¿Por qué no podríamos conseguirlo ahora nosotros?
¿Por qué no podríamos conseguirlo ahora nosotros, algunos, solo algunos, de los 2.400 millones de cristianos existentes en el mundo?: estos son mi testimonio y testamento personales para aquellas/os compañeras/os cuyas vidas estén fundamentadas, al igual que la mía, en la experiencia de la presencia viva de El Resucitado, el Señor de la historia.
Si, al igual que aquella treintena de personas, viésemos al Señor resucitado, tocásemos sus yagas gloriosas y comiésemos de nuevo con él (Juan 20, 24-29); si, al igual que ellas, a partir de tan prodigiosa y decisiva experiencia nos liberásemos de nuestras percepciones estrechas y erróneas de la realidad, percepciones encerradas en un estrecho marco temporal y no eterno, un marco que, por ejemplo, nos hace depositar nuestras seguridades en el dinero (Mateo 6, 25-34); si, al igual que ellas, ya no tuviésemos nada como propio, sino que, como meros administradores temporales que somos, pusiésemos a los pies de Dios todo cuanto creemos poseer, o lo pusiésemos incluso en común y discerniésemos juntos qué es lo que corresponde hacer en cada caso (Hechos 2, 24-25); si, al igual que ellas, ya no temiésemos a nada ni a nadie (Lucas 12, 32-48; Juan 6, 20… “No temáis” es una de las más frecuentes ipsissima verba de Jesús, o mismísimas palabras de Jesús), ni aún a la misma muerte (Mateo 10, 26-33; Lucas 12, 4-7… la práctica totalidad de los varones de esa treintena de personas murieron asesinados); si, al igual que ellas, nos atreviésemos a desobedecer (desobediencia civil sistemática) a las criminales elites y sus lacayos políticos que pretenden someternos cada vez más (Hechos 5, 29-31); si, al igual que ellas, tomásemos las ofensas, calumnias y agresiones como un “regalo” (Hechos 5, 40-41; Mateo 5, 11-12); si, al igual que ellas, permitiésemos que el Señor de la Historia actuase a través de nuestras corazones, mentes y manos (Lucas 10, 16)… seguro que pronto veríamos de nuevo grandes prodigios de Salvación.
¿Pero quién cree que todo esto sea posible y está dispuesto a emprender semejante camino? ¿Cuántos cristianos son capaces de darse cuenta de que no se nos está pidiendo una renuncia a nada, sino que, tras esa aparente renuncia, en realidad se nos está ofreciendo Todo? Es decir: se nos está ofreciendo el enorme privilegio de convertirnos en colaboradores del más sublime de los proyectos (Lucas, 4, 16-21), se nos está ofreciendo el mayor de los tesoros (Mateo 13, 44), se nos está ofreciendo una vida plena y una eternidad de inimaginable bienaventuranza (Mateo 19,23-30).
Todo esto parecerá una auténtica locura. Pero, en realidad, planteo así las cosas para hacerlas algo más comprensibles a lo que en realidad lo son. Para hacerlas un poco más compresibles al reducido grupo de personas capaces de intuir que no se trata de ninguna locura. Sin embargo, la formulación más objetiva de este misterio sería esta: la derrota de la mentira, el odio y el mal no solo ya se inició aquel día sagrado de las apariciones del Señor resucitado a sus discípulos, sino que ya se ha completado totalmente en esa inefable “intemporalidad” de la realidad que somos incapaces de comprender y expresar.
Solo un reducido número de personas de ese ya de por sí reducido grupo sabrán o intuirán de qué hablo. Es la intemporalidad que todos experimentaremos cuando, en el momento de nuestra muerte, veremos toda nuestra vida en un solo instante. Es la intemporalidad inimaginable desde nuestra subjetiva percepción actual de un tiempo lineal, percepción ilusoria a la que Albert Einstein calificó como “un espejismo obstinadamente persistente”. Es la Realidad total que unifica todo, en la que está englobada nuestra pequeña realidad temporal cotidiana y en la que nuestros nombres están inscritos desde la eternidad como amigos y colaboradores del Señor en la construcción de la Tierra-Sin-Males. En la presentación en Buenos Aires del libro, El “Shalom” del resucitado, presentación que titulé “la noche en que todo comenzó”, me referí a ello:
“Tras el fallecimiento de su amigo Michele Besso en marzo de 1955, Albert Einstein, ya en sus últimas semanas de vida (fallecería el 18 de abril), escribió unas líneas a la familia de este el 22 de marzo: ‘Ahora ha dejado este extraño mundo un poco antes que yo. Pero eso no significa nada. Las personas como nosotros, los que creemos en la física, sabemos que la distinción entre pasado, presente y futuro no es más que un espejismo obstinadamente persistente’.”
Nazismo-maltusianismo-luciferismo-elitismo “filantrópico”: una íntima y perversa relación
No parece que sean muchas las personas conscientes de que, como analizan muy bien diversos autores, tras la actual guerra propiamente militar en Ucrania hay otra guerra ideológica que la fundamenta. Me resulta cada vez más vomitivo el permanente recurso a los “maravillosos valores democráticos” de Occidente frente a las “autocracias” como Rusia. Un Occidente en el que, en realidad, todo está ya secuestrado por una poderosísima élite. Un Occidente en el que están creciendo exponencialmente las diferencias entre esa reducida élite y la gran masa cada vez más empobrecida. Un Occidente “democrático” que, de puertas a fuera, no tolera la menor competencia a su dominación global, aplasta y arrasa de modo inmisericorde a cualquier país que no se le someta y expolia exhaustivamente sus recursos.
Su supuesta democracia, con un control absoluto de la economía por parte de una reducidísima élite, es solo una falsaria propaganda que ya viene de lejos, pero que cada vez es más inaguantable. ¿Y acaso existe democracia con un control igualmente absoluto de los medios y una censura tal que impiden el más mínimo acceso a una información imparcial y veraz? ¿Y donde quedó la libertad de expresión? Podríamos seguir con penosas constataciones parecidas en muchos otros ámbitos.
Menos numerosas aún son las personas capaces de reconocer que, como afirmó el presidente Putin en uno de sus últimos históricos discursos, en esta hora crítica el mundo está en realidad inmerso en una gran batalla espiritual. Aún entre aquellos que se consideran cristianos, son pocos los capaces de reconocer que las raíces del Gran Reinicio que ya se nos viene encima (que incluye el proyecto de destruir a Rusia, para empezar, proyecto pautado con gran precisión por la Corporación Rand) son mucho más profundas que los meros propósitos imperialistas de dominación. Propósitos imperialistas que, como ya dejé en claro en un anterior artículo, me resultan insuficientes como explicación de las grandes tragedias mundiales que estamos viviendo en los últimos años.
Son ya muchos los artículos en los que vengo tratando sobre las estrechas relaciones entre nazismo-maltusianismo-luciferismo-elitismo “filantrópico”. Ahora, en su excepcional artículo del pasado 31 de octubre titulado “Los orígenes oscuros del Gran Reinicio de Davos”, F. William Engdahl (consultor de riesgos estratégicos, titulado en política de la Universidad de Princeton y autor de best-sellers sobre petróleo y geopolítica) deja pocas opciones al escepticismo sobre tan oscuras y perversas relaciones. En él, Engdahl sigue el itinerario personal de Maurice Strong, presidente del enorme conglomerado de energía y compañía petrolera de Montreal conocida como Power Corporation, pero a la vez… ¡fanático “ecologista” empeñado en forzar a toda costa y aceleradamente la disminución de emisiones de CO2 no mediante la reducción de sus beneficios petroleros sino mediante la reducción poblacional!
Seguro que se está dando un calentamiento global, aunque se tratase de algo cíclico. Y muy probablemente el CO2 tenga bastante que ver en ello, poco o mucho. Pero voy descubriendo algo más cierto aún que ambas cosas: estas perversas élites están utilizando todo ello para dar una vuelta de tuerca más. Porque estas gentes no saben aflojar la tuerca en la rosca, solo saben ir a por más y más poder. Hablar de Maurice Stong (fallecido en 2015) es referirse a un “protegido de David Rockefeller” (fallecido en 2017), al que Engdahl considera “posiblemente la persona más influyente en la política mundial” en la década de 1970, cuando se inició ese proyecto. Esa era exactamente la tesis central de mi libro La hora de los grandes “filántropos”. Tras seguir su historia personal, como arquetipo de los lacayos de alto nivel de estas élites, Engdahl concluye así:
“Antes de dejar la ONU por un escándalo de corrupción de Alimentos por Petróleo en Irak, Strong fue miembro del Club de Roma, fideicomisario del Instituto Aspen, fideicomisario de la Fundación Rockefeller y la Fundación Rothschild. Strong también fue director del Templo del Entendimiento de Lucifer Trust (también conocido como Lucis Trust) ubicado en la Catedral de St. John the Divine en la ciudad de Nueva York.
[…] Este es el origen oscuro de la agenda del Gran Reinicio de Schwab, donde debemos comer gusanos y no tener propiedad privada para ‘salvar el planeta’. La agenda es oscura, distópica y está destinada a eliminar a miles de millones de nosotros, los ‘humanos comunes’.”
Personas “racionales” frente a “románticos” que dicen escuchar “la suave voz interior”
Si algo tienen claro estas gentes es que sobran, por ahora, más de mil millones de seres humanos en nuestro planeta. Sobran, especialmente, aquellos que oponen resistencia a sus designios “superiores”. Es la perfecta antítesis de las creencias “románticas” de gentes como mahatma Gandhi, aquél que Winston Churchill calificó de faquir sedicioso medio desnudo: “Hay suficiente en el mundo para cubrir las necesidades de todos los hombres, pero no para satisfacer la codicia de unos pocos”. Y para ese Gran Reinicio que nos llevará a un maravilloso Nuevo Orden Mundial “las naciones deben renunciar a su independencia”.
Si esto es así, si en realidad nos enfrentamos no sólo a personas enfermas de ambición y de deseo de dominación mundial, sino incluso a huestes satánicas, ningún cristiano debería sorprenderse con un título y subtítulo como los del presente artículo, que van a la raíz espiritual de esta gran guerra. Influenciados por nuestras sociedades, tan racionales y positivistas, los cristianos estamos demasiado habituados a considerar como lenguaje mitológico textos como el de la Carta de san Pablo a los efesios 6, 10-18, textos que en aquellos inicios pretendía referirse no a mitos sino a realidades:
“Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en la fuerza de su poder. Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del Diablo. Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas. Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneros firmes. ¡En pie!, pues; ceñida vuestra cintura con la Verdad y revestidos de la Justicia como coraza, calzados los pies con el Celo por el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la Fe, para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno. Tomad, también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios; siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos (Efesios 6, 10-18).”
Pero todo esto no está escrito para aquellos que se consideran a sí mismos como las verdaderas y únicas personas racionales. Personas racionales que, desde mi punto de vista, se convierten en racionalistas desde el momento mismo en que creen saber y controlar mucho más de lo que en realidad saben y controlan, desde el momento mismo en que reducen la increíble y maravillosa complejidad de la realidad a solo aquello que ellos logran entender y controlar “racional y científicamente”. Para ellos, mahatma Gandhi y todos aquellos que decimos que existe una “suave voz interior” a la que seguimos, somos unos “románticos” o incluso unos delirantes.
No tienen ni idea de a qué se refería san Juan de la Cruz cuando, en su poema Noche oscura, cantaba: “sin más luz ni guía sino la que en el corazón ardía […] Aquésta me guiaba más cierto que la luz de mediodía”. No tienen ni idea, pero se permiten despreciar a quienes así se mueven y actúan. Desde ese racionalismo, muchos creen que es poco serio el afirmar, como hace el presidente Putin, que en realidad estamos en una gran batalla espiritual. Aunque la verdad es que ni tan solo creen que se pueda hablar propiamente de espiritualidad.
Tienen respuesta reduccionista para todo: ni aún la numerosísimas, sorprendentes e interpelantes experiencias de muerte clínica (o, para ser más precisos, las experiencias cercanas a la muerte) no les hace cuestionarse nada. Ni tampoco acontecimientos tan asombrosos como el de que unas adolescentes contemplasen durante horas en Kibeho (actualmente el santuario mariano más importante de África), Ruanda, las horribles matanzas que se producirían años después. Además, al parecer, también ellos son los que tienen el monopolio de la solidaridad y los únicos que han sacrificado sus vidas en favor de los oprimidos. Para ellos ese “romanticismo” que rechazan no hace otra cosa que “reforzar el lado oscuro del capitalismo”. Y, por supuesto, desprecian el fenómeno del profetismo, tan esencial en la experiencia judeo-cristiana: ¡qué absurdo -piensan- que alguien pretenda que Dios le ha instado a proclamar tal o cual cosa!
“Espirituales superiores” que ya superaron todas las “espiritualidades inferiores”
Curiosamente, todo este menosprecio por parte de tantos activistas decididamente racionalistas y positivistas (tanto agnósticos como cristianos), menosprecio de un auténtico profetismo fundado en una llamada real de Dios y un auténtico mandato por su parte, es también compartido por aquellos “maestros espirituales” que dicen haber superado ya aquellas espiritualidades que el gran gurú de la Nueva Era, Ken Wilber, califica como inferiores en comparación con las espiritualidades apofáticas como el hinduismo adváitico o el budismo zen, para las que nada podemos conocer de Dios ni decir sobre él. Ken Wilber se permite despreciar toda espiritualidad teísta que pretenda una relación amorosa con un Dios personal. Y más aún el cristianismo, basado en un hecho supuestamente histórico, la resurrección de Jesús de Nazaret. Y, por supuesto, cualquier tipo de profetismo.
Pero lo que es aún más “curioso” en él es que se sienta tan orgulloso de “haber colaborado con consejeros de Bill Clinton, Al Gore, Bill Bradley, Tony Blair, George W. Bush y Jeb Bush entre otros”. O que califique de “importantes […] las verdades señaladas” por Francis Fukuyama, autor del famoso libro, fanáticamente pro occidental, titulado El fin de la historia. Aunque, curiosamente, luego critique a Fukuyama no por sus funestas ideas en el campo político, sino… ¡por moverse en un nivel espiritual que aún no es el superior! Y, sobre todo, es curioso que valore como “sumamente útil” y “altamente recomendable” los análisis de Samuel P. Huntington, el creador de la criminal doctrina oficial de El choque de las civilizaciones, miembro relevante de La Trilateral al igual que Fukuyama, activo responsable de la sangrienta entronización de las dictaduras de Chile y Argentina, etc.
¿Acaso estos gurús imperiales-anglo-occidentales, tan idealizados y admirados por tantos intelectuales, no se enteran de lo que sus líderes políticos de referencia están haciendo? Si realmente buscasen la verdad, quizá les bastaría con leer algún artículo como aquel en el que Corey Lynn expone extensamente la increíble e inacabable lista de instituciones y organismos estadounidenses e internacionales que no son otra cosa que poderosos y criminales instrumentos de las grandes familias “filantrópicas”, exposición que inicia así:
“Una banda de delincuentes se reunió hace un siglo [en diciembre de 1913] y decidió que iban a poseer el mundo, tener todo el poder, crear y acumular todo el dinero y mantener a todos en un ciclo de giro constante para engañarlos.
No solo iban a construirlo como mejor les pareciera, sino que iban a construir el sistema de esclavitud más elaborado que este mundo jamás haya visto, uno que les dé inmunidad total, les permita operar completamente fuera de la ley, y ellos iban a hacerlo sin que nadie se diera cuenta hasta que fuera demasiado tarde.
Estos ‘gobernantes’ autoimpuestos se creen intocables, han creado documentos que lo afirman y se ríen de la humanidad mientras las personas se mueven por sus vidas sin darse cuenta de este elaborado esquema.
Esta es la historia que debe compartirse con el mundo y con todos los legisladores estatales que deben actuar de inmediato para independizarse del sistema de la Reserva Federal y los bancos centrales, y hacer cumplir nuestra Constitución y las leyes de administración financiera para proteger la soberanía a nivel estatal y local. Esto debe incluir pasos para recuperar el dinero robado ilegalmente, para prevenir gastos ilegales actuales y futuros de nuestro dinero de impuestos y para poner fin a los privilegios de inmunidad soberana que se han utilizado para participar en actividades delictivas sistemáticas y extorsión.”
De hecho, en mi caso, a lo largo de toda mi vida, las críticas y el desprecio me han venido no solo desde el campo del activismo sino también desde el campo del espiritualismo. Sin referirme a los solidarios cristianos que siempre se apuntan a lo “realista”, a lo “posibilista”, a dejarse de “denuncias grandilocuentes que no conducen a nada” (¿acaso no saben que tantos auténticos profetas, incluido el mismo Jesucristo, entregaron ineficaz y testimonialmente sus vidas por esas denuncias que ellos menosprecian?). Cristianos solidarios que se apuntan incluso a un peligroso “buenismo” desinformado, que en el caso del actual conflicto de Ucrania, por ejemplo, acaba alineándose con la doctrina OTANista en contra de “el criminal y enloquecido Putin” y en favor de la “pobre” Ucrania (en realidad del régimen nazi ucraniano). Una Ucrania que de hecho está siendo utilizada como peón sacrificable para intentar aplastar a Rusia.
Seguramente pocos datos evangélicos son tan históricamente seguros como el del enfrentamiento frontal y continuo de Jesús con las élites de su tiempo, así como con las fuerzas satánicas. Élites y fuerzas satánicas de cuyos seguros ataques futuros alertó a sus amigos, y en especial a Pedro (Lucas 22, 31-32, ruego que algunos continuamos haciendo también hoy para que el papa Francisco se zafe de esas mismas gentes y fuerzas). Hasta tal punto este dato histórico es cierto y es característico de aquellos que son fieles al Evangelio, que dudo seriamente de la existencia de una tal fidelidad en todos aquellos que son reconocidos y elogiados por los poderes de este mundo (Mateo 5, 26) y que siempre tienen espacio en las corrompidas televisiones de las élites. Esto parece no casar demasiado con el anuncio del Señor a los suyos de que serán expulsados de las sinagogas (Juan 16, 2).
Por mi parte, las críticas y desprecios recibidos desde el espiritualismo no me han impedido que siempre me preguntase sobre el extraño hecho de que un cristiano, o simplemente cualquier místico, de la religión o espiritualidad que sea, haya podido vivir en Alemania en pleno periodo nazi no ya callando frente a lo que ocurría, sino incluso ajeno a todo ello, sin interés por informarse en profundidad sobre cuanto estaba sucediendo, en los cercanos campos de exterminio por ejemplo, y viviendo como si nada de todo ello estuviese pasando. Se trata de una pregunta que en realidad siempre me conduce a otra: ¿cómo actualmente sigue siendo posible eso mismo?
Me sorprende también que la desinformación y la propaganda hayan logrado que lo que ahora sucede no nos parezca comparable a lo de la Segunda Guerra Mundial. ¿Acaso no estamos hablando ahora de la eliminación de 1.000 millones de seres humanos “sobrantes” frente a los 60 millones de víctimas que ocasionó el nazismo? ¿Acaso no sabemos que solo en Ruanda-Congo la avidez imperial anglo-occidental ha ocasionado en torno a 10 millones de víctimas mortales, sin referirnos a los inacabables millones de heridos y mujeres violadas? ¿Acaso no estamos hablando ahora de un cada vez más probable Apocalipsis Final?, como afirma el mismo máximo responsable del arsenal nuclear estadounidense.
Mi testimonio personal y mi testamento
Tanto las frecuentes preguntas sobre “qué podemos hacer” como el hecho de que recientemente Michael Yeadon haya decidido escribir un mensaje que él mismo presenta como el más importante de su vida, me han llevado a escribir este artículo, que a la vez considero como un testimonio personal e incluso un testamento. Y ambos se podrían reducir así: si algunos cristianos volviésemos a nuestros orígenes, cambiaríamos el mundo, porque El Resucitado es el Señor de la historia; no temamos, Dios tiene la última palabra. Y esos inicios, el origen de todo, no creo que sean otros que los acontecimientos de aquel primer día de la semana después de la Pascua en la que Jesús de Nazaret fue apresado en Jerusalén, traicionado, torturado y asesinado con muerte ignominiosa. Unos acontecimientos de los que en breve se cumplirán exactamente 2000 años.
Aquella treintena de amigas/os eran unas pobres gentes como nosotros, que unas semanas antes de su sorprendente transformación se peleaban por ser el más importante y que en el momento de la prueba traicionaron a su maestro abandonándolo en manos de los criminales. ¿Qué les sucedió para que sufrieran una transformación tan repentina y radical? Hemos enfrentado de un modo tan racionalista y positivista los acontecimientos pascuales relatados en el Nuevo Testamento, los hemos diseccionado como quien disecciona un ser vivo sin encontrar “la vida” en cada uno de los trozos, que su potencia trasformadora ha desparecido. Nos hemos convertido en sal que no sala y luz que no alumbra:
«Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa (Mateo 5, 13-16).”
Si nuestras eucaristías no son la actualización de las prodigiosas comidas pascuales de El Resucitado con sus amigos, porque no creemos que sus apariciones fueron corpóreas, al menos creamos realmente en la resurrección. Pero el rechazo a creer en las apariciones, aunque no fuese en sí mismo importante, revela que en realidad nuestra pregonada creencia en la resurrección es una cosa tan etérea y difusa que es sal que no sala. Tampoco creo que nuestras eucaristías sean solo ni principalmente la actualización del conmovedor autosacrificio del calvario. Este sacrificio por sí solo no los transformó, sino que los hundió en el mayor de los desánimos y en la más profunda de las desesperanzas (Lucas 24, 13-35). Ni tampoco los transformó la resurrección en sí misma, un acontecimiento del que no fueron testigos ni tuvieron noticia alguna antes de las apariciones. Ni la tumba vacía. Fueron sólo las apariciones las que los transformaron.
Estas son unas fechas muy adecuadas para realizar este testamento y dar este testimonio personal: en estos días se cumplen exactamente 30 años de la creación de nuestra Fundación, que, por gracia de Dios, ha llevado a cabo una tarea desproporcionada en relación a sus pobres posibilidades humanas. Son también exactamente las mismas fechas del inicio del santuario de Kibeho. Tal y como explico en mi citado libro El «Shalom» del resucitado, en uno y otro caso, el mensaje es el mismo al igual que fueron revelados anticipadamente unos acontecimientos que efectivamente sucederían. Y así debo testificarlo, por más que ello me atraiga la incomprensión y el rechazo de muchos. O incluso la acusación de “ir de profeta”. Si no creen que haya corazonadas, intuiciones o visiones, o si no son capaces de hacer un discernimiento entre tantos “que van de iluminados” (muchos de ellos con gran éxito a pesar de la considerable inflación de sus egos) y aquellos que realmente han recibido un mensaje junto a la incómoda misión de proclamarlo, es su problema.
Precisamente es la influencia del orientalismo la responsable de la confusión entre categorías como la de “iluminado” o “maestro” y la de “profeta”, pobre hombre que ha recibido de Dios una misión en el seno de una espiritualidad teísta o específicamente cristiana en la que nadie debe ser llamado maestro (Mateo 23, 8). Así como de la confusión entre aquellos que son considerados iluminados y maestros con aquellos que hablan con toda libertad de sí mismos, bien conscientes de que es Él quien ha hecho de nosotros lo que somos. Es la libertad de Pablo de Tarso, que hablaba con frecuencia de lo mucho y bien que había trabajado para el Señor. O la de María de Nazaret, que se atrevía a afirmar que el Señor había hecho en ella grandes maravillas y que todas las generaciones la llamarían bienaventurada (Lucas 1, 46-55).
En mi caso, no sé cómo seguir las indicaciones de aquel hombre de Dios que tanto me ayudó a encontrar mi propio camino en pos del Señor, indicaciones sobre que no debía hablar sobre opiniones o teorías sino simplemente dar un testimonio personal de vida… no sé como seguir dichas indicaciones, repito, sin hablar de mí mismo. Quienes continuamente ven en ello una cuestión de ego, es su problema no el mío. Mi experiencia de bastantes décadas es que quienes tan preocupados están por “matar el ego” (de nuevo un concepto muy de moda por influencia del orientalismo) están con demasiada frecuencia centrados en ellos mismos y no en Dios ni en los sufrimientos de los demás.
Pintura: Cristo resucitado en Emaús (Ladislav Záborský, 1998)
El Club de Roma y su objectivo de controlar la población mundial (1973)