Tanto leer y releer, tanto reflexionar y tanto cuestionar el mundo y la bola y cuestionarme a mí mismo, mi condición, mi mente, mi corazón, y mi espíritu, y todavía no sé cuál es mi proyecto personal. No sé donde voy ni sé si voy por donde tengo que ir. ¡Vaya desorden! Estoy más despistado que una gallina sin plumas en la Plaza Roja de Moscú.

Esto mismo les pasaría a los apóstoles cuando Jesús les anunció su partida. A pesar de que les dijera que serenaran sus corazones porque «en la casa del Padre hay lugar para muchos». Cuando los quiso tranquilizar diciendo que «allí donde yo voy, ya sabéis el camino para llegar» no se calmaron mucho. No entendían nada. Nada de nada. Tampoco ellos conocían el objetivo final del maestro. Al igual que nosotros, que leemos y leemos, y releemos y releemos y, sin embargo, nuestra confusión es mayor cada día. Le dijeron: «Pero, maestro, si no sabemos donde vas, como debemos saber nosotros qué camino coger». Qué ofuscación más grande, qué desconcierto entre ellos. Quizás incluso hubo un cierto griterío. Estaban totalmente despistados, no sabían cómo salir de su ofuscación. Un espectador como yo que lo hubiera estado contemplando, se habría puesto a reír. Míralos, me habría dicho a mí mismo, tanto seguir a este maestro, como le dicen ellos, tanto escucharlo, y todavía no lo entienden. Me pasa igual con mis lecturas. Tanta novela, tanto teatro, tanta filosofía, tanta religión, tanto estudio, y no he aprendido nada. He perdido el tiempo. Hay que leer más poesía, escuchar más música, contemplar más belleza, tener más fe. Intentaré resumirlo un poco. Jesús les dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí». Tampoco esto les orientó mucho. Felipe, el más impaciente de todos, dijo: «Muéstranos al Padre y ya nos basta!» Yo me sigo imaginando que estoy cerca de él y no puedo parar de reír. No sé si le llegaron a entender, me digo a mí mismo.

Pero Jesús, con una sonrisa en los labios, responde al apóstol: «Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. El Padre es, quien estando conmigo, hace sus obras». Se puso un poco más serio, y dijo: «Todo lo que pidáis al Padre, yo lo haré. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré». Añadió: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. El Padre os dará otro Defensor que se quedará para siempre con vosotros: es el Espíritu de la Verdad. Vosotros lo conocéis porque vive en vuestra casa y estará siempre dentro de vosotros. Al que me ama, mi Padre lo amará y yo le amaré y me manifestaré a él».

La charla debió continuar, porque los apóstoles estaban muy curiosos y llenos de dudas. Después de esta lectura, yo siempre medito un rato. No busco nada más que recogerme unos instantes conmigo mismo. En ciertas ocasiones pienso una cosa, y en otras pienso otra un poco diferente. Matizo lo que había pensado antes, hago una nueva reflexión, no sé donde voy. No sé donde voy, pero voy. Sé que me acerco a algún lugar al que me hace ilusión ir, y así paso la vida. Cavilando, esperando, soñando. Leyendo y escribiendo. ¿Qué más puedo hacer?

Después de tantas lecturas y tantas cavilaciones he llegado a una «explicación» que me proporciona bastante consuelo. Me hace vivir en una situación tranquilizadora y me siento liberado de muchas preguntas fastidiosas. Al final, me convenzo a mí mismo de que todo se resume en tener fe. Tener fe en las palabras de Jesús. Confiar en él. No hay alternativa. Hay que amar a Jesús. De esta manera experimentamos el amor del Padre. Nos envía el Espíritu a nuestra casa, que está dentro de nosotros. Jesús se manifiesta en nuestro interior. Pedimos. Somos servidos. Nos elevamos. Estamos encantados. Conseguimos una nueva identidad, una nueva realidad. Inconmensurable. Suprema. Pero, pero …, ¿es así? ¿Es tan fácil? No puedo contestar, no lo sé. No sé nada. Me encuentro en el inicio: no se donde voy. No sé donde voy, pero lo sé. Lo único que sé es que me encuentro bien. Conmigo mismo. No necesito hacer nada. Tengo la sensación de que podría vivir sin respirar. Si no lo hubiera leído, no lo sabría. No conocería esta vieja y nueva realidad.

¿Una nueva realidad? ¿A través de la ficción, de la lectura, de la reflexión? Esto parece, pero no es exactamente así. Es a través de la fe. De la confianza en la persona que nos habla y se manifiesta. Jesús dice que él es el Padre. Yo lo entiendo así, aunque como siempre me asaltan las dudas. Nos dice que nos dirijamos a él, al Espíritu, en nuestra casa, en nuestro interior. Todo lo que pidáis al Padre, este Padre que lleváis dentro vuestro, yo os lo daré. No tenemos que ir a Roma, ni a Lourdes, ni a la pequeña capilla de la esquina. Basta que vayamos a casa, que visitemos nuestro interior, que hablemos con el espíritu que a cada uno se nos ha adjudicado. No es necesario que nos demos golpes al pecho, ni que hagamos volteretas, ni que alcemos las manos arriba para ahuyentar las moscas y los mosquitos. Seamos prácticos. Nos es suficiente la realidad suprema. Una realidad suprema que ya tenemos, que sólo tenemos que reconocer, amar y manifestar. Como lo hizo Jesús con Felipe y los demás.

¿Es así? ¿Basta hablar con Jesús, con el Padre, con el Espíritu? ¿Hablar con nosotros mismos? Cuando leo, yo hablo conmigo mismo. Si me gusta lo que escucho, sigo adelante. Si no es así, lo dejo. Sería estúpido seguir leyendo, si encuentro que lo que leo son estupideces que no me puedo creer. Me he de fiar de lo que leo: si no me lo creo, paro enseguida. ¿Para qué continuar? La fe es el elemento que me hace gustar una cosa y me eleva. Este es el único secreto de la literatura, de la ficción, de la filosofía, del arte en general y de la religión. El único secreto de la vida.

Si yo no tuviera fe en García Márquez, en Charlotte Brontë, en Lewis Carroll, Oscar Wilde, en Marguerite Duras, en Franz Kafka, Boris Vian, en todos vosotros y en mí mismo, dejaría de leer y de escribir inmediatamente. Fe en mi interior, que confía en las palabras de Jesús, de García Márquez, de Lewis Carroll, de Oscar Wilde, de Marguerite Duras, de Franz Kafka, de Boris Vian, de vosotros y de mí mismo. Todo es cuestión de poner buena voluntad. Vale la pena hacerlo. El bien, el bienestar, la alegría y la salud es para todos nosotros. Leamos y estaremos buenos y sanos. Y sabremos donde tenemos que ir.

Fuente: dBalears