De hecho, a lo largo de milenios, mucha gente pequeña (desde creyentes a ateos) viene cambiando el curso de la historia: el caso del doctor Eben Alexander y su pequeño hijo Bond
El presente artículo es como una prolongación del anterior: lo aclara y lo completa de cara a aquellos que, no sintiéndose cristianos, comparten muchas de las inquietudes y anhelos que expuse en él. Son formulaciones diferentes las que hago en uno y otro caso, pero que mantienen al unísono la certeza expresada por todos aquellos que vienen desde hace años luchando por una globalización de rostro humano, por todos aquellos que aún siguen convencidos de que podemos lograr un mundo incomparablemente más justo y mejor que el actual.
Mi anterior artículo, que cerraba un ciclo de treinta años y que pretendía ser una especie de testamento espiritual, estaba dirigido a mi entorno cercano, un entorno cristiano. Es lo que suele hacerse cuando uno realiza un testamento. A no ser que se trate de una persona tan importante que su testamento tenga consecuencias internacionales. Algo que no es mi caso, aunque algunas personas que me son muy cercanas hayan confundido mi certeza íntima de que “para Dios nada hay imposible (Lucas 1, 37)” -y de que, por tanto, podemos y debemos enfrentarnos a los mayores poderes de este mundo-, con una inmadura o malsana omnipotencia personal, que me han reprochado.
La verdad es el arma más poderosa en la guerra psicológica, tan decisiva para la victoria militar
Incluso sin necesidad de recurrir a la existencia de una divinidad personal ni a las ilusiones de soñadores como mahatma Gandhi (“Una minoría de uno solo y la verdad se pueden enfrentar a un imperio”) o Martin Luther King (“He tenido un sueño…”), deberíamos ser conscientes de que, lenta pero inexorablemente, la verdad-realidad (Satya en sanscrito) se va imponiendo siempre al engaño, a la propaganda y a la desinformación.
Eso es ser una persona auténticamente realista: ser capaces de reconocer esa constatación histórica, experimental, aunque los tiempos evolutivos superen enormemente a los nuestros personales. Paradójicamente, aquellos que tienen deformado su sentido de la realidad a causa de la actual mentalidad positivista-cientificista, de resultados inmediatos y bien visibles, que comen comida rápida-basura, etc. nos reprochan falta de realismo a quienes tenemos una visión más global y extendida de la realidad.
Tras un breve recorrido histórico desde los antiguos métodos usados en las operaciones psicológicas militares (como, por ejemplo, el lanzamiento de folletos en los campos de batalla) hasta los actuales (desinformación y engaño masivos en los grandes medios, en las redes sociales, etc.), Basma Oaddour concluye así el apartado final, titulado “La verdad es el arma más poderosa en la guerra psicológica”, de su artículo que lleva por título “Operaciones psicológicas militares de EE. UU. (PSYOP): ‘El uso de la información como arma’ en apoyo de la conquista militar global”:
“[El Sr Scott Bennett, ex oficial de guerra psicológica de EE. UU., en una entrevista a Siria Times] respondió a una pregunta sobre la mejor y más efectiva manera de enfrentar la guerra PSY diciendo:
‘La verdad es el arma más poderosa en la guerra psicológica. Las mentiras no pueden oponerse a ella, ni la intimidación engañosa o los comentaristas agresivos no pueden defenderse de ella. La verdad resuena en los corazones y las mentes de los pensadores independientes. La alternativa a los principales medios de comunicación son las voces, plataformas y medios alternativos que dicen lo contrario de la propaganda; y mostrar hechos, cifras y ejemplos… Como resultado de la cultura de cancelación y el cierre de plataformas de video de periodistas independientes y personas que dicen la verdad sobre varios temas, están surgiendo nuevas plataformas como Odyssey, Rumble, Radion y otras… Estos nuevos medios y los nuevos líderes que surjan serán las primeras líneas de la nueva guerra por la información que se está desarrollando en Estados Unidos.’
Los años entre 1945 y el final de la Segunda Guerra Mundial hasta principios de la década de 1950 fueron fundamentales en el desarrollo de la comunicación masiva en las ciencias sociales y la guerra psicológica del gobierno de los EE. UU.
Las semillas se plantaron a principios de 1942 durante la guerra cuando el presidente Franklin Delano Roosevelt nombró al abogado de Wall Street William ‘Wild Bill’ Donovan, director de la predecesora de la CIA, la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS). Donovan fue ‘uno de los primeros en los Estados Unidos en articular una teoría más o menos unificada de la guerra psicológica’. Lo llamó la ‘ingeniería del consentimiento’ con la idea de que las campañas de propaganda en tiempos de paz podrían adaptarse efectivamente a la guerra abierta.
Christopher Simpson, el autor de muchos libros sobre la historia y la política de los medios de comunicación, la Guerra Fría y las agencias de seguridad nacional, ha descrito el término ‘guerra psicológica’ como derivado de una palabra alemana Weltanshauungkrieg (literalmente guerra de visión del mundo) creada por los nazis que significó una aplicación científica de la propaganda, el terror y la presión estatal para asegurar la victoria ideológica sobre los enemigos. Donovan entendió las tácticas psicológicas nazis como una fuente vital de ideas y el uso del término se extendió por toda la comunidad de inteligencia de EE. UU.”
Lo único importante en esta vida
El hecho de que en mi artículo anterior no haga referencia alguna a los no cristianos no puede ser interpretado como un desprecio hacia ellos. Un desprecio semejante al que yo mismo criticaba por parte de Ken Wilber hacia la espiritualidad cristiana, una espiritualidad inferior, según él, como toda espiritualidad teísta. No, nada más lejos de mi intención. Tales juicios de valor están fuera de lugar, incluso en alguien que cree que Jesús es -en expresión de Teillard de Chardin- el Alfa y Omega del Universo. En el mismo Evangelio aparece muy clara la posición de Jesús al respecto: “Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos (Mateo 8, 11 y Lucas 13, 29)”.
Es algo que queda especialmente de relieve en una parábola clave para entender el pensamiento de Jesús sobre estas cuestiones. Se trata de la parábola del Juicio Final (Mateo 25, 31-46). Una parábola que se enmarca en toda una tradición milenaria profética, que Jesús lleva a culminación. Una tradición profética que recuerda una y otra vez que el verdadero culto, la verdadera religión y la verdadera espiritualidad, aquellas que agradan a Dios, no son otras que la práctica de la justicia social y la misericordia hacia los más desvalidos. Algo que Ken Wilber y tantos otros gurús de moda, con sus elitistas espiritualidades superiores no dualistas y no teístas, parecen incapaces de entender:
“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.
Entonces dirá el Rey a los de su derecha: ‘Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme.’ Entonces los justos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?’ Y el Rey les dirá: ‘En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.’
Entonces dirá también a los de su izquierda: ‘Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis.’ Entonces dirán también éstos: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?’ Y Él entonces les responderá: ‘En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo.’ E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna.”
Para quienes no nos escandalizamos de las pretensiones de divinidad de Jesús, porque resuenan misteriosamente en nuestro corazón profundo, que asiente frente a ellas; para quienes hemos superado el rechazo a las moralinas sexuales decadentes en las que nos educaron, acompañadas de condenas insanas, y sabemos diferenciar el mensaje original de Jesús de todos los añadidos postizos posteriores; para quienes creemos que la categoría de Juicio Final es la adecuada frente a la perversión y psicopatía de aquellos grandes criminales que nunca sienten culpa; para quienes somos capaces de observar que Jesús era durísimo frente a estos grande hipócritas (Mateo 23, 27-39) que se hacen llamar benefactores de la humanidad (Lucas 22, 26) al mismo tiempo que era sumamente comprensivo y amable con los pecadores (Lucas 15, 11-32)… esta parábola es sumamente reveladora: lo único importantes en esta vida no son las creencias religiosas, ni las reflexiones espirituales sobre nuestra no-dualidad con todos y con todo, ni el sentimentalismo caritativo, sino el auténtico amor y la verdadera empatía que se concretan en hechos.
Paradójicamente, aquellos que Jesús considera como los suyos en esta parábola, ni tan solo eran conscientes de serlo. Según el Señor resucitado esta es la única espiritualidad superior, ya se sea cristiano, ateo, practicante zen, del advaita hindú o de cualquier otra espiritualidad superior según Ken Wilber. Por el contrario, quienes son conscientes de su supuesta superioridad están en realidad cerrados en sí mismos. Esto es lo que escribí al respecto en el libro Los cinco principios superiores:
«Esa sutil convicción sobre la superioridad de estas prácticas místicas no-duales respecto a ‘las religiones’, la he comprobado (y sufrido) también en las relaciones cotidianas. En mi afán por aprender de todos, desde la actitud permanente de aprendiz, he sacado tiempo en mi vida para viajar repetidamente a Israel y conocer mejor el judaísmo, para viajar a la India y conocer mejor el hinduismo, para practicar el zen desde hace décadas (con un par de viajes al Japón incluidos) y conocerlo mejor… Lo he hecho debido, en gran medida, a mi preocupación por la paz mundial, a mi convicción sobre la importancia que tienen las religiones para alcanzarla y a mi interés por conocer mejor a estos aliados y compañeros de camino en esa búsqueda de la paz. Unos compañeros y hermanos que, desde hace milenios, han elaborado unas valiosas técnicas de silenciamiento interior, han cultivado el desapego y se han abierto a la compasión. Pero no lo he hecho, en absoluto, porque no haya encontrado en el Cristo resucitado todo lo que necesito para avanzar por el camino que me toca caminar en esta vida. Un Cristo resucitado que llena toda mi vida, que colma todas mis aspiraciones, que me guía y ayuda en la misión que me ha encomendado.
Sin embargo, esta actitud de aprendiz ha sido con frecuencia mal entendida por otras personas (personas que, a su vez, jamás dieron el menor paso para conocernos mejor a nosotros y al sentido profundo de nuestras propias prácticas espirituales): ha sido interpretada como la confirmación de que los cristianos tenemos que buscar, finalmente, la verdadera experiencia mística fuera de nuestra religión; o como la confirmación de que, quienes somos personas públicas por nuestras actividades internacionales por la paz, somos en realidad unos simples principiantes en lo verdaderamente importante, que es la práctica de la meditación; o como otras cosas por el estilo. Alguna vez me sentido tentado a abandonar esta especie de diálogo interreligioso particular. No tanto por el maltrato hacia mi persona como por el desprecio hacia el cristianismo o hacia quienes dan su vida por la justicia y la paz con una generosidad de la que carecen muchos ‘espirituales’. Pero he acabo diciéndome a mí mismo: ‘¡Hay que seguir!’. Por todo ello, a lo largo de las últimas décadas he entendido y recordado con frecuencia aquel consejo de Jesús: ‘Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar Rabbí, porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. […] Ni tampoco os dejéis llamar Preceptores, porque uno solo es vuestro Preceptor: Cristo (Mateo 23, 8 y 11)’.”
¿Existe un Dios personal?
En un apartado del capítulo segundo del libro Los cinco principios superiores me atreví a enfrentar la cuestión sobre un Dios personal. Es una gran cuestión metafísica y teológica, pero, al mismo tiempo, como veremos en el siguiente apartado, una cuestión que condiciona radicalmente nuestra vida cotidiana. Como introducción, pues, al apartado que sigue y que es el central en este artículo, voy a transcribir algo de lo que ya expresé entonces:
“Existe un importante desajuste entre la realidad y la percepción tridimensional que de ella tenemos. Nuestra mente es incapaz de visualizar algo más allá de la tridimensionalidad. Es incapaz de visualizar algo más allá de unos objetos tridimensionales separados entre sí y separados del tiempo, percibido como ‘algo’ que avanza linealmente desde el pasado hacia el futuro. Pero de lo que sí es capaz nuestra mente es de constatar las distorsiones que se producen cuando eliminamos una dimensión. Es decir, las distorsiones que se producen cuando intentamos plasmar en dos dimensiones (el mapa) lo que en realidad es tridimensional (el globo). Lo cual nos resultará altamente aleccionador cuando intentemos acercarnos al ámbito del Misterio con categorías tridimensionales, cuando intentemos hablar de Dios con categoría personales, y se produzcan unas distorsiones semejantes. Además de comprender y movernos bien tanto en un mapa como en una esfera, captamos y comprendemos bien los desajustes que se producen al eliminar una dimensión y tratar de reducir lo tridimensional a lo bidimensional.
Podríamos decir que el mapa de Mallorca no es en realidad Mallorca y, a la vez, marcar con nuestro dedo el mapa de Mallorca en un mapamundi, diciendo ‘esta es Mallorca’, cuando alguien nos pregunte sobre ella. Todo depende del nivel de realidad o marco de referencia en el que nos estamos moviendo. Podríamos igualmente afirmar que mañana el Sol saldrá a las 7,30h, a pesar de que el Sol está siempre relativamente estacionario (dentro de su propio y ‘pequeño’ sistema solar, aunque este se mueve a velocidades vertiginosas en relación a nuestra galaxia, la Vía Láctea) y de que solo es el giro de la Tierra el que, aparentemente, lo hace ‘salir’. Sería una afirmación precisa y exacta en su ámbito de realidad, aunque solo en él.
Del mismo modo, un verdadero místico podría decirnos ‘Dios es lo único real’ y, a la vez, ‘No existe un Dios personal’. O simplemente ‘Dios no existe’. El gran fenomenólogo de las religiones y teólogo protestante alemán Rudolf Otto (1869-1937) sabía muy bien lo que decía cuando afirmaba que lo más característico del verdadero místico es su integración de los aparentes opuestos. Realmente el mismo concepto de existencia es inadecuado para hablar de Dios, es también un ‘mapa’: no sabemos casi nada, por ejemplo, ni de la materia oscura ni de la energía oscura (por eso se las llamó oscuras), que al parecer constituyen más del 25% y del 70% respectivamente del Universo observable; tampoco podemos ni imaginar qué era lo que existía ‘antes’ del Big Bang; ni sabemos qué es lo que ‘hay’ en los agujeros negros, en los que el espacio-tiempo ha colapsado… ¿De qué existencia hablaríamos, por tanto, al decir que creemos en la existencia de Dios?
[…] creo que es cierto que la existencia (supuesta o real) de un Dios personal difícilmente puede ser convertida en una formulación coherente (no paradójica) y, menos aún, en una definición dogmática. Solo se trata de una metáfora, de una parábola. ¿Qué persona o mente podría haber creado este inmenso e inimaginable Universo que cada día nos sorprende y anonada más?
Pero se trata, y esto es lo decisivo que quiero destacar, de una parábola que, al igual que los mapas, nos revela mucho. Nos revela mucho, que siempre será muy poco, de la inconcebible amabilidad, belleza y plenitud de ese Misterio inefable que llamamos Dios. Un Misterio en el que el cristiano intuye, o incluso percibe con claridad, atributos que evocan los más sublimes rasgos de algo tan sutil como son las relaciones interpersonales. Esta creo que es una de las extraordinarias aportaciones de Jesús de Nazaret a la humanidad: el llamar Abbá, Papá, a ese Misterio inefable. Y, sobre todo, el abrirse a Él en la plegaria (sin imaginarlo bajo ninguna forma concreta y sin definirlo bajo ningún concepto) y el ponerse totalmente en sus manos hasta su último suspiro. Calificar esta extraordinaria experiencia (que los cristianos llamamos ‘filiación divina’) de ‘estadio místico inferior’ respecto a la ‘mística sin forma’ me parece que, en la más benévola de las críticas, supone un insuficiente conocimiento de la espiritualidad cristiana.
Ese fue mi redescubrimiento del Dios padre-madre, unos años después de haber sido deslumbrado por el extraordinario apofatismo budista. Es en ese sentido, analógico, pero plenamente válido, en el que podemos afirmar que Dios es como un padre misericordioso. […]
De James Jeans rescato unas interesantes reflexiones que, en esencia, vienen a decir: los últimos descubrimientos de la física ‘nos muestran como evidente la existencia de una fuerza planificadora y controladora en el Universo que tiene algo en común con nuestras mentes individuales’. Pero además abre otras cuestiones sugestivas y paradojales, como la referente a ‘una especie de acción a distancia a la vez en el espacio y en el tiempo’; o la referente a la ‘realidad’ de una materia que se comporta como pensamiento puro…
[…] Todo lo cual nos lleva exactamente a aquello que estoy intentando argumentar: si hay algunas categorías que nos acerquen (lo poco que nuestra limitada comprensión puede acercarnos) a ese Misterio o Absoluto innombrable, esas son las categorías relacionadas con el más complejo de los fenómenos conocidos, la mente humana. […]
Es además importante ser consciente de que la metáfora no es solo necesaria para hablar de Dios sino incluso también para hablar de la realidad. Así, por ejemplo, hablar de un antes del Big Bang es totalmente inapropiado, ya que fue en el mismo el Big Bang cuando ‘apareció’ el tiempo. Es por tanto un modo metafórico de hablar. A veces se explica el Big Bang como la descomunal explosión inicial de una minúscula partícula que dio origen el Universo. Pero, en realidad, se trató de un acontecimiento tan singular que tampoco le es adecuada esta imagen. Lo único que se podría decir de él es que se trató de un acontecimiento inimaginable en el que se originó el increíblemente inmenso Universo a partir de un punto de volumen nulo y densidad infinita, a partir de una singularidad espaciotemporal matemáticamente paradójica. Y ese Universo que ‘nació’ entonces y que se expande aceleradamente, ¿hacia dónde se expande?, ¿qué hay más allá de él? Y si dejamos el ámbito de lo inmensamente grande y nos internamos en el de lo increíblemente minúsculo, nuestro lenguaje habitual unívoco se hace más inadecuado aún.
En su libro La parte y el todo, Werner Heisenberg escribía: ‘La teoría cuántica es un estupendo ejemplo de que se puede haber comprendido una problemática (estado de cosas) con toda claridad, y entender al mismo tiempo que solo se puede hablar de ello con imágenes y parábolas’.”
El caso de doctor Eben Alexander
Hace ya unos años que el caso del doctor Eben Alexander tuvo una gran repercusión pública. Su libro La Prueba del Cielo fue el número uno en ventas en Estados Unidos durante bastante tiempo. El coma profundo y prolongado, durante seis días, por una extraña meningitis bacteriana sufrida por alguien que era precisamente un gran y reconocido neurocirujano, fue algo realmente excepcional. Además, su caso me resulta especialmente interesante para ejemplificar todo cuanto vengo exponiendo en este artículo a diferencia de cuanto expuse en el anterior.
Se trataba de algo más que un agnóstico: el doctor, absolutamente absorto en su mundo científico positivista, era en la práctica un ateo cerrado a todo aquello que tuviese algo que ver con Dios, el alma o la espiritualidad. Además, aún ahora, tras su trascendental experiencia, no parece presentarse necesariamente como un devoto cristiano sino más bien como alguien que ya sabe que se puede establecer con Dios una relación personal y que lo único real y lo único que importa es el amor. Es, por tanto, un arquetipo bastante perfecto de cuanto intento exponer en este artículo:
“[…] la ‘voz’ de aquel Ser era cálida y –por extraño que pueda parecer esto– personal. Comprendía a los seres humanos y poseía las mismas cualidades que nosotros, sólo que en una medida infinitamente superior. Me conocía a mí en total profundidad y rebosaba todas las cualidades que siempre he asociado con los seres humanos y sólo con ellos: calidez, compasión, emoción… e incluso ironía y sentido del humor.
[…] me reveló que no hay un solo universo sino muchos –más, de hecho, de los que yo podría llegar a concebir–, pero que el amor reside en el centro de todos ellos. El mal también está presente, pero únicamente en cantidades diminutas. El mal es necesario porque sin él el libre albedrío sería imposible y sin libre albedrío no podía haber crecimiento, ni avance, ni posibilidad alguna de que nos convirtiésemos en aquello que Dios quiere que lleguemos a ser. Por muy terrible y poderoso que pueda parecer a veces el mal en un mundo como el nuestro, en conjunto el amor es abrumadoramente dominante y al final acabará triunfando. […]
Vi la Tierra como una mota azul pálido en la inmensa negrura del espacio físico. Pude constatar que era un lugar en el que se entremezclaban el bien y el mal, lo que constituía una de sus características únicas. Incluso en la Tierra hay mucho más bien que mal, pero es un lugar en el que se permite que el mal adquiera influencia de un modo que sería completamente impensable en los niveles superiores de la existencia. El hecho de que a veces triunfase era algo conocido y permitido por el Creador, como necesaria consecuencia del libre albedrío que había concedido a seres como nosotros. […]
Uno de los mayores errores que comete la gente al pensar en Dios es concebirlo como un ser impersonal. Sí, Dios excede toda medida, es la perfección del universo que la ciencia intenta a duras penas medir y comprender. Sin embargo –de nuevo paradójicamente–, Om también es ‘humano’, incluso más que tú y yo. Om comprende nuestra situación y siente por ella una simpatía más profunda y personal de la que podemos imaginar, porque sabe lo que hemos olvidado y comprende la terrible carga que supone vivir en la amnesia de lo Divino, aunque sea un simple momento. […]
No hay nadie que no sea objeto de amor en todo momento. A todos nos conoce y nos ama profundamente un Creador cuya capacidad de protección y cariño supera nuestra capacidad de comprensión. Y ésta es una verdad que no debe seguir en secreto. […]
En el corazón de la más infinita unidad, seguía existiendo esa dualidad. […]
Nunca oí directamente la voz de Om, ni vi su cara. Era como si me hablase a través de unos pensamientos que eran como grandes olas que rompían sobre mí, que lo levantaban todo a mi alrededor y me mostraban que existe un tejido más profundo de la existencia, un tejido del que todos formamos parte, aunque en general no seamos conscientes de ello. Así que, ¿estaba comunicándome directamente con Dios? Sin ninguna duda. Así expresado, suena a megalomanía. Pero cuando estaba sucediendo, yo no lo percibía así. De hecho, me daba la sensación de que sólo estaba haciendo lo que toda alma es capaz de hacer cuando abandona el cuerpo y lo que podemos hacer incluso ahora mismo por medio de distintas técnicas de plegaria o de meditación profunda. Comunicarse con Dios es la experiencia más extraordinaria que se pueda imaginar, pero al mismo tiempo es la más natural del mundo, porque Dios está presente en todos nosotros en todo momento. Omnisciente, omnipotente, personal… y fuente de amor incondicional. Todos estamos conectados como uno solo a través de nuestro divino enlace con Dios.”
Fue solo a posteriori cuando recuperó el auténtico sentido de las prácticas religiosas en la iglesia, de la que vivía bastante alejado:
“No regresé a la iglesia hasta diciembre de 2008, cuando Holley me arrastró a un servicio el segundo domingo de Adviento. Seguía débil, un poco alterado mentalmente y demasiado flaco. Mi mujer y yo nos sentamos en primera fila. Michael Sullivan, que presidía el servicio aquel día, se acercó para preguntarme si me apetecía soplar la segunda vela de la corona de Adviento. La verdad es que no tenía muchas ganas, pero algo dentro de mí me dijo que lo hiciese. Me levanté, me apoyé en el pasamanos de bronce y caminé con sorprendente facilidad hacia la zona del altar.
El recuerdo sobre el tiempo que había pasado fuera de mi cuerpo seguía fresco en mi memoria y todo cuanto veía en aquel lugar que nunca antes había logrado conmoverme demasiado me lo devolvía con fuerzas redobladas. […] Los ventanales de cristal tintado, con sus nubes y sus ángeles, me devolvían a la celestial belleza del Portal. Una pintura de Jesús partiendo el pan con sus discípulos evocaba la comunión del Núcleo. Me estremecí al recordar la dicha del infinito e incondicional amor que había conocido allí.
Por fin comprendía el sentido de la religión. Al menos el sentido que debería haber tenido. Yo no creía simplemente en Dios; conocía a Dios. Mientras me acercaba al altar para recibir la comunión, sendos regueros de lágrimas surcaban mis mejillas.”
Pero fue su pequeño hijo Bond el que empezó a cambiar el curso de los acontecimientos
Que un niño de diez años haya sido, con su intenso amor hacia su padre moribundo y su profunda fe, el protagonista inicial de los grandes acontecimientos que se seguirían (tengamos en cuenta que están siendo millones de seres humanos los que están siendo influenciados por el libro de su padre) me parece de un extraordinario interés para probar “científicamente” la tesis de este y mi anterior artículo: hasta el más pequeño de nosotros puede cambiar el curso del futuro.
“[Bond] esperó al otro lado de la puerta, donde pudo oír parte de lo que decía el médico. Lo bastante para comprender cuál era la situación real. Para comprender que su padre, en efecto, no iba a volver. Nunca. Corrió a mi cuarto y se subió a mi cama. Entre sollozos, me besó la frente y me acarició los hombros. Entonces, me levantó los párpados y me dijo: ‘Te vas a poner bien, papá, te vas a poner bien’. Siguió repitiéndolo una vez tras otra, creyendo, como sólo puede hacerlo un niño, que, si lo decía un número suficiente de veces, al final terminaría por convertirse en realidad.”
Seis días antes de esta reacción de Bond, su padre, en el último instante antes de entrar en coma, había pedido auxilio a Dios con aquella intensidad que siempre es escuchada:
“Que me diagnosticaran un caso rarísimo de meningitis bacteriana por E. coli no fue lo único extraordinario de mi primer día de estancia en el hospital. En los momentos previos a mi salida del servicio de Urgencias, tras dos horas de gemidos y aullidos animales, quedé en completo silencio. Y entonces, como salido de la nada, lancé un grito formado por dos palabras. Dos palabras tan perfectamente articuladas que todos los médicos y enfermeros presentes, así como Holley, que se encontraba al otro lado de la cortina, a pocos pasos de distancia, las oyeron con nitidez:
—¡Dios, ayúdame!
Todos corrieron a la camilla. Pero cuando llegaron a mi lado, estaba totalmente inconsciente. No recuerdo nada sobre mi estancia en Urgencias, incluido aquel grito de auxilio. Pero fue lo último que dije en siete días.”
El hecho es que, como explica el doctor Alexander, fue su pequeño hijo de diez años, Bond, el que le hizo volver desde el Más Allá:
“El rostro fue cobrando mayor definición, hasta que al fin pude ver que su dueño estaba suplicando que yo volviese, que afrontase el terrible descenso hacia el mundo inferior para volver a su lado. Seguía sin comprender sus palabras, pero de algún modo me transmitieron la idea de que aún había cosas que me ataban al mundo de allí abajo, de que todavía, como suele decirse, ‘seguía en juego’. Era importante que regresase. Tenía vínculos allí, vínculos que no podía descuidar. Cuanto más claro se tornaba el rostro, más consciente me volvía de ello. Y mejor reconocía el rostro. El rostro de un niño.
[…] en aquel momento, mientras Sylvia y Bond me miraban el rostro hundido, negándose obstinadamente a aceptar lo que acababa de decir el médico, sucedió algo. Mis ojos se abrieron.”
Así que, gracias a Bond, millones de seres humanos hoy están encontrando fe, esperanza y consuelo (algo muy parecido a lo que le sucedió a la treintena de amigas/os de El Resucitado) en el testimonio de su padre, un eminente neurocirujano encerrado en su mundo científico positivista, pero al que Dios le mostró unos prodigiosos horizontes inconmensurablemente más amplios que aquellos en los que vivía:
«Todos aquellos libros [sobre experiencias cercanas a la muerte que empezó a leer apasionadamente tras su salida del coma], aquel material, estaban allí antes de mi experiencia, claro está. Pero nunca los había visto. No sólo porque no los hubiera leído. Era algo más. Simplemente, jamás me había abierto a la posibilidad de que hubiese algo auténtico en la idea de que una parte de nosotros sobrevive a la muerte. Era el típico médico que responde a estas cosas con una combinación de sonriente indulgencia y escepticismo. Y como tal, puedo decirte que la mayoría de los escépticos no lo son en realidad. Para ser verdaderamente escéptico, uno debe examinar algo y tomárselo en serio. Y yo, como la mayoría de mis colegas de profesión, jamás había hecho el esfuerzo de estudiar el tema de las ECM [Experiencias Cercanas a la Muerte]. Simplemente, había ‘sabido’ que no podían ser ciertas. […]
Sé que habrá gente que intentará restar validez a mi experiencia por cualquier medio y otros que se negarán a creerla desde el comienzo, aduciendo que lo que cuento no tiene base ‘científica’ y no podría ser otra cosa que un sueño absurdo y febril. Pero yo sé cuál es la verdad. Y tanto por quienes viven aquí en la Tierra como por aquellos a los que conocí más allá de este reino, sé que es mi deber –como científico y por tanto buscador de la verdad y también como médico consagrado a ayudar a mis semejantes– transmitirle a toda la gente que pueda que lo que experimenté es cierto, fue real y es de una enorme importancia. No únicamente para mí, sino para todos nosotros.
En mi viaje no descubrí sólo el amor, sino también quiénes somos y la profunda medida en que estamos conectados, es decir, el verdadero sentido de toda existencia. Allí arriba descubrí quién soy y al volver aquí comprendí que los últimos cabos sueltos de mi ser estaban atándose.
Te quieren. Son las palabras que necesitaba oír como huérfano, como niño al que habían abandonado. Pero también es lo que todos necesitamos oír en esta era de materialismo, porque en términos de nuestra auténtica identidad, de nuestra verdadera procedencia y de nuestro destino final, todos nos sentimos (equivocadamente) como huérfanos. Si no recuperamos el recuerdo de nuestra conexión profunda y del amor incondicional de nuestro Creador, siempre nos sentiremos así aquí, en la Tierra.
Así que aquí estoy. Sigo siendo un científico. Sigo siendo un médico. Y como tal tengo dos deberes esenciales: honrar la verdad y curar a los demás. Éste es el auténtico sentido de mi historia. Una historia que, cuanto más tiempo pasa, más seguro estoy de que sucedió por alguna razón. No porque yo sea especial. Lo que sucede es que en mí convergieron dos circunstancias que, en combinación, terminan de derribar la idea, impuesta por el reduccionismo científico, de que el reino de lo material es lo único que existe, y la conciencia y el espíritu –los tuyos y los míos– no son el centro y el gran misterio del universo. Pero yo soy la prueba viviente de que es así.”
Pintura: La ascensión al Empíreo (Hieronymus Bosch, 1500)
Se pueden activar los subtítulos en castellano