De vez en cuando, tenemos que oír las reflexiones, las recomendaciones y, en ocasiones, las veladas amenazas de uno de los personajes políticos más turbios de los últimos años: José María Aznar, con su actitud autosuficiente, arrogante, de perdonavidas cargado de chulería, que le gusta más escucharse que hablar, que comparece periódicamente para endosarnos sus reflexiones, con un aire de suficiencia, como si éstas fueran lo más trascendental de nuestra vida. Últimamente, le ha tocado recibir a Mariano Rajoy y a la dirección del PP. Los acusó de no reaccionar ante los cinco avisos que el electorado ha dado al PP, especialmente el fuerte correctivo recibido por el partido en Cataluña. Atribuye este fracaso electoral a que el PP, el partido que gobierna España, no ha sabido transmitir a los ciudadanos que defiende mejor la unidad de España que Ciudadanos. Lo que no dice, sin embargo, es que debería haber hecho Mariano Rajoy para detener el incremento del voto independentista en Cataluña. De sus palabras debemos deducir que el Gobierno debería haber sido más contundente. Quiere decir que más contundente aún que imputar al presidente de la Generalitat y a dos consejeras, con la intención de inhabilitarlos o, quien sabe, encerrarlos en la cárcel… por haber permitido poner urnas para poder hacer una consulta a los catalanes. 

Nos habla como si él hubiera sido lo mejor que ha pasado a los ciudadanos españoles: autor del milagro económico español, gestor eficaz, austero y honesto. En pocas palabras, que no se besa porque no llega, pero seguro que lo hace en el espejo mientras se mira los abdominales. Y es que el personaje ya empieza a resultar patético: ¿a quien se piensa que engaña? Ni a los miembros de su propio partido, que todavía recuerdan como les hizo perder unas elecciones que tenían ganadas por intentar manipular a la opinión pública al atribuir el atentado de Atocha a ETA. Ni a ninguno de nosotros, que relacionamos el atentado y las 211 víctimas con la foto que se hizo en las Azores con Bush y Blair. Y si no nos consiente que relacionemos el atentado con la declaración de guerra a Irak, no nos podrá negar que lo consideremos culpable de los millones de muertos provocados por una guerra ilegal y de la destrucción de un país. Sólo con este historial a sus espaldas, este sujeto no debería poder salir a la calle.

Sin embargo, su gran milagro económico ha sido la fábrica de parados más grande de la historia de España. Él, junto con el «gran gestor Rato», son los culpables de la burbuja inmobiliaria, estimulada desde su Gobierno, lo que provocó la construcción en España, en pocos años, de más viviendas que en Italia, Francia y Gran Bretaña juntas. Todos los males que todavía padecemos: cierre de empresas, paro, precariedad, miseria… son la consecuencia de haber apostado por la economía del ladrillo y por la especulación inmobiliaria y financiera en vez de promover la innovación tecnológica y la industria.

Y si todo esto no bastara para que Aznar tuviera la decencia de tener la boca cerrada, nos ha dejado la herencia de ministros imputados, investigados por cobro de sobresueldos no declarados, alguno de los cuales ya ha pasado por la cárcel. Él mismo figura como uno de los perceptores de sobres en negro, según ha denunciado Bárcenas, el ex tesorero de su partido. Y toda una red de financiación ilegal del partido, con ramificaciones en todas las comunidades autónomas. Una red encabezada por buena parte de los invitados a la boda de su hija.

Finalmente, porque no tenemos más espacio, le tenemos que agradecer buena parte de la grandiosa deuda que tiene el Estado español. Su diseño de la red de alta velocidad española (AVE) es el disparate más grande que se ha cometido en España en toda su historia. La planificación centralizada, que conecta pequeñas ciudades de provincias con la capital y que margina la conexión entre las grandes ciudades, ha generado la mayor parte del déficit público del Estado. El mantenimiento del AVE es una hipoteca para las futuras generaciones. A la vez, el proyecto de Aznar de «conectar todas las capitales de provincia con Madrid, ha ahogado a la cuenca mediterránea, desde Cataluña, pasando por Valencia, hasta Murcia y Andalucía oriental, que han quedado mal comunicadas por carretera y por tren entre ellas mismas y con Europa. Las exportaciones de los productos agrícolas e industriales de esta zona se han visto gravemente perjudicadas.

Todo ello se lo deberíamos decir en la cara y, cuando este personaje vuelva a salir a adoctrinarnos, todos, a coro, deberíamos gritar: «¿Por qué no te callas?»