobierno de Bush se quedó para impulsar un esfuerzo desorientado por desarraigar a los terroristas, restaurar la ley y el orden, y propagar la democracia.

Para los medios occidentales, nuestros dirigentes cometen errores, son ingenuos o incluso estúpidos, pero nunca son malos o aviesos. Nuestros medios no llaman a que se juzgue a Bush o Blair en La Haya como criminales de guerra.

[…] pocas veces se dice a los periodistas –por lo menos directamente– qué escribir. Los medios han desarrollado procesos cuidadosos de selección y jerarquías en su personal editorial –llamados ‘filtros’ por los críticos de los medios Ed Herman y Noam Chomsky– para asegurar que periodistas disidentes o verdaderamente independientes no alcancen posiciones de verdadera influencia.

[…] nuestros periodistas pugnan por el acceso profesional, por ser admitidos a las antecámaras del poder. Esos privilegios hacen carreras pero a un inmenso coste para la independencia de los periodistas.

[…] Las conmociones, mientras los públicos árabes luchan por deshacerse de sus tiranos, también ponen al desnudo algunas de las ilusiones que nos han vendido los medios occidentales. El Imperio, nos han dicho, quiere democracia y libertad en todo el globo. Y sin embargo se le ve mudo e impasible mientras los verdugos del Imperio sacan sus armas hechas en EE.UU. contra sus pueblos que demandan libertades al estilo occidental.

La versión occidental de la glasnost [la apertura política y de la información llevada a cabo en la Unión Soviética junto a la perestroika o reestructuración económica] es particularmente obvia en la cobertura del problema más cercano a nuestros corazones, aquí en Palestina. […].

Esta es una oportunidad y debemos utilizarla. Debemos exigir más honestidad a los medios corporativos; debemos avergonzarlos al estar mejor informados que los que escriben en ellos, que reciclan comunicados de prensa oficiales y claman por su propio acceso profesional; y debemos abandonarlos, como ya sucede, en busca de mejores fuentes de información. Tenemos una ventana. Tenemos que abrirla con fuerza antes de que las élites del Imperio traten de cerrarla de un golpe.

Arthur Silver: el sadismo extremo de los “buenos” encubierto por los medios atlantistas

A continuación de este magnífico análisis de Jonathan Cook recogí otro no menos perturbador de Arthur Silver:

“Por su parte, la revista alemana Der Spiegel, que junto a los otros cuatro grandes diarios internacionales pudo disponer de los cables de WikiLeaks, tampoco está siendo un prodigio de transparencia. No hace mucho, trascendió la noticia de que tiene en su poder unas cuatro mil fotos y videos de la intervención estadounidense en Afganistán en las que queda al descubierto el mismo sadismo de los “defensores” de la democracia, de los derechos humanos y la libertad, que el mundo ya había visto antes en las imágenes de las torturas en la cárcel de Abu Ghraib, en Irak. Hasta la fecha solo ha publicado tres, que ya son suficientes para comprobar quiénes son y cómo actúan estos auténticos sádicos asesinos y para imaginar todo lo demás. En una de ellas se puede ver como tratan el cadáver de un menor al que, al igual que en el far west, levantan entre risas de la cabellera como un trofeo de caza. Arthur Silver analiza así el reportaje de Der Spiegel en el que aparecían publicadas las citadas fotos:

[…] no se utiliza al ejército de EE.UU. para ningún propósito defensivo, en absoluto. Bien al contrario, se usa al ejército estadounidense únicamente para tratar de avanzar en la dedicación obsesiva y profundamente perturbada de la clase dominante por la hegemonía global estadounidense. En aras a ese objetivo, el ejército de EE.UU. asesinará repetida y necesariamente a una cifra inmensa de civiles completamente inocentes. Esos asesinatos no son la lamentable consecuencia de una política ‘bienintencionada’, y no son los ‘daños colaterales’ que podrían evitarse. Los asesinatos […] son un elemento integral e indispensable del plan para el control y la dominación.

A cinco de los soldados se les juzga por asesinato premeditado; después de cometer los asesinatos hicieron ver que se habían tenido que defender de los ataques talibanes. Otras acusaciones se refieren a mutilación de cadáveres, a la posesión de imágenes de víctimas humanas y abuso de drogas. Todos los soldados han negado las acusaciones. Se enfrentan a pena de muerte o sentencia a cadena perpetua si se les declara culpables. El caso ha creado ya una profunda conmoción en todo el mundo, especialmente por las revelaciones de que esos hombres cortaban ‘trofeos’ de los cuerpos de los seres que asesinaban.

El amplio artículo de Der Spiegel que acompaña a las fotografías contiene nuevos detalles sobre la sádica conducta de esos hombres. En un incidente acaecido en mayo del pasado año, dice el artículo, durante una patrulla, el equipo prendió a un mullah que se encontraba de pie al lado de la carretera y le llevaron hasta una zanja donde hicieron que se arrodillara. Después, el jefe del grupo, el sargento Calvin Gibbs, le lanzó presuntamente una granada, mientras daba órdenes para que le dispararan. Después, se describe como Gibbs cortó uno de los dedos meñiques del hombre y le arrancó un diente. El equipo de la patrulla contó después a sus superiores que el mullah había intentado amenazarles con una granada y que no tuvieron más remedio que disparar.

Uno de los gerentes de seguridad de la compañía estadounidense DynCorp envió un correo a sus clientes advirtiendo que era probable que la publicación de las fotos ‘incitara a la población local’ porque ‘la gravedad de los incidentes que se revelan es muy gráfica y extrema’. Las ‘disculpas’ del ejército expuestas en este artículo de Jon Boone representan la típica propaganda estándar que cualquier régimen bárbaro y sangriento suele utilizar. Esas acciones no son ‘contrarias a los estándares y valores de Estados Unidos’, sino que encarnan a la perfección ‘los estándares y valores de Estados Unidos’.

Añadiría unas cuantas verdades desagradables más en relación a todos esos que apoyaron a Obama creyendo que representaba algún tipo de cambio importante de las políticas de Bush que tan profundamente afirmaban detestar. Primero, vuestro apoyo a Obama supuso una confesión de profunda ignorancia acerca de la política y los sistemas políticos, y de cómo esos sistemas se desarrollan y actúan. Una vez más, la verdad sobre Obama y las políticas que él iba a seguir no eran un secreto que necesitara de especiales conocimientos para poder descodificarlas. Algunos de nosotros estuvimos gritando repetidamente la verdad acerca de Obama durante todo el 2007 y el 2008. Casi todo el mundo nos ignoró. Aquí está un artículo que escribí sobre la política exterior de Obama (y la de Hillary Clinton) de mayo de 2007. Y aquí les indico un artículo sobre Obama de mayo de 2008 [ ‘Unas cuantas verdades desagradables acerca del Estado de la Muerte y sus patrocinadores’], que incluía esto:

‘Incluso aunque asumamos que Obama desea realmente cambiar nuestro sistema político, el punto fundamental es el mismo: un individuo no puede hacer eso él solo. Es de locos creer otra cosa. Más claramente: es profunda, profundamente estúpido. Y la verdad es muy diferente de esa fantasía idiota: Obama encarna a la perfección el sistema según es ahora. Lo desafiará en temas sin importancia. Pero, muy al contrario, hará todo lo posible por hacer que avancen los objetivos de la clase gobernante y asegurará que los poderosos estén completamente protegidos. Les mentirá sobre todo eso, como ya lo ha hecho en numerosas ocasiones pero, como he señalado, muchos estadounidenses, incluidos muchos liberales y progresistas, están locamente dispuestos a creer cualquier cosa’.

Hay cosas que “no salen en la tele” no por ser poco importantes sino por serlo demasiado

En realidad no necesitaría recurrir a las confidencias de estos periodistas excepcionales. Me basta mi propia experiencia personal para entender cómo funciona esta prensa presstituta en sus labores de entronización de Occidente como una civilización “benévola y superior” en la que una “magnífica prensa libre” es capaz, supuestamente, de revelar hasta los episodios propios más oscuros y condenables. Mi caso personal es suficientemente aleccionador. Pero, al parecer, no hay manera de que nuestros conciudadanos dejen de tener necesidad de recurrir al supuesto saber. Es decir, de recurrir a lo que digan aquellos en quienes previamente han depositado la autoridad académica y profesional. De ahí que haya recurrido a los análisis de ambos periodistas.

Sin embargo, creo que debo dedicar unas líneas a esa experiencia propia. Sobre todo, porque se refiere al terrible dossier Ruanda-Congo. Un dossier en el que Occidente debe reconocer y aceptar sus gravísimas responsabilidades, si es que quiere reencontrar el camino de aquella dignidad que perdió totalmente con semejantes crímenes. Un dossier que no se considera importante porque no se lo ve en los medios. Cuando, en realidad, se trata de lo contrario: es de tal magnitud y las responsabilidades de Occidente en él son tan graves, que debe ser ocultado.

A finales de noviembre de 2010 El País iniciaba la publicación, diaria y que se prolongó durante semanas, de una gran cantidad de las revelaciones de Wikileaks. Tras la apariencia de ser un valiente periodismo de investigación, se ocultaba en realidad un comportamiento semejante al de The Guardian, que Jonathan Cook analizaba en profundidad. Entre la multitud de páginas íntegramente dedicadas a episodios secretos de la diplomacia de Estados Unidos revelados por Wikileaks, ocupaban un lugar destacado, especialmente el martes 30 de noviembre, las referentes a las presiones de Estados Unidos en la Audiencia Nacional española. El gran titular de primera página era este: “EE UU maniobró en la Audiencia para frenar los casos de crímenes y torturas”.

Pero ni aún ese día había ni a una sola línea dedicada a los cinco cables sobre el dossier ruandés en la Audiencia. Cables que más tarde el mismo Julian Assange, tras lamentar públicamente que no se estuviesen publicando documentos muy importantes que habían sido ya entregados, publicó por una vía diferente a la de los cinco grandes diarios del mundo con los que había realizado acuerdos. En el libro ya citado, yo expresaba así mis sensaciones:

“Cuando empezaron a ser publicados sistemáticamente en El País y en otros cuatro grandes diarios internacionales los extensos artículos basados en las informaciones aportadas por los cables estadounidenses conseguidos por WikiLeaks, me costaba entender que casi nada nos dijeran de un conflicto tan grave como el del África de los Grandes Lagos. Más aun conociendo que El País informó ya desde el inicio sobre el hecho de que existen bastantes cables referentes a dicha región. Pasaban las semanas y cada vez era más difícil sustraerse a la incómoda sensación de que en esta historia estaban casi totalmente ausentes algunas importantes y ocultas realidades de nuestro mundo.

¿Cómo era posible que El País publicase tal cantidad de cables sobre el hecho aislado del asesinato de un español en Irak, el cámara y reportero gráfico José Couso, y sobre la causa abierta por ello en la Audiencia Nacional, pero ninguno sobre el asesinato de otros nueve españoles ni sobre la causa por estos nueve crímenes igualmente abierta en la Audiencia Nacional, causa que debería preocupar a la Administración estadounidense del mismo modo que la abierta por el caso Couso? ¿O que tampoco publicase nada sobre los otros graves hechos de los que se ocupa esta causa judicial: los cuatro magnicidios perpetrados en una década en el África de los Grandes Lagos; los crímenes masivos llevados a cabo en el conflicto que más víctimas ha causado tras la Segunda Guerra Mundial; el pillaje de recursos naturales que se está realizando en el marco del gran proyecto que está remodelando totalmente casi la mitad de la rica África, en medio de una soterrada pero terrible lucha entre las potencias occidentales y otras potencias emergentes como China?

El hecho de que el reportero español fuese asesinado directamente por militares estadounidenses no es explicación suficiente para este clamoroso silencio sobre los grandes intereses y grandes crímenes que se juegan en este momento en África, grandes intereses y grandes crímenes en los que Estados Unidos también tiene tanto que ver. Es verdad que todo lo referente al caso Couso tiene una alta carga simbólica y que pone muy nerviosa a la Administración estadounidense, ya que podría crear un peligroso precedente contra la impunidad internacional de la que gozan hasta ahora sus militares. Pero este episodio en Irak no es en ningún modo comparable con la magnitud y gravedad del conflicto africano. Sin duda WikiLeaks estaba prestando un importante servicio a la verdad. Pero la verdad que nos presentaban estos cinco grandes diarios internacionales, ¿era toda la verdad? El mismo Julian Assange afirmaba el 23 de diciembre de 2010 (Artículo de Eugenio García Gascón en el diario Público):

‘Hemos dependido hasta ahora de los grandes cinco periódicos del mundo y lo que ha sido publicado hasta la fecha refleja los intereses de estos diarios, como The Guardian, El País y Le Monde, pero no lo que consideramos importante. Así que vamos a difundir todos los documentos que tenemos. Esto tardará cuatro o seis meses.

Sería un grave error el confundir una parte con el todo. Sería un reduccionismo más. Tras la entrega de la documentación de WikiLeaks a solo cinco grandes medios y tras el proceso de selección que estos han llevado a cabo, los cables publicados casi nada nos habían dicho sobre una de las mayores tramas de intereses y crímenes que existen en nuestro mundo así como de los más importantes personajes de dichas tramas. Las claves que acabo de exponer anteriormente nos permiten empezar a suponer algunos de los motivos de este clamoroso silencio: no se podía esperar de esos cinco grandes diarios internacionales algo demasiado diferente de lo que han hecho, dada su estrecha relación con los poderosos clubes que están tan implicados en la tragedia del África de los Grandes Lagos; la clasificación de los cables filtrados va desde el confidencial al secret, pero ninguno de ellos lleva la de top secret (al menos en los entregados a El País); los poderosos y discretos personajes que dirigen los inaccesibles clubes de los que hablo están por encima del ámbito político y diplomático desde el que surgieron los cables de WikiLeaks…”

Los cinco cables sobre el dossier Ruanda-Congo en la Audiencia Nacional mostraban efectivamente la gran preocupación de la Administración de Estados Unidos sobre las consecuencias de este caso. Casi tres años antes, 6 de febrero de 2008, ya habían sido dictados cuarenta mandatos de arresto contra cuarenta máximos cargos del actual gobierno impuesto por Estados Unidos en Ruanda. A diferencia del caso Couso, ya habían sido emitidas las órdenes de arresto. Así que la conclusión fue clara: no habían sido publicados no porque no fuesen importantes sino porque lo eran demasiado:

“El 2 de marzo de 2011 un importante acontecimiento venía a confirmar todos los análisis que he realizado en las páginas anteriores (páginas que ya había redactado durante los primeros días de 2011) sobre la anormalidad que representaba el hecho de que los cinco grandes diarios que publican los cables de Wikileaks no hubiesen publicado prácticamente nada sobre un dossier como el del África de los Grandes Lagos. El diario más leído en España, 20 minutos, publicaba, ¡por fin! el relato de unos episodios confidenciales cuya existencia no solo suponíamos sino que incluso me había atrevido a explicar un año antes en el prefacio del libro África, la madre ultrajada: la bochornosa colaboración de relevantes miembros tanto del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación como de la Fiscalía de la Audiencia Nacional con la Embajada de Estados Unidos, con el Departamento de Estado y con el Gobierno de Ruanda, colaboración que tenía por objetivo el bloqueo y desactivación de la querella criminal por nosotros presentada en dicha Audiencia Nacional.

Se trata de una colaboración para obstruir la labor de la justicia, para encubrir los crímenes más graves imaginables, para salvaguardar la impunidad de los esbirros de Estados Unidos en aquella región, autores del asesinato de nueve ciudadanos españoles, y para evitar los serios conflictos diplomáticos con su gran padrino estadounidense que ya apuntaban en el horizonte. Se trata, en consecuencia, de una colaboración seguramente delictiva, por más que, como podremos comprobar más adelante, estos responsables del Ministerio y de la Fiscalía encontrasen con ligereza (en las diferentes acepciones de este término: presteza, poca consistencia, etc.) algunos insostenibles argumentos para autojustificarse: para justificar su dejación de responsabilidades y su abandono de las víctimas españolas; para justificar su colaboración con Estados Unidos siguiendo dócilmente las directrices impartidas desde el Departamento de Estado; para justificar su ninguneo e incluso desprecio hacia el juez Fernando Andreu Merelles y su Auto.

Era un diario de la pequeña Noruega, Aftenposten, el que sacaba a la luz cinco cables estadounidenses filtrados por WikiLeaks referentes a la querella. El diario español 20 minutos había tenido acceso a ellos a través del diario noruego. Se materializaba así lo anunciado por Julian Assange: dado que existe mucha documentación importante que no es publicada por los cinco grandes diarios con los que inicialmente había pactado, comunicaba que serían difundidos todos los documentos que estaban en su posesión.

Como expliqué en su momento, dicha querella había sido admitida a trámite por el juez titular del Juzgado nº 4 de la Audiencia Nacional española, Fernando Andreu Merelles, el 6 de abril de 2005. Casi tres años después, el 6 de febrero de 2008, el juez dictaba Orden de arresto contra cuarenta máximos cargos del FPR/EPR e imputaba también, a pesar de su inmunidad presidencial, a Paul Kagame, entonces líder del FPR/EPR y actualmente presidente además de Ruanda. Los cargos son los más graves posibles: delitos de genocidio, lesa humanidad, delitos contra las personas y bienes protegidos en caso de conflicto armado, integración en organización terrorista, actos terroristas, pillaje de recursos naturales y el asesinato de nueve ciudadanos españoles.

El titular del artículo del diario 20 minutos era este: “El Gobierno despreció la causa por la muerte de 9 españoles en Ruanda”. Desprecio, la misma palabra, el mismo reproche utilizado más de una vez por el senador por las Islas Baleares y exvicepresidente del Gobierno de las Islas Baleares, Pere Sampol, al dirigirse al ministro Miguel Ángel Moratinos en sus frecuentes enfrentamientos por esta causa judicial. En este magnífico artículo, su autora Mirentxu Mariño explicaba que mientras el Ejecutivo español proclamaba a la Embajada estadounidense que ‘algunas medidas del juez le parecían inútiles‘, Estados Unidos por el contrario

‘sí se tomó en serio el proceso –que empezó en 2005 con una querella del Fórum Internacional para la Verdad y la Justicia en el África de los Grandes Lagos– y presionó a las autoridades españolas. Ni siquiera las palabras alentadoras de la fiscal, que sugerían que el caso podría quedar en agua de borrajas, echaron atrás sus intenciones. ¿Por qué? Por los intereses políticos, económicos y estratégicos de Estados Unidos en Ruanda’.”

El comportamiento cómplice de las ONGs atlantistas que forman parte del sistema

Teniendo en cuenta todo lo ya dicho, incluso lo vivido a título personal en el enorme conflicto de África Central, quiero referirme ahora al hecho de que las ONGs atlantistas, como HRW o Amnistía Internacional, no solo han jugado un penoso papel en todos aquellos grandes conflictos en los que estaban en juego importantes intereses geoestratégicos globales, sino que incluso han sido parte de dicho sistema imperial atlantista. Por lo que la expulsión de ambas por el Gobierno de Rusia (como fueron antes también expulsadas de otros países), junto a otras trece más, era una consecuencia lógica de sus comportamientos.

Cada vez me parece más impresentable que numerosas ONGs occidentales (supuestamente imparciales, pacifistas y preocupadas por la democracia o la libertad) dediquen tanta atención y energía a la cuestión de los derechos humanos (todos ellos individuales) pero guarden un sistemático y ensordecedor silencio sobre la locura bélica y de dominación que es en sí misma la OTAN y sobre sus innumerables crímenes de agresión internacional o crímenes contra la paz. O sobre sus crímenes de terrorismo.

Son unas ONGs volcadas ahora sobre la cuestión de las violaciones de los derechos humanos de Rusia en Ucrania. Parece que no conocen o han olvidado realidades como Gladio, la red terrorista de la OTAN que tiene en su haber demasiados atentados. Como el ya citado de la estación de Bolonia, que provocó 85 muertos y más de 200 heridos. Y todo ello sin referirnos a la multitud de violaciones de derechos humanos de las fuerzas armadas de Ucrania sobre su propia población.

Estas ONGs tienen ahora la coartada de que el invasor es Rusia. Cosa absolutamente discutible, como ya expuse anteriormente siguiendo los análisis de Scott Ritter. En todo caso, ya que en las muchas ocasiones en las que se ha tratado de un crimen de agresión internacional atlantista, se han dedicado a denunciar sobre todo las violaciones de derechos humanos cometidos (supuestamente) por los agredidos, lo curioso es que ahora, excepcionalmente, en el caso de Ucrania se vuelquen sobre las cometidas por Rusia (el supuesto agresor). En una reciente campaña de una ONG catalana de apoyo a la defensa de los derechos humanos en Ucrania (campaña aparentemente de financiación, pero que sobre todo inocula en el inconsciente colectivo un tendencioso posicionamiento en este conflicto) podemos leer que el primero de sus dos objetivos es:

«Dar apoyo financiero a la Coalición 5am que reúne a 16 organizaciones de derechos humanos que documentan y recogen pruebas de crímenes de guerra cometidos por el ejército ruso en Ucrania. El fiscal Karim A.A. Khan de la Corte Penal Internacional ya ha empezado a investigar los crímenes de guerra cometidos por Rusia en Ucrania pero, para que prospere la posibilidad de juzgar a los responsables de esta guerra, es necesario que se recopilen pruebas y se asegure la cadena de custodia. Las organizaciones de derechos humanos de Ucrania que están reuniendo estas pruebas, necesitan apoyo para poder realizar esta tarea en una situación muy precaria y compleja.»

Tras haber escuchado testimonios y análisis como los del coronel Richard Black, leer tan tendencioso panfleto rusófobo, emitido por organizaciones próximas que dicen trabajar por los derechos humanos (un panfleto que pareciese dictado al detalle por los mayores, más perversos y más peligrosos criminales del planeta), provoca los más desagradables sentimientos. Se trata de organizaciones muy cercanas. No de las grandes organizaciones atlantistas con sede en Londres que, como es el caso de HRW tanto daño han hecho a Ruanda y al Zaire-Congo.

En lo que a nosotros se refiere, el boicot de ambas a mi candidatura al Nobel de la Paz, una candidatura muy bien posicionada, me fue confesado confidencialmente hace ya más de veinte años por alguien que conocía muy bien lo que sucedía en los despachos de Oslo. Aunque sabemos que altos cargos internacionales de Amnistía no solo se opusieron a dicho boicot sino que apoyaron decididamente la opción de firmar mi candidatura. Pero aún fue más rastrero si cabe el boicot de ambas a la citada querella en la Audiencia Nacional, que tan importante era contra la absoluta impunidad de la que gozaba y sigue gozando el gran criminal Paul Kagame.

Pero todas esas mezquinas y sigilosas intrigas no son nada extraño si recordamos lo que se atrevió a hacer públicamente el secretario general de Amnistía Internacional en agosto de 2011 (refiriéndome a solo una de las muchas penosas y hasta criminales actuaciones de esta organización): se dedicó a arengar a la “comunidad internacional” para que actuase de una vez en Siria del mismo modo como antes lo había hecho en Libia. ¿Es que acaso no conocía que, tal y como relata el coronel Black, fue la CIA la que provocó lo que él llama “la represión en Siria”? ¿O tampoco conoce las barbaries de “nuestros” terroristas? En La hora de los grandes “filántropos” ya recogí parte de un artículo de Maximilian C. Forte, publicado en Monthly Review el 18 de agosto de 2011, que se refiere este escandaloso posicionamiento:

“Salil Shetty, secretario general de Amnistía Internacional, en [su artículo] El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas debe actuar para acabar con la represión en Siriacomienza, en el título mismo, admitiendo una ingenuidad básica, ahistórica. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas jamás ha actuado para acabar con la opresión en ninguna parte, es una herramienta de los poderes más opresivos sobre la tierra, y si actúan para acabar con la opresión de otros es para superponer su opresión mucho mayor. Hacerle la pelota a las potencias imperialistas, como si éstas fueran las garantes de los derechos humanos, dice mucho sobre la agenda eurocéntrica de Amnistía. Es una agenda tan en la bancarrota como las potencias a las que apela. […] Shetty condena la declaración de las Naciones Unidas: ‘se queda muy corta de lo que realmente se necesita’. ¿Y qué es lo que realmente se necesita? Shetty nunca llega a articularlo –‘se tiene que hacer algo y hay que hacerlo ahora’–, por tanto deja que se entienda leyendo entre líneas. Lo mismo que Fisk [periodista que también llama a una intervención militar occidental en Siria] [Shetty] escribe: ‘La impotencia del Consejo con respecto a Siria contrasta fuertemente con la rápida y decisiva acción que tomó en el caso de Libia. Pero, de hecho, son las repercusiones de su resolución contra Libia lo que ha paralizado al Consejo’. La ‘rápida y decisiva’ acción contra Libia, cuando podría haber dicho la insensata prisa por un cambio de régimen que ha prolongado la guerra y violado los derechos humanos de muchos más libios de los que estaban en juego en febrero. En cualquier caso, a Libia se la convierte ahora en el punto de referencia de una buena acción (asombra que esta gente no invoque los buenos viejos tiempos del genocida programa ‘petróleo por alimentos’ aplicado por las Naciones Unidas, entre otras de sus sanciones, contra el pueblo de Irak). Shetty quiere que Brasil, Sudáfrica e India se impongan sobre el Consejo de Seguridad para superar el desacuerdo político y hacer ‘algo’ contra Siria. Habiendo posicionado la acción militar contra Libia como el punto de partida de la discusión, su lamento sobre la falta de acción contra Siria al menos implica un deseo de acción militar: entonces Siria y Libia serían iguales en su recepción del generoso cuidado y tierna atención de la OTAN. […] Más que increíble es que Shetty invoque la autoridad moral de sus vecinos árabes para hablar de Siria: ‘tales actores clave como la Liga Árabe, el Consejo de Cooperación del Golfo y ahora el gobierno de Arabia Saudita han hablado claramente contra los asesinatos allí [en Siria]’. Fisk no fue ni tan gracioso, ni tan incompetente. Esta es Amnistía Internacional, invocando la opinión saudí sobre derechos humanos, invocando las voces de los tiranos Estados del Golfo, una Liga Árabe de dictadores. ‘Ahora es el momento…’ afirma Shetty, mimetizando la forma de construir la oración actualmente en boga en el Washington de Obama, ‘de tomar una postura y que cuenten contigo’. ¿Tomar una postura y hacer qué? ¿De que cuente contigo… quién? ‘No deberían fracasar en la prueba siria’, concluye, […]”.

Pero, claro, ¿qué se puede esperar -como ya comentaba y documentaba también en mi libro- de una organización que tenía en su Junta Directiva Internacional al mismísimo padre de la criatura (de todo este infernal proyecto de dominación mundial), el gran rusófobo ya fallecido Zbigniew Brzezinski? ¿Qué se puede esperar de una organización que mantenía con el establishment financiero-político-militar las mismas puertas giratorias que son tan conocidas en el caso de las grandes empresas. Y como he podido comprobar, de todo ello no tienen ni la menor idea los miembros de a pie de esta enorme y reconocida organización. En mi libro me referí, por ejemplo, al caso de Suzanne Nossel, que explicaba Red Voltaire, el 24 de noviembre de 2011 en el artículo titulado “Una asistente de Hillary Clinton encabeza Amnistía Internacional en Estados Unidos”:

«Suzanne Nossel, ex asistente de Richard Holbrooke en sus tiempos de embajador ante la ONU y actual asistente de Hillary Clinton a cargo de las organizaciones internacionales, se convierte en directora ejecutiva de Amnistía Internacional en Estados Unidos. En sus funciones como empleada del Departamento de Estado, Suzanne Nossel desplegó ingentes esfuerzos por manipular el tema de los derechos humanos a favor de las ambiciones imperiales de EE.UU. La señora Nossel ya había trabajado anteriormente para Human Rights Watch, para Bertelsmann Media Worldwide y para la administración del Wall Street Journal. El consejo de administración de Amnesty International USA estimó que el trabajo de Suzanne Nossel en las administraciones de los presidentes Bill Clinton y Barack Obama constituye una garantía de su competencia, obviando sin embargo los crímenes que ambas administraciones cometieron en Yugoslavia, Afganistán, Irak y Líbano, entre otros países.

La señora Nossel dio inicio a diversas campañas contra Irán, Libia y Siria. En los últimos meses se destacó en la campaña de mentiras destinada a intoxicar el Consejo de Derechos Humanos, con sede en Ginebra, para lograr que el Consejo de Seguridad de la ONU adoptara una resolución que autorizara la guerra contra Libia. Finalmente, las acusaciones de la señora Nossel resultaron ser puras mentiras.»

Nunca deberíamos olvidar que según los Principios de Núremberg, “Iniciar una guerra de agresión no sólo es un crimen internacional, es el crimen internacional supremo que sólo se diferencia de otros crímenes de guerra en que contiene en sí mismo el mal acumulativo del conjunto”. Desentenderse totalmente de esos Principios, alegando que su mandato solo les permite ocuparse de los derechos humanos individuales y les impide inmiscuirse en el ámbito político-militar, es la más burda y fea de las excusas por parte de organizaciones que, como acabamos de ver, están al servicio no ya de la política sino, peor aún, al servicio de las élites globalistas que han secuestrado a la política.