Ruanda-Burundi, ¿hermanos gemelos?
Ruanda y Burundi son hermanos gemelos en más de un sentido: casi la misma superficie, respectivamente 26.338 km2 y 27.834 km2; casi el mismo número de habitantes, respectivamente unos 13 millones y 12 millones, y una población de la misma composición étnica y en las mismas proporciones: alrededor del 85% de hutus, el 14% de tutsis y el 1% de twa. Y por último, y muy raramente, la misma lengua comprendida y hablada por todas sus poblaciones.
Históricamente también, ambos estuvieron bajo colonización alemana antes de ser puestos bajo tutela belga por la Sociedad de Naciones en 1919 hasta su independencia el mismo día, el 1 de julio de 1962.
Evolución política diferente, democracia variable
Pero desde su independencia, los dos Estados, ahora soberanos, han experimentado evoluciones políticas diferentes.
Ruanda recuperó su independencia en julio de 1962 como República tras una revolución social y popular que había tenido lugar tres años antes, en 1959, tras la cual se abolió la monarquía feudal y se proclamó la República Democrática el 28 de enero de 1961, confirmada por la ONU mediante el referéndum (Kamarampaka) que organizó el 25 de septiembre de 1961.
Tras casi 32 años de régimen democrático y republicano en los que era el pueblo el que elegía a sus dirigentes según el principio de «un hombre, un voto», los descendientes de los antiguos monarcas feudales tutsis que habían sido desalojados del poder absoluto por la revolución popular de 1959 y que se habían exiliado voluntariamente, negándose a vivir bajo un régimen democrático, dominado por supuesto por la mayoría hutu, lograron reconquistar militarmente Ruanda, con el apoyo de las potencias occidentales, en particular las anglosajonas, y de los países vecinos que les servían de retaguardia. Tras casi cuatro años de guerra asesina, la minoría tutsi instauró el poder absoluto en Ruanda en julio de 1994, que ha durado hasta nuestros días.
Durante este tiempo, Burundi se había independizado aún bajo la monarquía, pero ésta se había comprometido a ser una monarquía constitucional, símbolo de la unidad y continuidad de la nación, en la que los poderes políticos fueran ejercidos por el pueblo elegido democráticamente. Desgraciadamente, en 1966, un grupo de tutsis del Sur (Bururi), conocidos como Hima, tomó el poder en un golpe militar y proclamó la República. Una dictadura militar Hima-Tutsi, la más brutal del mundo, ensangrentará el país masacrando no sólo a los hutus, sino también a la rama tutsi de la línea real conocida como «Abaganwa», empezando por el último rey Ntare V Charles Ndizeye, extraditado de Uganda y asesinado a quemarropa en 1972 con sólo 19 años de edad. Tres oficiales hima-tutsis de Bururi se sucedieron en el poder hasta el año 2000, cuando jóvenes hutus que habían pasado a la clandestinidad en 1993 tras el asesinato del único Jefe de Estado hutu elegido democráticamente, Melchior Ndandaye, presionaron a la dictadura tutsi hasta que aceptó las negociaciones de paz y el futuro político de Burundi.
Estas negociaciones, auspiciadas por el prestigioso Nelson Mandela, desembocaron en el Acuerdo de Arusha, que definió la naturaleza del conflicto burundés y la forma de instaurar la democracia en el país, garantizando al mismo tiempo a cada grupo social, hutus, tutsis y twa, seguridad y representación en todos los órganos del país, especialmente en los encargados de la seguridad, es decir, el ejército y la policía.
Así, desde 2005, Burundi vive bajo un régimen democrático en el que el poder lo ostenta el partido CNDD-FDD, nacido de la antigua rebelión y que algunos califican erróneamente de «régimen hutu».
Es entonces cuando, en 2015, los nostálgicos de la dictadura hima-tutsi intentaron repetir el golpe de Estado consumado por los nostálgicos tutsis de la monarquía feudal en Ruanda en 1994. Pero esta vez, el golpe fracasó en Burundi.
Y es el régimen democrático, prácticamente el más democrático de la región, aún bajo el liderazgo del CNDD-FDD, el que lucha por levantar y reconstruir Burundi tras el golpe de 2015. Pero esto es ante el rechinar de dientes del vecino del norte y sus lobbies que son las potencias e instituciones que dominan el Mundo.
Ruanda-Burundi, tratamiento mediático diferenciado
Después de este repaso, se comprenderá la razón de la disparidad de la tarjeta de visita que la prensa y los servicios de estas potencias e instituciones occidentales elaboran para presentar a los dos países hermanados.
**Ruanda, que lleva desde 1994 bajo el yugo de un dictador tutsi oscurantista, se presenta como «el país más seguro de África» (si no del mundo), un país con un alto nivel de desarrollo, incluso ya desarrollado como para ser apodado el «Singapur de África». Para un ruandés que vive exiliado en Occidente, cuando lee y oye lo que se dice en Occidente sobre Ruanda, se encuentra al borde de la asfixia. En efecto, cuando sabe que su familia ampliada que ha permanecido en Ruanda, para que puedan comer al menos una vez al día o para que su hermano pequeño pueda ir a la escuela, tiene que enviarles cien euros al mes descontados de su escasa asignación social como solicitante de asilo, se pregunta de qué tipo de desarrollo se habla en Ruanda.
**En cuanto a Burundi, que vive bajo un régimen democrático, es presentado por los mismos medios de comunicación y las autoridades occidentales como «el país más desorganizado y corrupto de la región y del mundo, muy por detrás de Haití, que no respeta los derechos humanos, etc.».
Y la guinda del pastel, el Banco Mundial y el FMI declaran que «Burundi es el país más pobre del mundo».
Quienes conocen Burundi y saben que es uno de los raros países de la región donde cada habitante tiene lo suficiente para comer, donde las desigualdades sociales son las menos marcadas (el salario de un alto funcionario no es demasiado superior al de un maestro de primaria, …), se preguntan ¡de qué Burundi hablan estos occidentales!
Doble rasero y desprecio ciego. Descifrando.
Esta forma de presentar los dos países gemelos por parte de Occidente, que puede parecer idiota por parte de sus autores y despreciativa para quienes los leen o escuchan, obedece sin embargo a un imperativo geopolítico imperioso para estas potencias occidentales.
El periodista indoamericano que trabajó en la Ruanda de Kagame, Anjan Sundaram, en un reciente artículo publicado en el New York Times, nos da algunas claves para entender esta paradoja. Dice que Paul Kagame, el dictador más brutal del mundo, es sin embargo el mimado de Occidente.
En efecto, tras haber instaurado en Ruanda un régimen ilegítimo y brutal, desafiando toda lógica (haciendo que una ultraminoría sobrearmada domine a una hipermayoría desarmada), estas potencias deben hacer todo lo posible para legitimar este poder o, al menos, hacer olvidar su naturaleza. Así, sus analistas y estrategas afirman que cuando un régimen dictatorial e ilegítimo tiene éxito económico y que este éxito es excesivamente publicitado, el régimen acaba convirtiéndose en legítimo y deseado por los dominados. Por eso Paul Kagame está obligado a obtener los resultados más visibles y mediáticos, para que quienes lo instalaron en Ruanda puedan gritar: «¡Este es el hombre adecuado para este país!»
Para lograr este objetivo, estos poderes no dudan en hacer cualquier cosa absurda cuando se trata de alabar el régimen de Kagame en Ruanda. Así, las instituciones financieras más famosas del mundo no dudan en falsificar los datos macroeconómicos cuando se trata de la Ruanda de Kagame. Mientras tanto, se ordena y anima a Kagame a construir «Potemkin Villages»: hoteles vacíos de cinco estrellas en Kigali, residencias privadas con piscina que se ofrecerán a los refugiados de Gran Bretaña, pero con las que un ruandés medio ni siquiera puede soñar… En resumen, todo se hace para ocultar la miseria de la población rural de los desfavorecidos hutus, por tanto de la mayoría de la población.
Al mismo tiempo, los mismos poderes y autoridades deben diabolizar al régimen democrático de Burundi. Dadas las similitudes entre ambos países, el éxito democrático en Burundi sería contagioso en Ruanda, o al menos plantearía interrogantes sobre el régimen dictatorial de Paul Kagame que gobierna Ruanda desde hace 30 años.
Estas mismas potencias o instituciones aprovechan cualquier oportunidad para poner de rodillas al régimen democrático de Burundi, siempre con el objetivo de compararlo negativamente con el que han instaurado en Ruanda. Es en este contexto en el que debemos entender las sanciones decretadas contra Burundi por sus supuestas violaciones de los derechos humanos, mientras que sus vecinos, en particular la Ruanda de Kagame, que comete 100 veces más que Burundi, son, por el contrario, glorificados.
Al predicar por todas partes y en voz alta que Ruanda, bajo el régimen del FPR de Paul Kagame, habría despegado económicamente y sería ya «un país desarrollado», y al mismo tiempo afirmar que Burundi, bajo el régimen «hutu» abusivamente descrito del CNDD-FDD, sería un Estado fallido y en consecuencia «el país más pobre del mundo», el mensaje de los patrocinadores occidentales de Paul Kagame y la conclusión que se sugiere extraer son claros: «Hay que instalar en Burundi un régimen dictatorial tutsi siguiendo el modelo ruandés de Paul Kagame para que el país se enriquezca y se desarrolle en un abrir y cerrar de ojos».
Lo más triste para los burundeses y los africanos en general es que los que se autodenominan «opositores» al CNDD-FDD, en realidad los mismos que fracasaron en el golpe de Estado de mayo de 2015 y se retiraron a Kigali, repiten a coro esta canción de los poderosos lobbies occidentales que instalaron un régimen dictatorial tutsi en Ruanda en 1994.
Una bendición para los «opositores» burundeses nostálgicos de los antiguos regímenes antidemocráticos
Esta diabolización del régimen democrático de Burundi es una bendición para quienes se presentan como «opositores» mientras son prófugos de la justicia tras su sangriento intento de golpe de Estado de mayo de 2015. Desde entonces, tienen que demostrar a la opinión mundial que los actuales dirigentes políticos de Burundi están fracasando porque son hutus. Que, por tanto, lo mejor para Burundi es instaurar un régimen basado en el modelo ruandés de Paul Kagame. En otras palabras, lo mejor para Burundi sería una dictadura tutsi.
Les resulta tanto más fácil utilizar esta diabolización para hacerse oír y existir políticamente cuanto que han invertido en algunos grandes medios de comunicación occidentales. Irónicamente, estos medios de comunicación, especialmente los que emiten para los Grandes Lagos en kirundi-kinyarwanda, tienen periodistas o corresponsales que emiten desde Kigali, donde se han retirado tras el fracaso de su golpe de Estado. Los más astutos emiten desde Nairobi, pero afirman cubrir Burundi en directo y sobre el terreno.
Burundi: la vigilancia y la escucha de la población como baluarte
El actual gobierno de Burundi sigue sin duda las afirmaciones de los amos del mundo según las cuales el país es el más pobre del planeta. Estas afirmaciones suponen un reto para cualquier funcionario. Prueba de ello son las iniciativas del jefe del Estado para reflexionar y adoptar estrategias para salir de esta situación. La última es el retiro de dos días de los miembros del gobierno a principios de abril de 2023 en Gitega, según se informa en un despacho de la presidencia: «El presidente de la República, Evariste Ndayishimiye, preside un retiro gubernamental de dos días en Gitega este martes 11 de abril de 2023. Los debates se centrarán en el documento de visión de Burundi como país emergente en 2040, país desarrollado en 2060».
Sin embargo, al tiempo que acogen con satisfacción estas preocupaciones dignas y legítimas, las autoridades legítimas y democráticas de Burundi deben evitar ciertos escollos.
En primer lugar, nunca deben imaginar que las potencias que habían pensado y puesto en marcha la reconquista del poder por una dictadura étnica de camarilla al estilo ruandés en mayo de 2015, han abandonado sus maquiavélicos planes. La prudencia y la vigilancia deben seguir estando a la orden del día.
En segundo lugar, no debemos imitar mecánicamente a Paul Kagame en lo que hace para parecer exitoso a los ojos de estas potencias. Si el gobierno de Burundi decretara una de los cientos de medidas idiotas que ha decretado Kagame, como arrasar barrios enteros de Kigali para expulsar a los pobres, prohibir el comercio en las calles frecuentadas por occidentales, definir y dar el modelo de zapatos que debe llevar todo el que venga a la ciudad de Kigali, etc., no sólo se denunciarían estas medidas, sino que también serían condenadas por las autoridades. Estas medidas no sólo serían denunciadas ruidosamente por los mismos occidentales que no dicen nada a Kagame, sino que alejarían al gobierno de la inmensa mayoría de la población, que no dejaría de hacérselo saber de forma brutal y radical.
Por último, evitar la trampa de adoptar un modelo de desarrollo en el que el pueblo no sea el punto de partida y de referencia, como hace Kagame. De lo contrario, acabaríamos en la situación de Ruanda, donde una camarilla en el poder detrás de Kagame es de las más ricas del mundo, con villas en Nueva York y California, Londres, Dubai, Doha, etc. a las que van en jets privados y personales, mientras que el campesino en su colina no sólo se muere de hambre, sino que sufre enfermedades que habían desaparecido en los años anteriores a la independencia como las pulgas (amavunja), el kwashiorkor en los niños (bwaki), etc.
Demócratas ruandeses, ¡atentos!
Los demócratas ruandeses, especialmente los exiliados que sueñan con la democracia en Ruanda, también deberían aprender de esta extraña situación en la que Occidente, que predica la democracia y la defensa de los derechos humanos, hace la vista gorda ante el régimen dictatorial y represivo de Paul Kagame en Ruanda durante tres décadas.
Deberían tener en cuenta que esas potencias no tienen amigos, sino intereses, e intentar hacerles comprender que esos intereses serían mejor defendidos por ellos, los demócratas, que por Kagame, el dictador. Pero estos demócratas deben tener los medios de conocer a los poderosos grupos de presión que apoyan obstinadamente a Paul Kagame, y de acercarse a ellos para tranquilizarlos en caso de que cambien de bando. Una vez alcanzada esta etapa, las demás acciones visibles para perseguir y desterrar la dictadura en Ruanda (acciones armadas, acciones políticas y mediáticas, …) serían pan comido (¡nk’ubufindo!).
Conclusión
Ruanda y Burundi, dos países hermanados, viven evoluciones políticas opuestas en detrimento de sus respectivos pueblos. En Ruanda, el pueblo lleva 30 años luchando bajo el peso de una dictadura impuesta y mantenida por Occidente. En Burundi, el pueblo no ha tenido la oportunidad de saborear los frutos de la democracia adquiridos tras una larga lucha y muchos sacrificios, porque el mismo Occidente no le ha dado su bendición.
En este año, el orden mundial que ha prevalecido desde el final de la Guerra Fría en 1989 está siendo cuestionado. ¡Ojalá las élites africanas en general, y las ruandesas y burundesas en particular, aprovechen esta oportunidad para promover, en sus países, regímenes y sistemas políticos que nazcan del pueblo y defiendan los intereses de estos pueblos!
Fuente: Echos d’Afrique
Foto: El difunto presidente de Burundi Pierre Nkurunziza y el presidente de Ruanda Paul Kagame.
1972: Genocidio contra los hutus de Burundi – Testimonio del embajador JMV Ndagijimana (La Voix des Grands Lacs, Montreal 03.05.2014).