Últimamente no salgo de mi asombro cuando intento ponerme al día sobre la bazofia “informativa” contaminada y tóxica con la que se alimenta a nuestros conciudadanos. Basten solo dos ejemplos:

Resulta que la central nuclear de Zaporiyia, la mayor de Europa, en poder del ejército ruso desde marzo, está siendo atacada con misiles. Y según la versión unánime de nuestros grandes medios (unánimemente adquiridos por los grandes fondos de inversión BlackRock y Vanguard), no está claro si los autores de tales ataques son los ucranianos (armados fuertemente por nuestras élites anglo-occidentales propietarias de BlackRock y Vanguard) o… ¡los rusos que se atacan a sí mismos! Por otra parte, al parecer Rusia está realizando un incalificable chantaje: ¡solo quiere vender en rublos su gas a aquellos enemigos que están haciendo todo lo que está en su mano (militar y económicamente, incluido el robo directo de las reservas que el banco central ruso mantiene en el exterior) para destruirla!

Si no se tratase de hechos gravísimos, todo esto sería como una mala broma. Son hechos tan graves como el ataque a una central nuclear, ataque que nos coloca a un paso del desastre nuclear. O como los execrables crímenes de los que es responsable el Gobierno de Zelenski, cuyas prácticas criminales han tenido que ser reconocidas y denunciadas… ¡hasta por Amnistía Internacional y el secretario general de la ONU, Antonio Guterres!

Aunque si cito a Amnistía y a Guterres es simplemente porque son unos indicadores bastante precisos de las directrices imperiales en cada momento. Ahora concretamente, son un indicador del probable abandono a su suerte de Zelenski por parte de su gran padrino imperial. Pero a pesar de todo, a pesar de la extrema gravedad de estos hechos, es posible que la manera más eficaz de abordar semejante delirio “informativo” sea la de un relato igualmente delirante, pero a través del cual se transparente no solo la total manipulación de la información sino también la gravedad de la situación. Así que vamos a ello.

Dicen determinados expertos, aquellos que compiten en apocamiento con nuestros líderes políticos, que la reciente visita de Nancy Pelosi a Taiwán ha sido la mayor provocación a China en las últimas dos décadas. Aunque para quienes no sufrimos semejantes bloqueos ideológicos y emocionales, tan valiente viaje ha sido una gran noticia. Ya era hora. Taiwán es el punto más sensible de China, como Ucrania lo es para Rusia. Ya era hora de atacarla directamente en ese punto. No bastan todas las acciones indirectas que venimos realizando desde hace tiempo, tan valientemente implementadas por el premio Nobel de la Paz Barack Obama. Para acosar y provocar a China, como antes a Rusia, no basta ni tan solo armar nuclearmente a Australia.

Ha llegado el momento de desestabilizar Taiwán, como ya hemos hecho con Ucrania. Incluso aunque fuese necesario algo más catastrófico. Tan catastrófico como fue el ataque a Pearl Harbor o como podría ser la destrucción de la central nuclear de Zaporiyia. Lo exige la situación límite en que se encuentra nuestro Sistema Occidental (el mejor de los posibles, que hay que preservar a costa de lo que sea) y lo exige el gran poderío al que ya están llegado nuestros infames competidores. Necesitamos un gran evento. Y lo necesitamos ya. Un gran evento que obligue a China a salir de su pasividad tan poco beligerante.

Pero no quiero seguir adelante sin reconocer explícitamente que toda la lucidez y coraje que pueda encontrase en este sencillo artículo (en el que afirmo que hay que hacer frente a China algo semejante a lo que ya se está haciendo frente a Rusia) tiene una fuente de inspiración: los valientes y lúcidos posicionamientos que en su día tuvo el secretario general de Amnistía Internacional, Salil Shetty. Aunque analizados y comentados demasiado tendenciosamente por Maximilian C. Forte (Monthly Review, 18 de agosto de 2011), merecen ser recordados:

“Salil Shetty, secretario general de Amnistía Internacional, en [su artículo] El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas debe actuar para acabar con la represión en Siriacomienza, en el título mismo, admitiendo una ingenuidad básica, ahistórica. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas jamás ha actuado para acabar con la opresión en ninguna parte, es una herramienta de los poderes más opresivos sobre la tierra, y si actúan para acabar con la opresión de otros es para superponer su opresión mucho mayor. Hacerle la pelota a las potencias imperialistas, como si éstas fueran las garantes de los derechos humanos, dice mucho sobre la agenda eurocéntrica de Amnistía. Es una agenda tan en la bancarrota como las potencias a las que apela. […] Shetty condena la declaración de las Naciones Unidas: ‘se queda muy corta de lo que realmente se necesita.’ ¿Y qué es lo que realmente se necesita? Shetty nunca llega a articularlo –‘se tiene que hacer algo y hay que hacerlo ahora’– por tanto deja que se entienda leyendo entre líneas. Lo mismo que Fisk [periodista que también llama a una intervención militar occidental en Siria] [Shetty] escribe: ‘La impotencia del Consejo con respecto a Siria contrasta fuertemente con la rápida y decisiva acción que tomó en el caso de Libia. Pero, de hecho, son las repercusiones de su resolución contra Libia lo que ha paralizado al Consejo’. La ‘rápida y decisiva’ acción contra Libia, cuando podría haber dicho la insensata prisa por un cambio de régimen que ha prolongado la guerra y violado los derechos humanos de muchos más libios de los que estaban en juego en febrero. En cualquier caso, a Libia se la convierte ahora en el punto de referencia de una buena acción (asombra que esta gente no invoque los buenos viejos tiempos del genocida programa ‘petróleo por alimentos’ aplicado por las Naciones Unidas, entre otras de sus sanciones, contra el pueblo de Irak). Shetty quiere que Brasil, Sudáfrica e India se impongan sobre el Consejo de Seguridad para superar el desacuerdo político y hacer ‘algo’ contra Siria. Habiendo posicionado la acción militar contra Libia como el punto de partida de la discusión, su lamento sobre la falta de acción contra Siria al menos implica un deseo de acción militar: entonces Siria y Libia serían iguales en su recepción del generoso cuidado y tierna atención de la OTAN. […] Más que increíble es que Shetty invoque la autoridad moral de sus vecinos árabes para hablar de Siria: ‘tales actores clave como la Liga Árabe, el Consejo de Cooperación del Golfo y ahora el gobierno de Arabia Saudita han hablado claramente contra los asesinatos allí [en Siria]’. Fisk no fue ni tan gracioso, ni tan incompetente. Esta es Amnistía Internacional, invocando la opinión saudí sobre derechos humanos, invocando las voces de los tiranos Estados del Golfo, una Liga Árabe de dictadores. ‘Ahora es el momento…’ afirma Shetty, mimetizando la forma de construir la oración actualmente en boga en el Washington de Obama, ‘de tomar una postura y que cuenten contigo’ ¿Tomar una postura y hacer qué? ¿De que cuente contigo… quién? ‘No deberían fracasar en la prueba siria’, concluye, […]”.

Aunque a su vez, seguro que el simple subordinado Salil Shetty se inspiró en los “grandes” geoestrategas miembros de la cúpula ejecutiva mundial de Amnistía, como Zbigniew Brzezinski. Y los posicionamientos de aquel líder de esta gran organización “no gubernamental” para los derechos humanos también se podrían inscribir en las coordenadas mentales atlantistas de “grandes” hombres como el general McNamara o el presidente Nixon. Ambos estaban convencidos de la legitimidad e incluso necesidad de utilizar masivamente bombas atómicas en Corea y Vietnam para preservar la libertad y la democracia hasta en las antípodas planetarias de la sede hollywoodiense del Imperio del Bien.

En su momento creí que a nuestras élites no les importaba que nos hundiésemos nosotros con tal de crearles problemas a Rusia y China. Creí que, como más tarde he podido leer en Tyler Durden, la facilidad con la que han renunciado de la noche a la mañana a sus dogmas ambientalistas con tal de intentar debilitar o destruir Rusia era la prueba que dejaba en evidencia su verdadero objetivo encubierto:

“Salvar a Ucrania de Rusia se ha vuelto más importante para los líderes occidentales que salvar al planeta del cambio climático, más importante que evitar que sus poblaciones se congelen en la oscuridad, más importante que la viabilidad de las industrias occidentales y más importante incluso que evitar el riesgo de una guerra nuclear total entre Occidente y Rusia.

[…] Sorprendentemente, antes de que Occidente saliera tan uniformemente en defensa de Ucrania, los europeos la tenían en baja estima, ya que la consideraban una cleptocracia dirigida por oligarcas corruptos con solo un leve indicio del estado de derecho. Esa imagen se transformó de la noche a la mañana una vez que Rusia invadió, ya que Ucrania se convirtió instantáneamente en un favorito de Occidente, tan digno como para justificar la destrucción de la economía y el medio ambiente de Occidente, y posiblemente de Occidente mismo.”

Se trata de un objetivo en realidad solo encubierto en los medios “informativos” de masas, pero ya formulado “sin complejos” en múltiples documentos oficiales de estas últimas décadas: impedir la emergencia de cualquier potencia competidora, aunque tan solo lo sea en un ámbito regional. Es decir: mantener e incluso reforzar una hegemonía mundial absoluta. Una dominación total que en este momento tiene a la Rusia de Vladimir Putin como principal obstáculo y como objetivo prioritario a eliminar. Y a la gran China como la segunda del ranking.

Pero seguramente esas valoraciones mías solo eran las de un apocado más. Las de alguien que no comprendía la grandeza del autosacrificio necesario para asegurar un mundo en libertad y democracia. De modo semejante, en su momento creí que el Gobierno chino tenía suficientes motivos para estar tan indignado. Di una importancia excesiva y definitiva a algunos datos como aquellos a los que se refirió el embajador de China en España, Wu Haitao:

“Taiwán ha sido parte del territorio chino desde la antigüedad. Según establece explícitamente la Declaración de El Cairo, emitida por los líderes de China, Estados Unidos y Gran Bretaña en 1943, los territorios chinos como Taiwán y las islas Penghu habrán de ser devueltos a China. En la Proclamación de Potsdam de 1945 se reafirma que los términos de la Declaración de El Cairo deben llevarse a cabo. A pesar de que más de 70 años atrás la guerra civil de China separó físicamente el Estrecho de Taiwán, nunca ha sido separable la hermandad que nos une a los chinos que habitamos en los dos lados del Estrecho. Es bien clara la trayectoria histórica de la cuestión de Taiwán, y también lo son el hecho y el status quo de que ambos lados del Estrecho de Taiwán pertenecen a una sola China.

En el mundo existe una sola China. Taiwán forma parte inalienable del territorio chino, y el Gobierno de la República Popular China es el único Gobierno legítimo que representa a toda China. Esto ha sido claramente reconocido por la Resolución 2758 de 1971 de la Asamblea General de las Naciones Unidas. A partir de la fundación de la República Popular China en 1949, 181 países han establecido relaciones diplomáticas con China sobre la base del principio de una sola China. Este principio es la base política con la que China establece sus relaciones diplomáticas con el resto del mundo, un consenso universal de la comunidad internacional y una norma básica en las relaciones internacionales.

En la actualidad, el Estrecho de Taiwán está enfrentando una nueva ronda de tensiones y severos desafíos, que se debe, en lo fundamental, a las repetidas conductas de las autoridades taiwanesas y de EE.UU. por cambiar el status quo. Las autoridades taiwanesas pretenden alcanzar la independencia valiéndose de EE.UU., y EE.UU. intenta utilizar a Taiwán para contener a China, lo que no deja de distorsionar, oscurecer y vaciar el principio de una sola China, y envalentona las actividades secesionistas en pos de la ‘independencia’ de Taiwán. La cuestión de Taiwán es puramente un asunto interno de China. La parte estadounidense debe tomar acciones creíbles para acatar estrictamente el principio de una sola China y las estipulaciones de los tres comunicados conjuntos entre China y EE.UU., e implementar efectivamente el compromiso de los ‘cinco noes’ hecho por el líder estadounidense (a saber: no buscar una ‘nueva Guerra Fría’ con China, no pretender cambiar el sistema de China, la revitalización de sus alianzas no es contra China, no apoyar la ‘independencia de Taiwán’ y no buscar un conflicto con China).

China y EE.UU. son dos grandes países. La forma correcta de tratarse entre sí sólo puede ser el respeto mutuo, la convivencia pacífica, la no-confrontación y la cooperación de ganancias compartidas.

La posición del Gobierno y el pueblo chinos sobre la cuestión de Taiwán es consecuente. Defender resueltamente la soberanía nacional y la integridad territorial es la firme voluntad de los más de 1.400 millones de chinos, y hacer realidad la reunificación completa de la patria constituye la aspiración común y la responsabilidad sagrada de todas las hijas e hijos de la nación china. La voluntad del pueblo no puede ser desafiada, y la tendencia de los tiempos no puede ser revertida. El Gobierno y el pueblo chinos tienen la firme determinación, la fuerte voluntad y la gran capacidad de salvaguardar la soberanía nacional y la integridad territorial y materializar la reunificación del país y la revitalización de la nación. La cuestión de Taiwán se produjo en un momento en el que China era débil y caótica y, sin duda, se resolverá con la revitalización nacional. Está destinado al fracaso cualquier intento por obstaculizar la unificación completa de China y la revitalización de la nación.”

Pero seguramente fui víctima de la confusión. Me dejé impresionar e influir por toda la parafernalia de los acuerdos internacionales. En realidad no debería haber abandonado ni por un momento en mi mente aquello que debe ser para siempre el gran principio de las relaciones internacionales: la doctrina del Destino Manifiesto. La profunda convicción, formulada por primera vez ya en 1845 por John L. Sullivan, de que Dios eligió a los Estados Unidos para ser una nación superior destinada a expandirse.

Riemann y la peligrosísima visita de Pelosi a Taiwán (EIR, 05.08.2022)