Si las élites de Occidente han sido capaces de conseguir que un holocausto de más de diez millones de víctimas mortales, que ellas mismas han causado en el África Central, pase casi desapercibido durante más de tres décadas… ¡la humanidad tiene con tales élites un problema muy serio!

El Informe Duclert: un nuevo “golpe mediático” en vísperas de un nuevo 6 de abril

Tras el Informe Duclert, que acusa a la Francia de François Mitterrand de “pesadas y abrumadoras responsabilidades” en el genocidio ruandés, de nuevo las dudas de los amigos, de nuevo el desconcierto, de nuevo la enfermiza y desconcertante adjudicación a “nuestros” grandes medios de una autoridad moral y profesional de la que no son merecedores en absoluto. Es realmente una historia interminable. El informe en sí mismo ya es totalmente cuestionable. Cuando una comisión investigadora se propone de entrada un objetivo sesgado y tendencioso, sus conclusiones no pueden merecer demasiado crédito. Y cuando los responsables de ella desprecian la colaboración ofrecida por las auténticas autoridades en la cuestión, como es el caso de Jean Marie Ndagijimana, embajador de Ruanda en Francia durante aquellos años, el poco crédito que les quedaba desaparece totalmente. Uno se acuerda de aquella ironía de un periodista: “No podemos permitir que la realidad nos estropee un gran titular”.

Pero eso no es todo. Cuando el presidente de la comisión investigadora, el historiador Vicent Duclert, presenta públicamente el informe haciendo unas declaraciones personales profundamente deshonestas que sobrepasan totalmente el mandato para el que fue designado, la porquería desborda ya el recipiente. Este señor se atrevió a volver a las antiguas grandes mentiras: el doble magnicidio de los dos presidentes hutus fue… ¡obra de “los hutus”!, el régimen del hutu Juvénal Habyarimana… ¡era un régimen “racista, corrompido y violento”!… ¡Increíble! Por el contrario, ¡ni una sola línea sobre el origen de toda esta tragedia!: el crimen de agresión internacional cometido por Uganda y el FPR contra Ruanda el 1 de octubre de 1990. Un crimen contra la paz, el mayor de los crímenes y causa de todos los crímenes subsiguientes según los Principios de Núremberg. ¡Increíble!

Si a todo ello añadimos que lo realmente importante serán los titulares de los medios, sensacionalistas y hasta morbosos titulares que incluso no tienen soporte alguno en el extenso texto, comprendemos que se trata sencillamente, como tantas otras veces anteriores, de un nuevo “golpe mediático”, como lo califica Emmanuel Neretse. Cuando Aloys Simpunga, haciendo un alarde de profesionalidad, se lee sus 1200 páginas en varias noches, queda perplejo por la gran cantidad de contradicciones, inexactitudes y tomas partidistas de posición. Pero sobre todo por el absoluto desajuste entre el contenido del texto del informe y las conclusiones finales de él. Y tanto o más aún, del desajuste con los titulares de los grandes medios.

Aunque hoy no voy a extenderme sobre un asunto que ya ha sido tratado con gran solvencia en medios alternativos y honestos por los citados expertos y otros como Hervé Cheuzeville. Pretendo centrarme en aquello que Albert Einstein llamaba las inercias mentales. Para él las inercias mentales son más difíciles de frenar que las inercias físicas. Inercias que funcionan cuando no existe la seguridad interna de quienes han vivido personalmente esta tragedia o de quienes se han dedicado con suficiente diligencia a entenderla.

El caballo de Troya estadounidense en Francia

A lo sumo, sobre el Informe Duclert, y para acabar ya con esta cuestión, añadiría una precisión. Como muy bien exponen los citados analistas, se trata de un asunto franco-francés tanto o más que de un asunto franco-ruandés. Pero, para facilitar la comprensión de este conflicto por parte de muchos que no conocen bien sus entresijos, es importante insistir en una clave decisiva desde mi punto de vista: tal conflicto interno francés hay que incluirlo en otro más amplio. Me refiero a las relaciones demasiado estrechas, relaciones de dependencia, de uno de esos dos sectores franceses con las élites anglosajonas.

En el libro La hora de los grandes “filántropos” ya traté aquello que el profesor Pierre Hillard llama “El Caballo de Troya estadounidense en Francia: la French American Foundation”. Se trata de una poderosa y elitista organización creada por las grandes familias financieras anglosajonas y presentada el 18 de mayo de 1976, por el secretario de Estado Henry Kissinger durante el transcurso de una cena celebrada en la Embajada de Francia en Washington. Su principal objetivo era el de la creación de futuros líderes para las próximas décadas. El listado de los nombres de sus 251 miembros es impresionante. No podían faltar, por supuesto, el de los directores de Le Monde o Libération. Como entonces ya escribí: “Listado que es la prueba de la gran energía invertida en este proyecto de ‘acercamiento’ entre dos grandes potencias y que nos ayuda también a entender el contradictorio comportamiento de las élites francesas frente a las graves responsabilidades anglosajonas en Ruanda y Zaire/Congo”.

En especial, en el mismo capítulo del libro me extendí largamente en la cuestión de las estrechas relaciones, incluso familiares, de Nicolas Sarkozy con relevantes responsables de empresas y organismos estadounidenses -en especial de la CIA-, como documentó Thierry Meyssan. Si, como se lamentan los analistas arriba citados, Francia -a diferencia de otros países, incluidos Estados Unidos y Gran Bretaña- no ha sido capaz de emitir la más mínima declaración contra los últimos y escandalosos crímenes del régimen ruandés, es debido a las fructíferas décadas de poderosas actuaciones para convertirla -dado su rol fundamental en África- en una sumisa aliada (en una cómplice criminal, en realidad). No hay que extrañarse de que se den precisamente en Francia las más extremistas voces de “expertos” y de asociaciones “no gubernamentales” volcadas en este conflicto.

Una gran tragedia de características únicas en la historia

El hecho es que las informaciones en torno el reciente Informe Duclert me han hecho tomar conciencia con una intensidad nueva de algo que ya hace años observo: la enorme tragedia que tiene su epicentro en Ruanda y que, como un terremoto de una gran potencia, afecta a toda el África Central, reviste unas características únicas en toda la historia. Nunca se había dado un conjunto tal de circunstancias como las que se dan en ella. No se trata solo de la gran magnitud de las cifras de víctimas de la tragedia que se vive desde hace más tres décadas en un lugar tan cargado de significado como es la cuna de la humanidad (de ahí el título de mi primer libro: África, la madre ultrajada), cifras equivalentes a las de la Shoah. Se trata, sobre todo, de la excepcionalidad de la batalla que está librando toda la humanidad contra la mentira institucionalizada globalmente. Una batalla que, sin que la humanidad sea consciente de ello, están llevando a cabo, en nombre de todos nosotros, de modo heroico los pueblos de Ruanda y la RDC, víctimas de un mal que parece inacabable y que tiene dos epicentros: el poder económico-político-mediático occidental y el núcleo duro de una organización, el FPR, a la que el juez Fernando Andreu calificó de organización terrorista y contra cuya cúpula emitió cuarenta mandatos internacionales de arresto.

Se habla con una cierta frecuencia de la injusticia y la violencia institucionales. Pero para mahatma Gandhi (para no remontarme dos mil años atrás hasta un Jesús de Nazaret que tanto inspiró al mahatma pero cuya misión no fue directamente política) la batalla fundamental, la batalla final, es y será la batalla contra la mentira, una mentira que en este conflicto se ha institucionalizado globalmente. Por eso me atrevo a afirmar que esa gran batalla es quizá de una trascendencia única en la historia:

    1. ¿Se ha dado alguna vez, a todo lo largo de la historia, un ocultamiento y una distorsión tan impresionantes de unos acontecimientos de tal magnitud?
    2. ¿Se ha dado alguna vez un ocultamiento y una distorsión semejantes por parte de un número tan grande de medios, todos ellos de una enorme influencia global?
    3. ¿Se ha dado alguna vez un ocultamiento y una distorsión semejante a lo largo de un periodo tan prolongado de tiempo, un periodo de unas tres décadas?
    4. ¿Cómo ha sido posible un ocultamiento y una distorsión semejantes en una época, como es la actual, en la que la información circula por todas partes y con tanta rapidez?

Ciertamente se han dado y se siguen dando otros conflictos de gran magnitud, pero siempre ha habido al menos una parte de la comunidad internacional consciente de lo que en realidad pasaba y que incluso a veces se ha enfrentado a los agresores. Es el caso reciente de Siria, por ejemplo. Y también es cierto que la propaganda ha engañado casi siempre a una parte de la comunidad internacional, pero tal engaño no se ha prolongado por décadas. Es el caso de la agresión a Irak, por ejemplo. En el Congo Belga, las carnicerías provocadas por Leopoldo II habrían podido ser semejantes en magnitud a las actuales, pero entonces no existía aún la poderosa red de medios que ahora existe. Al igual que en el caso de la Gran Purga de Iósif Stalin a partir de 1937, de una magnitud mucho menor que los crímenes de Leopoldo II, pero realizada ya en pleno siglo XX. Y en América Latina o Asia, siempre hubo voces internacionales que desmintieron las versiones oficiales. En el Plan Cóndor, por ejemplo, desmintieron la pretensión del dictador Jorge Rafael Videla de “defender la civilización cristiana y occidental”. Hace ya años, Charles Onana calificó este impactante fenómeno, este engaño tan masivo y prolongado, como una propaganda o una intoxicación perfecta. Seguro que mi buen amigo me permitirá añadir un casi a su calificativo de perfecta. Porque él conoce bien, por propia experiencia, la fuerza de la verdad, incluso para enfrentarse en solitario al poderoso FPR de Paul Kagame. Él conoce bien que, antes o después, la mentira siempre queda en evidencia. Pero, en todo caso, es certera su valoración de la poderosa propaganda global que ha sido desplegada en torno a esta gran tragedia.

Las inercias mentales

Pero volvamos ya a aquello a lo que me referí al inicio: en este artículo me propongo centrarme en aquello que Albert Einstein llamaba las inercias mentales. La vida me ha enseñado que ningún análisis histórico o sociopolítico, por bueno y exhaustivo que sea, es capaz de captar el fenómeno humano en toda su profunda complejidad y sutileza. Creo que necesitamos recurrir también a la psicología para entender esas increíbles inercias mentales de nuestras sociedades y su enfermiza adjudicación de tanto “supuesto saber” a unos grandes medios cada vez más al servicio no de la verdad y la información sino de las agendas de sus dueños. La psicología nos da pistas sobre nuestros propios mecanismos internos que nos llevan a tal dependencia. Aunque es bien cierto, a la vez, que sin suficiente conocimiento de las claves sociológicas y geopolíticas, conocimiento que nos exige dedicación y tiempo, algunos psicólogos son los primeros en leer diariamente Le Monde, El País, etc. con gran fruición. O de buscar información en las grandes ONG anglosajonas de Derechos Humanos para conocer qué pasa en nuestro mundo.

Y es que el fenómeno humano está más allá también de todas las claves psicológicas conocidas hasta la fecha. Ni la misma física cuántica, que empieza a controlar la sorprendente imprevisibilidad de la mecánica y los procesos cuánticos, es capaz de explicar y controlar aún el fenómeno de la conciencia humana, el más complejo y sutil de todo cuanto ha surgido desde el Big Bang. De ahí que, en algunas intervenciones públicas, yo mismo haya tenido que recurrir al término hechizo para intentar explicar esta extraña dependencia de los grandes medios por parte de nuestras sociedades. En el hechizo hay tantos elementos irracionales como racionales. Y hay opciones profundas, opciones espirituales. Se trata de algo más complejo que la mera ignorancia o desinformación. Un hechizo solo es posible por nuestras propias debilidades emocionales y espirituales, por nuestros propios sentimientos inadecuados y nuestras propias proyecciones: inseguridad, conformismo, pequeños intereses personales pero insuficiente interés por cuestiones verdaderamente importantes, etc.

La dimensión espiritual de esta gran tragedia

El mismo Werner Heisenberg y otros padres de la física actual han manifestado que, dada la complejidad de la realidad, tan diferente de las apariencias y de lo que durante siglos la misma ciencia creyó que era la realidad, no podemos hablar de ella con el mismo lenguaje unívoco que utilizamos en lo cotidiano, sino tan solo con imágenes y parábolas. ¿Por qué motivo, entonces, no podemos abrirnos al lenguaje mitológico, por qué no podemos incluso enmarcar todas esas esferas de conocimiento en la más sutil e intangible de ellas, la espiritual? Ella es la que ha movido realmente a todos aquellos maestros a los que muchos de nosotros consideramos como nuestros auténticos referentes y guías, auténticos gigantes a cuyas espaldas avanzamos venciendo al Mal.

No es posible entender a mahatma Gandhi, ni a Martin Luther Luther King sin esas claves espirituales. Ni tampoco, por supuesto, a monseñor Munzihirwa, ni a Victoire Ingabire Umuhoza, ni a Deo Mushayidi. Ni a Anselme Mutuyimana (“Mi alma no está en venta”), ni a Kizito Mihigo (cantando en Kibeho), ni a Yvonne Idamange (con su Biblia en la mano), ni a Innocent Bahati (con su poema Rubebe ante Cristo crucificado), ni a todos los misioneros, obispos y religiosos ruandeses asesinados por Paul Kagame, ni seguramente a otros muchos héroes públicos de los que no conozco suficientemente su mundo interno como para poder incluirlos aquí, ni a multitud de otros que no son tan  conocidos como ellos.

Esta es pues mi conclusión, que no quiero dejar en el tintero por tratarse de algo demasiado importante desde mi punto de vista: del mismo modo que todos los análisis científicos (históricos, sociológicos, psicológicos y de todo tipo) son insuficientes para explicar a Jesús de Nazaret, y en especial el desenlace final de su vida, si no tenemos en cuenta la espiritualidad, igualmente no podremos comprender sin ella al misterio de esta gran tragedia africana. Desde el misterio de este Viernes Santo en el que escribo, los pueblos de Ruanda y la RDC, que desde el 1 de octubre de 1990 sufren su propia pasión y muerte, pueden sin duda ser considerados colectivamente, al igual que Jesús, como el Siervo de Yahveh que aparece en la lectura del profeta Isaías (capítulo 53) con la que comienza la solemne celebración litúrgica de hoy.

El Cantico del siervo de Yahveh

Se trata de un cántico profético que anticipó, siglos antes, la experiencia pascual de Jesús. Pero ese Siervo es también, a la vez, como muchos exegetas creen, un personaje simbólico: la comunidad de todos aquellos dispuestos a soportar un sacrificio que no será inútil sino redentor. Jesús mismo insistió reiteradamente en su identificación con todas y cada una de las víctimas de nuestro mundo. Así que me parece lícito y oportuno considerar este cántico como una clave última para entender el insondable misterio del sufrimiento atroz, un sufrimiento moral -por tanta injusta criminalización- tanto o más que físico, de los pueblos de Ruanda y Congo. Pero un sufrimiento que, como en el caso del Señor Jesús, precede a algo totalmente nuevo y magnífico:

3 “Despreciado y desecho de hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, alguien al que nos repugna mirar, despreciado y desestimado.

4 Aunque eran nuestros sufrimientos los que llevaba y soportaba nuestros dolores. Nosotros lo considerábamos como un hombre castigado, herido por Dios y humillado.

5 Pero él fue traspasado por nuestras faltas, triturado por nuestros crímenes, recibía la corrección que nos salva, sus heridas nos sanaban.

8 Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron. ¿Y quién se preocupa de su destino? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por las infidelidades de mi pueblo lo hirieron de muerte.

9 Le dieron sepultura con los malvados, lo han enterrado con los malhechores, a él que no obraba con violencia ni tenía engaño en su boca.

10 El Señor se ha complacido en el que había sido triturado y afligido. Cuando haya ofrecido su vida como expiación, verá su descendencia, vivirá largamente, gracias a él el designio del Señor llegará a buen término.

11 Después de todo lo que ha sufrido, mi siervo verá la luz y se saciará. Él, que es justo, hará justos a los demás, porque cargó con los crímenes de ellos.

Más allá del hecho de que todos los autores regionales de crímenes deban responder un día ante la justicia, ambos pueblos son como tales víctimas inocentes de este perverso proyecto de remodelación regional y expolio de los recursos naturales urdido fundamentalmente desde Washington y Londres. Muchos en Occidente los siguen considerando como pueblos primitivos, envueltos incluso en grandes matanzas cíclicas, cuando en realidad han sido crucificados por nuestra culpa. Para mí son, cada uno de ellos en particular y todos como colectivo, el Siervo sufriente, el Señor Jesús mismo. Y considero un privilegio el poder acompañarlos y servirlos. Ellos cargan de nuevo, en esta hora crítica para la humanidad, con todas nuestras culpas. Son la vanguardia de una trascendental lucha contra La Gran Mentira que nos está destruyendo a todos.

Kibeho

Pero seguramente el acontecimiento más “extraño” de todos aquellos que me llevan a la convicción de que esta gran tragedia, en la que la presencia del Mal es tan evidente, no puede ser completamente comprendida sin unas claves espirituales, es el fenómeno de las apariciones marianas de Kibeho. Aquí sí que es más necesario que nunca el recordar aquello de Einstein sobre las inercias mentales. Es necesario recordar que él mismo, al igual que muchos otros importantes científicos de su época, fue incapaz durante años, a pesar de su extraordinaria y abierta mente, de aceptar tanto la expansión acelerada del Universo como el Big Bang por culpa de sus prejuicios frente al teísmo bíblico. Como recuerdo extensamente en mi libro Los cinco principios superiores, ello se debió a que el principal descubridor de ambas, el belga Georges Lemaître, era sacerdote católico y sus hipótesis parecían favorecer las ideas bíblicas acerca de que el mundo tuvo un inicio al ser creado por Dios desde la nada. Pero finalmente venció la verdad, que fue reconocida con honestidad por parte de quienes habían sido tan críticos. En un seminario impartido por Georges Lemaître en Pasadena, a petición de Albert Einstein, el 17 de mayo de 1933, este le interrumpió varias veces manifestando su entusiasmo.

Por todo ello entiendo que para muchos el hablar del Mal, de apariciones marianas o incluso de Dios pueda producir prevención y hasta rechazo. Más aún tras el uso perverso que a todo lo largo de la historia se ha dado a todas estas categorías. Baste recordar las repugnantes escenas cercanas en el tiempo de George B. Bush  rezando junto a su camarilla de criminales antes de atacar a Irak para “liberarlo” y destruir sus inexistentes armas de destrucción masiva. Y presentando también este enorme crimen contra la paz como una guerra entre el Bien y el Mal. Pero el uso perverso de ciertas realidades no significa que estas no existan. Como el uso perverso de la energía nuclear no significa que esta no exista.

Seguramente yo mismo tampoco estaría tan abierto a un fenómeno como el de Kibeho si no hubiese vivido personalmente unos acontecimientos semejantes a aquellos. Acontecimientos que fueron el origen de la constitución de la Fundació S’Olivar en 1992, fundación que desde entonces presido. Al igual que en el caso de Kibeho, todo lo que se nos anunció se fue cumpliendo en los años sucesivos. En ambos casos fue semejante el mensaje referente a lo que debíamos hacer: orar y trabajar por la reconciliación, el perdón, la verdad, la justicia y la paz. Y efectivamente, más allá de nuestras pequeñas posibilidades, fueron puestas en marcha iniciativas como la querella criminal en la Audiencia Nacional española o el Diálogo Intra Ruandés. El Mal es real. En los evangelios Jesús se refiere a él decenas de veces. Y, al igual que Paul Kagame, el Mal libra una particular guerra contra lo más sagrado. Por eso, recordando lo que Jesús anunció a Pedro referente a que Satanás intentaría destruirlo a él y sus compañeros (Lucas 22, 31), quiero acabar con una plegaria para que el papa Francisco sea liberado de las garras de este Mal que está intentando destruir a los pueblos de Ruanda y la RD del Congo.