Hasta hace unos días, cualquiera que tuviese alguna duda sobre la posibilidad de que el SARS-CoV-2 hubiese surgido en un laboratorio era relegado, más o menos diplomáticamente, al destierro del conspiracionismo. Y ello a pesar de que hasta los científicos más políticamente correctos reconocen que no se ha logrado encontrar el animal intermedio portador del virus hasta los humanos. Pero ahora, dada la urgencia de frenar el creciente poderío de China, parece que son tantos los datos y expertos que ya apunta a aquello que antes eran solo delirios de conspiracionistas, que el presidente Biden ha dado noventa días a la CIA para que investigue ese muy probable origen en laboratorio. Un laboratorio Chino, por supuesto.

Lo que jamás “sale” en la televisión (y si no “sale” en la televisión -dice la gente- no existe) es que en el Instituto Virológico de Wuhan hubiese una participación internacional. En 2015, un grupo multinacional de 15 científicos que trabajaban en el Instituto creó un virus quimera a partir de dos coronavirus diferentes. El resultado fue una versión más peligrosa que cualquier coronavirus anterior, con el potencial de convertirse en pandemia. El estudio fue publicado en la revista Nature. Este tipo de técnicas de investigación lleva tiempo preocupando a parte de la comunidad científica. Se trata de la llamada ganancia de función.

Como explicó a BBC Mundo Richard H. Ebright, biólogo molecular de la Universidad Rutgers en Nueva Jersey, Estados Unidos, la ganancia de función incrementa las habilidades del patógeno: su transmisibilidad; su letalidad; o su capacidad para superar las respuestas de inmunidad, las vacunas y los medicamentos. La investigación de ganancia de función crea nuevos patógenos, que no existen en la naturaleza, y que presentan un riesgo de crear nuevas enfermedades ya sea accidental o deliberadamente. En otros trabajos similares al de 2015, los investigadores también buscaron nuevos virus en cuevas de zonas rurales, los llevaron a los laboratorios, los estudiaron y los manipularon genéticamente. Esa existencia de animales portadores de coronavirus en la región de Wuhan es la que convirtió al Instituto en un laboratorio internacional. Lo cual significa que es una falacia responsabilizar a China de cuanto pueda suceder en él.

Como siguió explicando el doctor Ebright, entre los financiadores de estos proyectos figuraban los NIH (por sus siglas en inglés), los Institutos Nacionales de Salud estadounidenses, en los que juega un papel fundamental el poderoso Anthony Fauci. Este asesor médico jefe de los presidentes de Estados Unidos, director también del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, ha tenido que responder hace unas semanas ante el Senado. En una audiencia se abordó la implicación de los NIH en los trabajos de campo en Wuhan. Negó que los fondos con los que estos fueron financiados hubiesen sido destinados para la llamada ganancia de función. Sin embargo, admitió que no había garantías de que finalmente los científicos hubiesen mentido sobre sus experimentos. “Nunca se sabe”, acabó diciendo.

Pero dejemos de lado cualquier conspiracionismo. Dejémoslo para ellos, para quienes buscan acusar ahora a China de unas responsabilidades tan graves, para quienes nunca han dejado de acusar de negacionismo a cualquiera que cuestione la más pequeña coma de la doctrina atlantista, oficial e intocable, sobre la pandemia. Solo ellos tienen la autoridad científica y moral para ir modificando día a día, según convenga, su incuestionable doctrina oficial.

Es lo propio de todo lo políticamente correcto en Occidente. Y más aún en el caso de esta gravísima cuestión de la actual pandemia. La doctrina oficial sobre ella debe ser defendida con todos los medios disponibles. Y debe ser silenciada cualquier disidencia aunque sea con el más burdo control de la información. Hay demasiado en juego. Por ello hoy no me interesa seguir por esta escabrosa vía que tiene al señor Fauci como hilo conductor de una sorprendente red de increíbles intereses en los que las grandes farmacéuticas no son los únicos actores. Tiempo al tiempo.

Centrémonos exclusivamente en lo que, ahora sí, es incuestionable: el proyecto del Gran Reinicio, que -según nos dicen- la pandemia ha hecho inevitable, era previo a ella. La pandemia, indisolublemente ligada a la crisis económica subsiguiente (crisis que está concentrando cada vez más el poder y ahondando aún más las desigualdades) ha sido el evento catalizador que ciertas élites necesitaban para llevar a cabo su proyecto previo. Pero en realidad no creo que el catalizador haya sido la pandemia en sí misma sino el modo como se ha gestionado, premeditada y dosificadamente, un evento que en sí mismo no era tan apocalíptico. Basta ver como China lo controló muy eficazmente.

Lo cual ya es suficientemente grave sin necesidad de tratar otra cuestión posible: ¿Se trata de un simple evento espontáneo, de un evento provocado o incluso de un evento de falsa bandera (como tantos otros que se han dado en la historia reciente de Estados Unidos) que ahora se pretende adjudicar a China? El presidente Biden, retomando la retórica del “liberador” de Irak, su predecesor el presidente Bush, acaba de colocar a la “autocrática” China en el centro de “El Eje del Mal” del siglo XXI. Junto a la no menos autocrática Rusia de Putin, por supuesto. ¿Cómo, a estas alturas, se puede ser tan ridículo? Pero dejemos el conspiracionismo para ellos, los verdaderos y ridículos conspiracionistas.

En el reciente encuentro en Barcelona del Cercle d’Economia, diversos representantes de la plana mayor del IBEX 35 (Banco Santander, Inditex, Telefónica) fueron bastante explícitos: la pandemia será el enorme catalizador que permitirá llevar a cabo todo aquello que ellos ya tenían previsto llevar a cabo. El presidente de Telefónica, José María Alvarez Pallete, parecía referirse aparentemente a la urgente digitalización. Pero ¿seguro que a nada más? Porque si él no quería referirse a un Gran Reinicio mucho más generalizado y global, otros sí lo hicieron antes en Davos. Aunque dicen referirse solo a un nuevo capitalismo ¡¡responsable, sostenible y hasta inclusivo!!

Pero lo que ahora me interesa es la calificación de gran catalizador. Lo que podría esconderse tras ese “esperanzador” nuevo capitalismo inclusivo, en cuya gestación hasta el Vaticano va a participar, es ya en sí mismo un tema que merece todo un artículo en exclusiva. Lo que ahora me importa es que nuestra élite doméstica, en un solemne marco oficial que incluía la presencia del rey (y de Pere Aragonés, por cierto), haya utilizado la semana pasada el calificativo de Gran Catalizador al referirse a la pandemia. Algo que hasta ahora solo era cosa de conspiracionistas. O cosa de lejanos dioses globalistas reunidos en el Olimpo de Davos. O cosa, remontándonos al verdadero origen, del ya desaparecido David Rockefeller, quien hace ya casi medio siglo defendía que era necesario un gran evento mundial para reiniciar todo. Pasando por Bill Gates y sus más que precisas “profecías”. Es evidente, pues, que aquello que se decide en estos elitistas y “filantrópicos” clubes y foros acaba ejecutándose en todos nuestras “soberanas” naciones occidentales.

Las guerras mundiales ya no pueden jugar esa función de shock o catalizador. Las armas del actual Eje del Mal no son como las de Libia o Siria. Son demasiado poderosas y todo acabaría seguramente en un apocalipsis total. La pandemia es ahora el Gran Catalizador. Pero hay un “pequeño detalle”, un “pequeño problema” que ellos, tan sabios y poderosos, no han tenido en cuenta: tanto ellos, “los que cuentan” -como decía Aznar en las Azores para referirse a Bush y Blair-, como los millones de seres humanos “descartables” cuyas vidas habrán quedado destrozadas tras esta gran crisis, son seres inmortales revestidos de una dignidad que no tiene precio. Inmortalidad y dignidad que estos grandes hombres son incapaces de ver pero que finalmente convertirán sus “exitosas” vidas en el mayor de los desconciertos: “Necio, esta noche te pedirán el alma, y lo que has acumulado ¿de quién será?” (Lucas 12, 20-32).

Así que acabo este artículo del mismo modo como, el 10 de marzo de 2020, comenzaba el primero de toda una serie de ellos sobre la COVID 19: pidiendo a Dios que nunca me sea indiferente la guerra (incluida la biológica), que es un monstruo grande que pisa con fuerza toda la pobre inocencia de la gente.