Así es como veo en este momento crítico a las sociedades occidentales. Todas las contradicciones y errores en las que hemos caído durante décadas hasta llegar a tanto individualismo y narcisismo en demasiados jóvenes, y no tan jóvenes, que no solo son incapaces de la más elemental disciplina sino que incluso se enfrentan a quien haga falta al grito de “¡Libertad!”; todas las decisiones criminales y toda la desinformación de las que son responsables las élites que controlan realmente por ahora los acontecimientos; todas las cobardías y sometimientos de los que son responsables demasiados de aquellos que componen la gran masa social… parecen haber confluido en esta hora crítica. Una hora histórica totalmente condicionada por la pandemia. Una hora que hace ya una década intenté definir como La hora de los grandes “filántropos”.

Si hay que empezar por alguna parte, seguramente debe ser por la cuestión del control de los medios masivos de “información”. Se están convirtiendo cada vez más en una especie de apisonadoras que aplastan de modo inmisericorde y terrorífico hasta el menor intento de debate. Se ha llegado hasta el punto de que la opción personal, muy meditada, de no vacunarse (al menos de momento) provoca la acusación de negacionismo por parte de “expertos” de reconocido prestigio y de tertulianos “ilustres”. Para que te condenen estos señores basta tan solo con tener dudas sobre la conveniencia o no de vacunar a los niños, aunque seas el mismo doctor Robert Malone, creador de la vacuna del ARNm.

Su reciente censura y desaparición en la Red es sumamente reveladora de hasta qué punto se está engañando a la población al privarla, como él mismo denunció, de cualquier contraste informativo, de cualquier referencia a los peligros de la vacunación o de cualquier alusión a que es ilegal forzar a la gente para que sea inyectada con esta terapia experimental. Lograr la docilidad necesaria de todo rebaño para ser conducido por los caminos deseados, aunque estos sean un puro errar sin sentido, es la función de los perros. Sin perros dóciles a la voz de su amo no será posible la docilidad del rebaño.

¿Cómo puede haber tantos profesionales de la información tan ignorantes y provincianos que no sean capaces ni tan solo de preguntarse por qué, por ejemplo, China (o Nueva Zelanda o Australia) han controlado los contagios a pesar de tener unos índices de vacunación muy bajos? ¿O de preguntarse sobre cómo puede sostenerse la versión oficial dominante que nos presenta a la vacunación como la panacea universal, a pesar de que es evidente que ella por sí sola es totalmente incapaz de evitar la transmisión? ¿Es tan difícil darse cuenta de que, como afirma la doctora Teresa Forcades y muchos otros verdaderos expertos, la actual vacunación (aún sin entrar en el debate sobre su peligrosidad) no pretende acabar con la trasmisión del SARS-CoV-2 sino que “hace el trabajo ‘a medias’ y fuerza al virus a mutar hacia una cepa más virulenta”?

Las vacunas a las que estaremos ligados para siempre tampoco apuntan a estimular la autoinmunidad celular (innata y no específica sino beneficiosa frente a cualquier tipo de infección) sobre la que quería investigar la compañía Immodulon Pharmaceuticals. Y, como continúa explicando la doctora Forcades, tampoco hay el menor interés en los tratamientos: “La investigación de las vacunas que tenemos se ha financiado en Estados Unidos con ingentes cantidades de dinero público: dotaciones de 500 millones de dólares cada una han sido entregadas a las compañías que ahora cobran por la vacuna y que luego no responderán por los efectos secundarios. Si la mitad de esto se hubiera invertido en estudiar posibles tratamientos (no vacunas, sino tratamientos para las personas enfermas), es de suponer que tendríamos algunos muy eficaces. Incluso sin este apoyo económico ya hay un tratamiento, que si se administra de forma precoz es efectivo en el 85% de los casos”.

Aún sin entrar en la grave cuestión referente al importante control social que las élites están consiguiendo gracias a la vacunación masiva, una cosa es cierta: solo parece interesar la venta y el consumo masivo de las vacunas. De las atlantistas, por supuesto. En algunas tertulias ya empieza a oírse que el tratamiento de quienes se hayan infectado sin estar vacunados debería ser pagado por ellos mismos. Así que debe ser pagado por todos nosotros el tratamiento de quienes, tras vacunarse, se infecten por haberse dedicado cada fin de semana a botellones y orgías hasta las doce o la una de la madrugada (¿será que el virus es un noctámbulo y se pone en marcha a esa hora?). Así como también el tratamiento de todos aquellos que ese malcriado haya contagiado en esos botellones y orgías. Pero, ¡ay de aquel que por respeto y solidaridad se haya cuidado siempre pero haya tenido la desgracia de que lo contagien!

Hace meses me sorprendía la sorpresa de tantas personas de un alto nivel cultural ante el hecho de que se estuviese contagiando tanta gente ya vacunada con las dos dosis. Los vi tranquilizarse al ser convencidos de que aunque la vacunación no impide el contagio les asegura que no acabarán en las UCIs. Ahora ya empieza a haber los casos de vacunados con las dos dosis que acaban en ellas. Pero no importa, se trata de un dato marginal -dicen- que no tiene por qué cuestionar la incuestionable doctrina de que las vacunas son la panacea universal. Es un dato desechable.

O, a lo sumo, se soluciona rápidamente tal incongruencia afirmando que se trata de casos muy excepcionales. Lo curioso es que a quienes actúan de este modo, y presumiendo de racionalidad frente al negacionismo, no les preocupa en absoluto que se esté boicoteando sistemáticamente cualquier control estadístico sobre los fallecidos u afectados seriamente por la vacunación. Un control que permita una aproximación a la realidad de los datos. Pero deberíamos preguntarnos esta y muchas otras cosas más. ¿Y hasta cuándo podrán ser desechados los nuevos elementos, que seguro que irán llegando, que no encajen en esa doctrina oficial?

¿Es tan conspiranóico preguntarse por qué todo esto está siendo tan caótico, extraño o incluso sospechoso? ¿Era tan difícil prever que, en un mundo insolidario en el que la vacunación es casi inexistente en los países más empobrecidos, antes o después surgiría una variante más virulenta aún, como la que surgió en la India, y que, por tanto, la cacareada inmunidad de rebaño era una quimera? ¿O quizá incluso un engaño? ¿Y ahora qué? ¿Qué variante explicativa, qué variante de la doctrina oficial inyectarán de nuevo en nuestros cerebros los grandes medios de “información”?

Aunque las mayores y más reiteradas de mis sorpresas tienen que ver con el hecho de que ante cada caso nuevo que conozco, y ya son muchos, de fallecimiento o de reacciones adversas graves sufridas tras la vacunación, los familiares y amigos del fallecido o afectado nunca vean relación alguna entre la vacunación y estos incidentes. Es increíble. ¡Qué lavado de mente tan eficaz! De libro. ¡Qué “reeducación” tan lograda! Mejor que las clásicas de los estados más totalitarios. Si esto sucede en el pequeño ámbito en el que yo mismo me muevo, ¿qué estará sucediendo a una escala nacional o mundial?

Lo que ya no me sorprende, tras décadas de lucha para denunciar el terrible y silenciado genocidio de millones de ruandeses y congoleños, es lo que una gran personalidad internacional calificó como “la arrogancia de los mediocres”. Son demasiado frecuentes los sermones y las regañinas sobre el deber de vacunarnos, por solidaridad, por parte de quienes no se molestan en informarse en profundidad, por solidaridad, en otros medios que no sean las televisiones y los medios “serios”. Son muchos quienes, vacunados o no, son sumamente cuidadosos en la toma de medidas para evitar contagios. Por solidaridad, más aún que por interés propio. Pero, por desgracia, son también muchos, demasiados, quienes una vez vacunados, participan en situaciones indebidas, desde las imprudentes hasta las sumamente peligrosas. ¿Estos mediocres arrogantes descubrirán algún día que son estos últimos los verdaderamente insolidarios y peligrosos para nuestras sociedades? Junto a aquellos, por supuesto, que son los grandes responsables últimos de toda esta gran tragedia y de que la gran mayoría de la humanidad no tenga acceso ni a la prevención ni a la sanidad.

Y podríamos seguir preguntándonos: ¿Tan complicado es darse cuenta de que no puede ser casual que todo esto ocurra en un sistema en el que las élites siempre tienen acceso directo al dinero que emiten en enormes cantidades los bancos centrales sin control democrático alguno, pero en el que crecen sin medida la pobreza, las desigualdades y la exclusión? Un sistema en el que, a diferencia de lo ocurrido en China, no puede haber un confinamiento estricto porque no se quiere proporcionar a la plebe por unas semanas o unos meses los mismos ingresos que los suyos habituales. Ni invertir de verdad en rastreo, control, etc.

¿Tan complicado es darse cuenta de que con un Occidente dominado por la financiarización y una China que ya no puede ser calificada de comunista, están obsoletas muchas antiguas categorías? Como la de capitalismo (el libre mercado que pudo existir en el capitalismo industrial está muerto y bien enterrado) o incluso la de democracia (¿democracia con un control agobiante de la información y de la economía por unas poderosas élites?).

Y además de estas ayudas económicas para sobrellevar sin agobios el confinamiento podríamos referirnos a las otras medidas de control de los contagios. Medidas allí sistemáticas, obligatorias y gratuitas, mientras que aquí hay quienes han tenido que buscar desesperadamente durante muchos días un test de antígenos incluso pagando un elevado precio. En un artículo anterior me centré en estas cuestiones referentes a las graves responsabilidades de las élites en la desastrosa gestión de la pandemia. Gestión desastrosa para la sociedad. Aunque visto lo visto, para ellos tal gestión ha sido una jugada que les ha salido redonda, una jugada que está ahondando aún más las diferencias económicas y de poder entre ellos y el resto de los mortales. Pero en este quiero referirme brevemente, acabando ya, a nuestras propias responsabilidades como rebaño.

¿Cómo puede ser que el tiktoker mallorquín Nain Darrechi, que se atrevió a asegurar en la Red que, para poder tener relaciones sexuales sin preservativo, decía a las chicas que era infértil, siga teniendo más de 26,7 millones de seguidores en Tik Tok y 7,2 millones en Instagram? ¿Cómo puede estar tan perdido el rebaño de nuestros jóvenes? ¿Cómo se puede permitir que niñatos malcriados se atrevan a espetar, en pleno botellón ilegal, ante la cámara de televisión: “Con pandemia o sin pandemia yo me voy a divertir como me dé la gana”? ¿O que los niñatos confinados en un hotel de cuatro estrellas en pleno Paseo Marítimo de Palma se dediquen a ensuciar el grito de “Libertad”, por el que dieron su vida tantos héroes de la historia, y de paso a provocar gran cantidad de daños en terrazas y habitaciones? Y ello sin referirnos a agresiones directas y otras situaciones aún más preocupantes.

Ante hechos semejantes, el preguntarnos qué hemos hecho y seguimos haciendo mal no es para nada algo retórico sino de suma importancia y urgencia. Haríamos bien si dejásemos de criticar obsesivamente a aquellos países -“autocráticos” según nos repiten un día y otro- en los que no existe semejante locura individualista y narcisista y nos dedicásemos de una vez a arreglar nuestros propios y peligrosos asuntos internos. Los asuntos que nos han convertido en verdaderos rebaños errantes, perdidos sin rumbo alguno y sin la pretendida inmunidad de rebaño. Vista la decadencia de Occidente, estas culturas, en las que aún se dan en los jóvenes el sentimiento de colectividad, la autodisciplina y el respeto a los demás, van a tomar indefectiblemente las riendas del futuro. Son las leyes de la vida y de la evolución.

Joan Carrero (1951) fue el tercer objetor de conciencia de España, salvo los Testigos de Jehova. Tuvo que exiliarse a Argentina donde trabajó durante tres años con comunidades quechuas de los Andes argentinos, colaborando con Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz 1980. El mismo Pérez Esquivel presentó la candidatura de Joan Carrero al Nobel de la Paz en 2000 por su trabajo a favor de la Verdad en el África de los Grandes Lagos.

Preside la Fundació S’Olivar d’Estellencs, en la Sierra de Tramuntana de Mallorca, desde la que ha encabezado iniciativas como la presentación de una querella contra el gobierno de Paul Kagame de Ruanda por genocidio y crímenes contra la humanidad que llevó al Auto de procesamiento de 40 militares ruandeses emitido por el juez Fernando Andreu de la Audiencia Nacional española, o la creación de una mesa de diálogo entre las diferentes partes del conflicto de Ruanda. Es autor de 4 libros: África, la madre ultrajada (2010), La hora de los grandes «filántropos» (2012), Los cinco principios superiores (2015) y El «Shalom» del resucitado (2018).

Entrevista al Dr. Robert Malone en el podcast DarkHorse (11.06.2021)